Lograr los objetivos, hacerlo con la menor cantidad de recursos, y que se sostengan en el tiempo para todos y para siempre es el objetivo de cualquier grupo social, en especial para los gobiernos. Pero siendo uno de los pocos sectores de poder que tienen plazo de vencimiento –las empresas, los medios, los jueces, son vitalicios- no puede sustraerse al corto plazo, y las campañas electorales que los ratifican (o no). Así, en ese corto plazo, entre dos elecciones deben comprobar su eficacia, su eficiencia y un proyecto sostenible. Menuda tarea ante la ansiedad e inmediatez de las demandas.
La sostenibilidad –económica, social y ambiental- es un concepto global: en la medida que nada es sostenible, lograrla suele ser una utopía que persigue un horizonte que se aleja a cada paso, pero que nos permite caminar.
En los mercados, las empresas y los intereses individuales, no es posible pensar que lo lograrán sin los Estados que moderen las tendencias a la concentración, y consideren aspectos fuera de las lógicas de maximización de utilidades, aun cuando los mercados, empresas e individuos tomen en cuenta la sostenibilidad social y ambiental.
Está probado que el desarrollo es consecuencia de la confianza mutua, las normas efectivas y la adhesión a los principios de la cooperación. Pero en los juegos de poder lograrlo requiere que los gobiernos democráticos y no hegemónicos jueguen un juego (muy parecido al póker o el más criollo truco), en donde algunas mentiras o medias verdades son la diferencia entre el éxito o el fracaso.
Entre los principiantes del juego se festeja tener cartas altas y se lamenta cuando vienen malas, por lo que muchas veces pierden en la medida que refuerzan cíclicamente la buena o mala suerte que no controlan. Entre los jugadores intermedios se suele simular mala suerte cuando se tienen cartas importantes, y buena suerte cuando son escasas, procurando confundir a los adversarios, inclusive simulando inexperiencia o supuestas peleas entre los compañeros; por lo que, a veces, se revierte la mala suerte de algunas manos, se minimizan las pérdidas y maximizan las ganancias cuando la suerte mejora. Los jugadores expertos recuerdan las cartas de las manos anteriores, y a veces las acomodan cuando las recogen, con lo que suman información sobre las cartas involucradas en las últimas manos y, de alguna forma, cambian un juego de azar por uno de estrategia, a condición de que nadie lo sepa (fuera de los que forman la pareja).
Ese parece ser el juego de estos días en la política argentina, donde en ambos extremos de los grupos mayoritarios se actúa como principiantes según las cartas que reciben, actuando por impulso o convicción sin fundamentos.
La oposición objeta al Gobierno por todo aquello que haga o deje de hacer, aun cuando se contradiga a sí misma y tenga muchas diferencias en su propio interior.
También desde sectores más radicalizados, aliados al Gobierno, se lo objeta por tibio o ajustador”, olvidando los anteriores fracasos (2013, 2015, 2017) de una política solo basadas en convicciones inmediatistas y extremas, que el resto de la población rechazó.
El Gobierno, en su moderación, parece estar jugando en un nivel intermedio, con idas y vueltas que confunden a quienes lo critican desde dentro y desde afuera, izquierda y derecha, mientras cambia sutilmente algunas bases del sistema actual en la medida que confía mantenerse unido y que los propios que lo critican finalmente seguirán votándolo en las próximas elecciones. En tanto, espera que los gobernadores sumen diputados a su bloque en la futura conformación de la Cámara, en la que aún no tiene mayoría.
Sin embargo, esta estrategia gradualista y aparentemente dubitativa tiene el inconveniente de no generar confianza, ni normas eficaces, al menos por ahora, y su épica de adhesión a los principios de la cooperación solo se limita a algunos consensos acotados y endebles con los gobernadores y unos pocos sectores sociales.
Por todo ello, cabe preguntarse si más cerca de las elecciones generarán confianza, serán efectivas las normas y si generarán una cultura de cooperación que le permita obtener sus objetivos electorales y comenzar a construir con nuevas mayorías una gestión eficaz, eficiente en el uso de los recursos disponibles y sostenible a largo plazo.
Si acaso, no deberá cometer errores en cuestiones fundamentales: comunicar asertivamente y mantener la unión de la cumbre estratégica del frente oficialista detrás de la pandemia y su administración, la ayuda social, la reforma judicial, la reforma impositiva, el frente externo, y el desarrollo por cadenas productivas que aumenten la actividad económica paso a paso sin promover inflación.