Crear una buena novela para diez mil o cien mil espíritus superiores, en fin, eso siempre se ha hecho, es banal y aburrido. Pero escribir una buena novela para ese lector menor, inferior, a quien le gusta otra cosa que no es lo que denominamos “buena literatura”…
Witold Gombrowicz, Recuerdos de Polonia
Una lectura de Los hechizados, de Witold Gombrowicz
Publicada en dos diarios polacos (El correo rojo, de Varsovia y El expreso de la mañana, de Kielce-Radom) entre el 6 de junio y el 30 de agosto del año 1939, Los hechizados es una obra atípica dentro de la bibliografía de uno de los escritores más atípicos del siglo XX. Su intención era escribir una buena novela mala, parodiar las reglas de la novela gótica de folletín para incluirle calidad a la lectura de la ama de casa promedio, como si se tratara de un caballo de Troya. El resultado es una novela original, entretenida y desconcertante, que funciona tan bien como historia de terror y drama así como también es un experimento más que interesante. Gombrowicz la publicó bajo el seudónimo de Zdzislaw Niewia. Nunca reconoció su paternidad sobre esta obra mientras vivió. Apenas la menciona en una de las últimas entradas de su biografía, poco antes de morir. Según su hermano Jerzy, se avergonzaba de este libro y había aceptado escribirlo por los altos honorarios que le pagaron.
Los lectores que habían desdeñado el vanguardismo de Ferdydurke recibieron con entusiasmo esta novela que incluía todos los ingredientes de un culebrón gótico: un amor imposible, un castillo habitado por un príncipe enloquecido, villanos que buscan quedarse con tesoros ajenos, una habitación con una misteriosa servilleta que tiembla sola, un linaje de rancio abolengo a punto de extinguirse, mucho humor negro, intrigas, misterio y drama. Pese a ser una rareza dentro de su proyecto literario, Los hechizados incluye todos los elementos que caracterizan la obra gombrowicziana: la oposición entre el individuo y la historia, entre forma y personalidad, la naturaleza del bien y del mal, los entresijos del crimen, el erotismo y la fatalidad.
La publicación por entregas se interrumpió en agosto de 1939 debido al ataque alemán a Polonia, a poco de iniciada la Segunda Guerra Mundial y a que el autor quedó varado en la Argentina –donde se encontraba de paso, durante el transcurso de la inauguración de una línea marítima a la que había sido invitado–, donde residiría durante los siguientes 24 años. La novela recién sería publicada como libro en su idioma original en 1973.
En 1982 se publicó por primera vez traducida al castellano, la edición argentina salió en la Colección gótica de Sudamericana. Un dato interesante es que Opetani –tal el título original en polaco, que también se conoció en ediciones posteriores como Posesión– fue traducida del francés nada más y nada menos que por el gran José Bianco (1908-1986), quien fuera secretario de redacción de la revista Sur, autor de tres novelas hoy clásicas de nuestra literatura (Las ratas, sombras suele vestir y La pérdida del reino), editor de Eudeba y traductor de Henry James, Ambrose Bierce y Jean Paul Sartre, entre otros.
El prólogo de Paul Kalinine en la edición de Sudamericana le agrega detalles interesantes al contexto de producción de la historia: la relación de la trama con los secretos del antiguo linaje del autor, los Symkowicz-Gombrowicz. A la rama materna del autor se le atribuyen enfermedades mentales, tal vez producto de uniones consanguíneas, algo frecuente en la aristocracia de siglos anteriores. Uno de sus tíos –Boleslaw Kotkowski– padeció demencia y vivió confinado en Bodzechow. Es imposible no pensar que este pariente fue tomado como modelo para el príncipe de Myslotch. También se destaca que uno de sus primeros ensayos fue una historia de su linaje basada en los abundantes documentos que había compilado su abuelo Onufry. El autor del prólogo establece un paralelismo entre el linaje materno de Gombrowicz, los Kotkowski con los Holchanski de la novela: familias de misántropos y locos.
Asistimos, además, al romance imposible entre Waltchak y Maya Okholowska, quienes se atraen mutuamente pero son demasiado orgullosos ambos para ceder a sus emociones. Las diferencias de clase contrastan con la similitud física y de carácter, planteando la idea de un posible doble. Los ámbitos por los que se mueven los personajes, el club de tenis, la casa de Polyka, el castillo de Mystloch, comparten una atmósfera opresiva, de absurdas convenciones sociales y rituales caducos. Ya avanzada la trama, hace su aparición el vidente Hincz, una suerte de Van Helsing en versión Gombrowicz, un personaje realmente original pero quizás demasiado tardío.
El prólogo de Kalinine destaca como aporte de Los hechizados a la novela negra que logra “el prodigio de reinstalarla en el corazón de nuestro tiempo y de su tiempo, haciéndole llevar el peso de lo ya vivido personalmente, de sus mitos y de sus obsesiones”. La historia tranquilamente podría transcurrir en la década del 80, del 90 o en el siglo XVIII y funcionaría de todos modos. Vale la pena citar por última vez el prólogo, que cierra con una idea más que interesante: “El encadenamiento vertiginoso de las acciones, la vigorosa tipología de los personajes, los cambios veloces de tonalidad y de ritmo sugieren con insistencia la idea de parodia. Los hechizados no se contenta con ser un ejemplar grande y hermoso en el museo de la novela negra; tampoco se limita a representar todos los registros de la ironía, el lirismo, lo frenético, hasta lo grotesco. Sus personajes se esfuman ante una antigua ruina, su intriga avanza impulsada por sí misma. En todo instante el lector adivina que desde lejos el autor lo maneja con hilos muy sutiles y lo hace andar ya para descubrirle una irresistible mueca, ya para convencerlo de que, en el fondo de toda esa fantasmagoría, se enmascara una inquietud genuina”.
En 2004, Seix Barral lanzó una nueva edición que incluía por primera vez el último capítulo traducido al español. Capítulo que se creyó perdido para siempre durante mucho tiempo y que no aparece en la versión de Sudamericana. Es por esta razón que la novela dejaba algunos personajes y tramas secundarias en el aire, pese a que se entendía.
Witold Gombrowicz nació en Maloszyce, Polonia, en 1904 y murió en Niza, Francia, en 1969. Su obra se caracterizó por la transgresión y la experimentación. Entre sus novelas se cuentan: Ferdydurke (1937), Transatlántico (1953), Pornografía (1960) y Cosmos (1967). Publicó un libro de relatos, Bacacay (1957), las obras de teatro La boda (1953) e Yvonne, Princesa de Borgoña (1958). Sus ensayos aún hoy son revisitados periódicamente, entre los que están: Diario argentino (1968), Diarios (1953-1969) y Kronos, un diario íntimo con todo tipo de anécdotas sobre su vida sexual, que fue publicado por su viuda recién en 2013.