Hace 42 años, la Argentina recuperaba su voz. Luego de siete años y medio de dictadura militar, el pueblo volvió a votar. Fue el 30 de octubre de 1983, cuando Raúl Alfonsín, candidato de la Unión Cívica Radical, fue elegido presidente con el 52 % de los votos, en una jornada que marcó un antes y un después en la historia nacional.
Ese día no fue solo una elección: fue la restitución del derecho más básico de una sociedad libre, el derecho a elegir. Tras años de miedo, censura, persecución y desapariciones forzadas, millones de argentinos y argentinas volvieron a ejercer su soberanía en paz. Alfonsín, al hablar ante una multitud que coreaba su nombre, pronunció una frase que quedó grabada en la memoria colectiva: “Iniciamos una nueva etapa en la Argentina… una etapa de paz, de prosperidad y de respeto por la dignidad del hombre y de los argentinos”.
La última dictadura, instaurada el 24 de marzo de 1976, había dejado un saldo de 30 mil personas desaparecidas, miles de presos políticos, exiliados y censurados. Se prohibieron libros, canciones, obras de teatro, y exiliaron artistas. En ese contexto, la restauración democrática no solo implicó un cambio de gobierno, sino la reconstrucción de un país devastado moralmente.
Cinco días después de asumir, el 15 de diciembre de 1983, Alfonsín creó la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), con el propósito de esclarecer los crímenes cometidos durante el régimen militar. El trabajo de la comisión, presidida por Ernesto Sábato, culminó con la publicación del informe Nunca Más, un documento clave para la memoria colectiva y punto de partida del histórico juicio a las juntas militares.
El historiador Felipe Pigna siempre que le preguntan por aquel 30 de octubre, añade que el país entero fue protagonista de una jornada única: “La participación fue masiva. Nadie quería quedarse sin votar ni sin ser parte del regreso a la democracia.”
El triunfo de la fórmula Alfonsín-Martínez significó también la llegada de una generación que apostaba por la verdad y la justicia. En el plano cultural, el aire de libertad se reflejó en todas las artes: Mercedes Sosa regresó del exilio y compartió escenarios con León Gieco y Víctor Heredia; el teatro independiente floreció en espacios como el Café Einstein y el Parakultural; y el cine argentino comenzó a revisar su pasado con películas como Camila o La historia oficial, esta última ganadora del Oscar en 1985.
Pese a las dificultades económicas que atravesó el gobierno radical, la mayor conquista de esa etapa fue intangible pero perdurable: el renacer democrático y el compromiso con los derechos humanos.
De la conquista colectiva al desinterés individual
En las elecciones legislativas de este pasado 26 de octubre, se registró la menor participación ciudadana desde aquel histórico 1983. El contraste no pasa desapercibido: mientras hace 42 años, millones de argentinos hacían fila con emoción para depositar su voto, como un acto de libertad recién recuperada, hoy una parte de la sociedad parece haberse alejado de las urnas, entre el desencanto, la desconfianza y el «cansancio político».
Por esto es importante recordar, sobre todo en estas fechas, que la democracia no se agota en los gobiernos solos: los mismos se sostienen con la participación y son parte de nuestra responsabilidad colectiva. No votar también tiene consecuencias, y en un país que supo perderlo todo por el autoritarismo, la indiferencia puede convertirse en la forma más silenciosa de retroceso.
A más de cuatro décadas, la efeméride del 30 de octubre invita a recordar que la democracia no fue un regalo, sino una conquista colectiva. Que cada voto fue y es un acto de memoria frente al olvido y un homenaje a quienes ya no pudieron ejercer ese derecho.
Como dijo Alfonsín aquella noche de 1983, mientras una multitud desbordaba la Plaza de Mayo: “Hemos ganado, pero no hemos derrotado a nadie. Porque todos, absolutamente todos, hemos recuperado nuestros derechos.”
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