«Yoga» es el relato en primera persona de cómo afrontó su trastorno bipolar y un tratado coloquial sobre la práctica del yoga, una crisis de pareja, el atentado islamista en la Charlie Hebdo, y la crónica del drama de los refugiados.
En la brecha que se abre entre escribir un librito «risueño y amable» sobre el yoga para finalmente publicar una «autobiografía psiquiátrica» sobre la recurrencia de una depresión que termina con un diagnóstico de bipolaridad, el escritor y periodista francés Emmanuel Carrère parece haber probado su propia medicina: en «Yoga», la última novela del maestro de la novela de no ficción que ya vendió más de 300.000 copias en Francia, quedan expuestos los sinsabores de la tensión creativa que surgen cuando en una obra concurren la indagación del yo y la exploración del mundo exterior.
Cuando Carrère ganó el Premio Princesa de Asturias de las Letras, el fallo sostuvo que sus libros «contribuyen al desenmascaramiento de la condición humana y diseccionan la realidad de manera implacable». Aquella frase de ocasión dice de «Yoga» más que cualquiera de las contratapas diseñadas para publicarla porque propone el desenmascaramiento de uno de esos culebrones que nutren la vida cultural francesa (su último divorcio) pero también del corset de los géneros, y se ofrece a la disección de sus tormentos psíquicos, pero también del entramado que se juega en una obra entre lo que pareciera confesar, ficcionar y omitir.
«Yoga» cuenta la vida del autor entre 2014 y 2019. Es el relato en primera persona de cómo afrontó su trastorno bipolar con un tratamiento que incluyó medicación y terapia de electroshock; y un tratado coloquial sobre la práctica del yoga, pero también es el testamento tras una crisis de pareja, la recreación del episodio del atentado islamista en la redacción de la revista Charlie Hebdo en el que murió un amigo, y la crónica del drama de los refugiados en la isla de Leros a la que viajó para convertirse en su profesor de taller literario.
Como la mayoría de los libros que llegan a las librerías, fue reescrito varias veces antes de imprimirse. La particularidad es que en vez de cambiar cuestiones estilísticas o de atender caprichos literarios, el escritor tuvo que acatar las amputaciones que le indicó su ex esposa y madre de su hija menor, la periodista Hélène Devynck.
«Mientras estábamos juntos, leí y edité sus manuscritos. Era un trabajo invisible y gratuito, por supuesto», dijo Devynck en una carta pública que se dio a conocer en la revista Vanity Fair cuando apareció «Yoga», en agosto de 2020. «Estoy pidiendo distancia. Ya no quiero ser su objeto literario. Solo quiero existir en otro lugar», sostuvo para dar cuenta del por qué del acuerdo de divorcio que la habilitaba a ese «poder de tijera» sobre la obra de Carrère y para despegarse del mote de censora.
La experiencia del lector que se adentra en las casi 400 páginas de «Yoga» está teñida del extrañamiento que provoca leer, con detalle, sobre una crisis existencial fuertísima sin conocer nada de aquello que la detonó. Ese enorme vacío narrativo, lo no dicho, deja en el libro una zona fantasmal sobre la que cada lector vuelca sus expectativas; como ocurre, más precisamente, en las historias de ficción.
El escritor (y miembro activo de los culebrones que nutren la vida cultural francesa) Frédéric Beigbeder, no puedo resistir a la tentación y en septiembre, cuando se conoció que «Yoga» había quedado postulado para el premio Goncourt, especuló sobre la depresión de su colega y planteó un interrogante sobre el funcionamiento de la novela, en tanto artefacto: «Hay un asunto de autocensura en este libro que le lleva a no contarlo todo y que hace que el trabajo autobiográfico no sea completo. No devela el verdadero problema. Estamos ante una autobiografía que se miente a sí misma. Como los pacientes que mienten al psicoanalista: no puede funcionar».
El autor es consciente de que, tras una amputación, el paciente suele padecer el dolor del miembro fantasma. «Había un relato bastante detallado de mi crisis conyugal en el que puedo certificar que para nada había ni una frase desagradable o mala. Era una historia triste y tierna, nada más», contó en una entrevista.
Después de «las correcciones» a las que fue sometido su texto, Carrère se apropió de esas lagunas. «Mi ex mujer decidió que tenía que suprimir todo eso y yo lo respeté. Esa laguna es, en cierto sentido, una manera más justa de explicar el final de un amor. Esta especie de rareza o extrañeza del libro me gusta. Es como si en el fondo, a pesar de todo, el libro hubiera terminado por organizarse en torno a la elipsis, y por eso creo que también es un libro de ficción», argumentó.
¿Cómo hizo para administrar la trama sin ni siquiera poder mencionar cuál había sido el detonante de aquella crisis existencial?
Aunque le gusta pensar su literatura como «el lugar donde no se miente», saldó los desacoples del libro con las herramientas que le da la ficción: «De este libro ya no puedo decir lo que con orgullo dije de los otros: Todo es verdad», advierte en la página 186.
Carrère sabe que «hay tanto narcisismo en cubrirse de elogios como en escupirse y patearse». Para salir de la disyuntiva, en «Yoga» recurre a la confesión explícita y asume aquello que otros buscarían edulcorar: «Soy un hombre narcisista, inestable, lastrado por la obsesión de ser un gran escritor».
Después de experimentar la tensión entre el exterior y el interior al que lo llevó su «autobiografía psiquiátrica», como definió a «Yoga», parece haber aceptado el desafío de volver sus ojos sobre el mundo que lo rodea. Publicó un reportaje en L’Obs sobre la paido-psiquiatría y las víctimas de pedofilia y trabaja en otros dos textos periodísticos.
«No tengo más ganas de escribir algo autobiográfico, me he ocupado lo suficiente de mí, gracias, pero no. Hay que interesarse por otras cosas, porque en el mundo no sólo existo yo. Ni siquiera para mí», aseguró, acaso por primera vez, cansado de sí mismo.
Obligado por las circunstancias, como contó en una entrevista reciente, Carrère trabaja en un libro documental sobre un par de calles del barrio en el que vivo en París: «Trato de describirlas, de describir a la gente que hace vida acá. Es una especie de diario, en realidad, en el que, por supuesto, he anotado cosas que vi que pasaron durante ese año absolutamente espantoso que fue 2020».