En la novela gráfica «Naftalina», ganadora del XIII Premio Internacional Fnac-Salamandra Graphic, la ilustradora Sole Otero repasa un linaje femenino que le sirve para recorrer los mandatos de exclusión hacia las mujeres en los últimos 100 años y desembocar, a través de la historia mínima, en un momento clave de la Argentina, la crisis del 19 y 20 de diciembre de 2001, que trae, a contrapelo de la debacle, una conciencia comunitaria y la noción de red necesarias para redimensionar y motorizar las decisiones más íntimas y personales.
«Naftalina» empieza en un cementerio. Cuatro personas cargan un cajón, son las únicas que asisten a esa despedida: el sepulturero, una adolescente y una pareja adulta. La chica es Ro, los otros son sus padres. La muerta es la abuela. «¿No tenía ni un vecino? ¿Ni un acreedor siquiera?» «Este no es momento de reírse, Ro», contesta la madre. «Pero si vos siempre te reís en los velorios». «Lo hago para distraer a la gente».
Este arranque marca el tono de lo que sigue. Un libro grande, pesado y transformador. En muchos sentidos necesario, 330 páginas gruesas y ásperas al tacto. La edición de Salamandra es tan cuidada como la psicología de la saga de personajes que reconstruye Otero y la sutileza del escenario en crisis. Desde la Italia de principio de siglo XX hasta la Argentina autoconvocada del estallido social precuela del 2.0.
Hasta ahí las máquinas analógicas con rollo, como la que usa Ro en toda la novela, registrando los objetos de esa casa que hereda y que a la vez lega, recuperando en cada uno fragmentos de historias que le servirán para dar forma a su propio relato, sirviendo de herramienta para reconstruir la memoria personal. Hasta ahí los diarios impresos, la televisión como elemento de comunicación audiovisual masiva. Teléfonos de línea, sin cámaras personales, sólo la voz como testigo o prueba de lo que se narra.
«Tenía una sensación de repetición de ciertas cosas de 2001 en el aire en Argentina. Las devaluaciones brutales cuando Macri perdió y, entre otras cosas, irme a vivir afuera, no como el típico que se va enojado con el país, sino porque podía, me fui a vivir a Francia que tiene un mercado súper grande de historieta y me fui por cuestiones de trabajo».
Así empieza «Naftalina» en el afuera de página, según cuenta a Télam Otero, ilustradora autodidacta de 36 años, diseñadora textil de la UBA, parte de las guionistas y dibujantes que permiten esbozar el lugar y la mirada de género en el ámbito de la historieta y el cómic, poblado históricamente por una mayoría masculina.
Hace año y medio está en Angulema, «me empecé a ir a los 33, soy freelance y puedo trabajar desde cualquier lado, mi hermano estaba viviendo en Estados Unidos y me quedé con él. Después fui a Colombia a hacer una residencia. Cada vez que me invitan a un festival me quedo más tiempo. Terminó todo un poco con la pandemia y ahora vivo en una ciudad chiquita de Francia, de 40 mil habitantes, que se llama Angulema y que es la capital mundial de la historieta, no podía estar más en el lugar donde tenía más futuro», dice.
Estuvo dos veces ahí, por dos residencias, en una empezó a hacer este libro y en la otra «Intensa», el anterior, editado por Hotel de las Ideas, la misma editorial por la que había publicado «Poncho fue» (como el juego infantil, decías eso y le pegabas al que tenías al lado cuando veías un Volkswagen escarabajo en la calle). «Aunque Francia es caro, Angulema es un pueblo bastante barato, está lleno de estudiantes, hay muchos estudios de animación, hay un montón de cosas culturales todo el tiempo -resume la autora-, el equilibrio ideal entre que es chiquita así me puedo concentrar, pero al mismo tiempo hay cosas para hacer y gente para conocer».
Vive de ilustrar libros infantiles, esta historieta salió en España y será publicada en Francia, está trabajando en otra y es docente en la plataforma online Doméstika. Entre todas esas cosas se va armando una entrada económica. Al Premio Internacional de Novela Gráfica Fnac-Salamandra Graphic lo ganó con el proyecto del libro que entregó en agosto de 2019 y tuvo que terminar en meses, «fue una locura», asegura. En septiembre de 2020 estuvo listo.
¿Qué decía esa primera sinopsis que presentaste a concurso?
-Conté que era la historia de una chica que se metía en la casa de la abuela que había heredado de sus padres y que empezaba a revisitar los objetos y a contarse a sí misma una historia intentando entender las razones por las que su abuela había terminado siendo una persona tan aislada y resentida. Y conté que todo eso la hacía entender a ella qué estaba haciendo en el presente. En esa primera sinopsis ni hablaba de la locación espacio temporal, anclé lo que estaba explicando en la relación nieta-abuela y no tanto en el contexto histórico donde también terminó saliendo este cruce con la Italia de principio de siglo pasado y surgió esa especie de repetición de la crisis.
Esa chica está revisando un linaje familiar femenino, cuatro generaciones hacia atrás.
-El libro sale mucho de la idea de la constelación familiar. Nunca hice una, aunque la terminé haciendo así. Me flasheó el método y lo que era, me hizo pensar un montón. Era un poco lo que quería escribir, encontré un respaldo en la idea de una genética que no es genética, que no tiene que ver con la biología pero igual se hereda. Yo veía el rebote de una herida pasando entre generaciones que me terminaba cayendo a mí. Hay muchas cosas autobiográficas ficcionalizadas, cambiadas.
«Naftalina» muestra muy claro el momento en que esas mujeres que se resistieron con persistencia a los mandatos contra el goce claudican.
-Retoma la idea de las obligaciones y de tener que responder a otros, que acá son los padres. Aunque lo de Ro es como una salida del closet. En uno de los primeros fanzines que hice hay un personaje de una madre muy machista que no quiere que su hijo se divorcie, basado en la historia real de una persona que se había escapado de su casa porque no quería casarse con la persona que su padre había elegido para ella y después se había vuelto la persona más machista del mundo. Acá hay algo parecido: esa persona que luchó, porque se resistió, pero que termina volviéndose más instrumental a ese patriarcado. Se convenció tanto a sí misma de qué era lo que tenía que hacer que ahora quiere imponerlo.
El diálogo ese, cuando la nieta dice ‘entonces te violó’ y la abuela responde ‘vos no me vas a decir lo que me pasó a mí’, es tan gráfico…
-Sentí que era un diálogo necesario. Porque mi abuela era muy protectora de mí con respecto a los varones. Hay algo ahí que me resulta fascinante desde un lado oscuro y es que no solamente soportan esa carga sino que la terminan proyectando en los demás. Ese rebote. Es tan grande la armadura que se tienen que poner, que después es como que están en ataque. Muestra cómo se construye una mujer machista.
¿Todos tus libros tienen base autobiográfica, como si fuera una crónica sentimental o literatura del yo?
-«Poncho fue» es peor, fue mi manera de curarme de una relación perversa de abuso psicológico, recorrí como se iban armando los micromachismos de violencia que a veces terminan siendo física.
Hay una búsqueda sobre lo que es la familia también
-La familia son vínculos que no se eligen y que hay que ajustar para tratar de ser feliz. Y la distancia entre sus integrantes habla de esa familia. El libro cuestiona una idea vinculada más a lo biológico, eso de que te toca ser de esta manera.
¿La salida de ese linaje está en lo colectivo?
-Mis libros anteriores resuelven desde lo individual y con este me propuse empezar a hablar de lo colectivo porque es muy importante para esa abuela, que no lograba salir de su neurosis, no lograba conectarse con sus amigas y cada vez empujaba más a todo el mundo fuera de su vida y su nieta, Rocío, empieza a caer en eso. Está la noción de que hay que conectar con los demás para cambiar algo y de que podemos torcer la herencia, devolverla, cambiarla.
Esa abuela tiene un blindaje contra el entorno, se desentiende de la política, desprecia a su marido por ser activo en ella, no entiende al hijo cuando también milita.
-Yo quería mostrar ese tipo de familia donde la dictadura era como algo que no estaba pasando. La idea de que la política hace mal, ella con esa lucha de que los hombres se meten mucho en política y arruinan las cosas de la familia. Inclusive todo lo que va ocurriendo previo al 19 y 20 de diciembre, e incluso después, se va colando como por las rendijas, se va metiendo en la casa por la televisión y los diarios, el tema de las fábricas quemadas, los tiros, de que el barrio se está poniendo pesado. Eso es algo que trabajé con el color también, cuando Rocío se encierra en la casa la paleta se vuelve más azul, se va reduciendo.
Los cuerpos de estos personajes no son hegemónicos ¿eso es adrede?
-Hay una tendencia bastante difundida en el tema de dibujo, y sobre todo en ilustradoras, de que cada vez se usa más el cuerpo grandote y la cabeza chiquita y la mujer grande, que no está entrando en el parámetro femenino de dibujo que siempre armaron ilustradores, que dibujaban a una mujer sexy o a la bruja. Estoy en esa corriente y, de hecho, me fui metiendo cada vez más con el paso de los libros, en el primero la estética es más infantil (cabezas grandes y cuerpos chicos). Cada libro que pasa fui madurando el estilo de dibujo y transformándolo en pasar de niña a una mujer.