Cada agosto nos ofrece la posibilidad de conmemorar el paso a la inmortalidad de José de San Marín, unos de los referentes más importantes del proceso revolucionario e independentista que tuvo alcance continental; un hombre que enmarcó su lucha en una revolución plural, que involucró a múltiples actores sociales. Entre ellos, a las mujeres.
Como es sabido, San Martín se casó con Remedios de los Remedios Escalada y Quintana a poco de llegar a Buenos Aires. Ella era una joven, nacida en Buenos Aires, hacia 1797, en el seno de una prominente familia de comerciantes. Y de quien la historiografía tradicional construyó un perfil estereotipado: primero, como niña angelical, frágil, mimada, querible y enfermiza; luego, como esposa obediente y sacrificada; y, al final de sus días, se dijo de ella que “murió como una santa”.
Una interesante versión de su biografía y de su entorno familiar y social fue escrita por Lily Sosa de Newton, en el “Diccionario biográfico de mujeres argentinas”. En estas páginas, Remedios aparece como una mujer de su tiempo, y no como una niña consentida; una mujer comprometida con la causa revolucionaria, ya que su familia se había sumado tempranamente a ella. Conformó, junto a su madre, hermanas y amigas, la Sociedad Patriótica, en el año 1812, con el objetivo de comprar armamento y ropa, mientras en su casa se celebraban tertulias a las que asistían revolucionarios de entonces.
Ya casada con San Martín, y en Mendoza, se integró rápidamente a la sociedad local para liderar cuantiosas operaciones logísticas relacionadas con el equipamiento del Ejército de los Andes.
Remedios, como su marido, falleció durante un mes de agosto, más precisamente el 3 de agosto de 1823, y fue en Mendoza, donde San Martín se enteró de su muerte, tras regresar del Perú. Justamente en la ciudad en la que habían compartido la mayor parte de su tiempo juntos como pareja y donde había nacido la hija que tuvieron en común.
Poco tiempo después, el viudo regresó a Buenos Aires, se hospedó en la casa de los Escalada y se hizo cargo de Mercedes.
Remedios fue enterrada en una sepultura que actualmente puede considerarse una de las más antiguas del cementerio de La Recoleta, ya que había sido inaugurado unos pocos meses antes de su fallecimiento. Como bien ha señalado la investigadora argentina Andrea Jáuregui, este cementerio es el lugar por excelencia donde se inscribe la nueva relación con la muerte de la clase alta porteña. El sepulcro individual de Remedios es uno de los ejemplos tempranos de los que existieron en la necrópolis a la manera inglesa, con una lápida que llevaba inscripciones y de construcción austera, que terminó contrastando con los edificios monumentales que más tarde se construyeron. Su lápida fue grabada por el ingeniero francés Felipe Bertrés a pedido del mismísimo José de San Martín, con la siguiente frase: “Aquí yace doña Remedios de Escalada, esposa y amiga del general San Martín”.
Como sabemos, la cultura de la muerte ha concitado la atención de estudiosos, divulgadores y curiosos. El cementerio de la Recoleta en la actualidad es un paseo ineludible para cualquier turista que visita Buenos Aires, ya que en él descansan centenares de personalidades que lo hacen inigualable. El periodista Diego Zigiotto ha difundido numerosas historias de quienes allí descansan. Recientemente, en su “Cementerio de la Recoleta. 200 años de su historia”, publicado en la Editorial de los Cuatro Vientos, nos acerca algunas historias sórdidas sobre la tumba de Remedios, en las que predominó el abuso, el hurto y el fetiche.
Al parecer, relata el autor, a comienzos del siglo XX un hombre –de quien no dice su nombre- pasó por la tumba y comentó que era de demasiado común, por lo que decidió remodelarla. Desde ese momento, la sepultura contó con una columna central y una lámpara: frente al sepulcro, un grupo escultórico representaba a un granadero -el Libertador- acompañado de una niña, Mercedes.
A partir de la remodelación, continúa Zigiotto, la lápida grabada por Bertrés quedó apoyada en el monumento que estaba al lado. Un médico que pasaba por allí -cuya identidad tampoco se revela- preguntó si podía llevársela, y se lo permitieron. Cuando murió, sus bienes salieron a remate y la losa pasó a manos de un tercero, quien un tiempo después (y debido a que sufría problemas económicos) se contactó con la familia Escalada, con la intención de entregarla a cambio de dinero. Pero como no logró concretar el negocio, la envió a la casa de rematares de antigüedades de Juan Carlos Naón. Fue entonces cuando el mismo Naón la compró y la donó al Museo Histórico de Luján, donde permaneció hasta 1972, para luego ser restituida a la Recoleta.
A la izquierda de la tumba de Remedios está el cenotafio que conmemora a sus suegros, Juan de San Martín y Gregoria Matorras, a quienes no llegó a conocer, porque fallecieron en Andalucía.
Las huellas de esta mujer también pueden ser seguidas en el Museo Histórico Nacional, en el que se encuentran los dos retratos por los que conocemos su rostro: una miniatura, en la que se ve un retrato de medio cuerpo, de autor anónimo, que fue donada por Remedios Oromí de Acosta a principios del siglo XX; y un busto, miniatura sobre marfil, realizado en Mendoza por Carlos Durand, en 1817, cuando Remedios ya había sido madre.
El museo también cuenta con la escribanía que le perteneció a la mujer, lo que revela no sólo que sabía leer y escribir, sino que hacía de la escritura una práctica cotidiana. Estos objetos pueden disfrutarse en este magnífico museo nacional, hoy bajo la dirección del historiador argentino especializado en la historia de la revolución, Gabriel Di Meglio.
Asimismo, podemos acceder a ellas a través de la web y de las redes de difusión que implementa la institución. De esta forma nos acercamos desde otro lugar a San Martín y la vida que compartió con esta mujer, que fue esencializada y estereotipada por el discurso histórico.