El almuerzo comienza a las 12:30. En la Parrilla Austral. Es la primera vez que tengo la oportunidad de comer en persona con Alejandro Benavídez, el director, editor y máximo accionista de Pangea, el sello que maneja dos o tres emporios editoriales transnacionales más la mitad de los medios importantes. Y aunque el tipo comentó sobre que le interesaba leer mi novela impresa, que alguien le había hecho llegar un buen comentario, prefería conversar cara a cara como en los viejos tiempos.
El taxista está escuchando una radio de cuarteto, algo fuerte, pero va volando sobre la autopista. Un taxista que entiende tu apuro merece escuchar lo que quiera al volumen que se le cante.
Me interesa lo de la novela, pero en realidad yo quiero ir a lo seguro: pedirle algún tipo de puesto como columnista o cronista en alguno de sus diarios. Todo el mundo sabe que, sin ser el dueño, es el que corta el queso.
Le pregunto al chofer por qué carajo se detiene, pero se encoge de hombros y señala con la cabeza a unos canas que nos acaban de parar. Vienen por los dos lados. Uno habla con el chofer, el otro me hace bajar.
–Buen día. Documentos.
–Aquí tiene ¿Pasa algo? Estoy medio…
–Venga para acá.
Apenas me alejo dos pasos en dirección hacia la banquina, el otro policía le da una palmada al capó del taxi, que acelera y se va.
–¡Hey!
–Después le llamamos otro. Necesitamos un testigo.
El cana me señala un declive al costado que terminaba en una canaleta de metro y medio de profundidad, en el fondo de la cual había una moto tirada.
–¿Y el conductor? Tengo apuro…
El cana, sin sacarse los Rayban me señala un poste en el cual puedo ver al motociclista ensartado por el pecho, boca abajo. Sostiene el poste por la parte de la entrada. Tiene el casco puesto y baja de forma casi imperceptible. Me doy cuenta porque la parte que sale por la espalda parece estirarse más.
–No se preocupe, ya está muerto.
Escucho al hombre gemir. El policía golpea la planilla con una lapicera, llamando mi atención.
Trato de mirarlo a los ojos pero sólo puedo ver mi reflejo deformado y verdozo. Benavídez me va a mandar a la mierda si llego tarde. Me han hecho especial énfasis en que no da segundas oportunidades ni a su mejor amigo. El cana me pregunta de nuevo el nombre. Le digo.
Hay algo raro en su nariz, parece que está goteando y que no se da cuenta ¿Estará resfriado? ¿Con este calor?
Edad. Domicilio. Ocupación. Etc. etc.
–Ehm… oficial…
–¿Qué?
Levanta un poco el mentón para mirarme y cuando le estoy por preguntar si quiere un pañuelo, puedo ver que no tiene moco en la nariz.
–Eh… no, nada ¿Falta mucho?
Es decir, sí hay una gota pero no es transparente. Ni verde. Ni de ningún otro color. Es como si fuera de cera y goteara una parte reblandecida de su propia materia. Como si se estuviera derritiendo.
–Eso depende de que colabore.
Me vuelve a preguntar los datos. Se los doy. Me lee la declaración que debo firmar como testigo. Le pido una lapicera para firmar. La gota parece estirarse como chifle pero no termina de caer. Vuelve a levantar la cara para mirarme, extrañado, pero mostrándome mejor su nariz. Sí, este hombre se está derritiendo ¿es que no se da cuenta o se hace el boludo? Puedo ver que la punta se ha doblado hacia abajo, como si estuviera demasiado fatigada para seguir al resto de la cabeza cuando se eleva.
El sol está pegando fuerte. Benavídez me va a matar. Peor. No me va a volver a responder un mail. Ya me debe haber bloqueado de Whatsapp a esta hora. 12:32. Si me dejaran ir ya, seguro llego a tiempo como para atajarlo en el estacionamiento.
–¿Me puedo ir ya? Por favor, llego tarde a una reunión importante. Es por trabajo.
El policía ladea la cabeza y quiere decir algo pero la nariz estirada se hamaca de un lado a otro mientras cae por debajo del mentón. Pero nunca termina de caer, sólo se afina y se alarga. Lo veo muy traspirado. Los lóbulos también se han alargado, me doy cuenta ahora. No va a durar mucho así. Quizás no llegue a su casa, pobre.
–Me falta otro testigo –dice el cana– esperemos un rato hasta que pase alguien. Después se puede ir.
Compruebo lo que ya temía: mi celular está en 1% y cuando quiero atender la llamada de Benavídez, se apaga. El cana se ha vuelto algo más bajo que yo ¿dónde se habrá metido el otro? Ojalá pase alguien, rápido, porque no va a durar mucho.