En un ciclo de entrevistas realizadas por Diego Sztulwark entre 2008 y 2010, el filósofo León Rozitchner recordaba que, al afrontar un trabajo académico en Francia, se propuso ser arbitrario. Para ello, se apoyó en una frase de Monsieur Teste, de Paul Valéry: “Il faut être arbitraire pour faire quoi que ce soit” (Es necesario ser arbitrario para hacer cualquier cosa).
Bajo esa premisa, adoptamos arbitrariamente esta herramienta de análisis para abordar la crisis que atraviesa el peronismo actual, haciendo hincapié en las elecciones legislativas de la provincia de Buenos Aires. El recorrido inicia en los comicios de octubre de 2001, transitando por 2003 y 2005, para desembocar en un breve análisis comparativo con el escenario de 2025.
Lo primero a considerar es que el peronismo no fue ajeno a las mutaciones de la crisis política de 2001. Uno de los rasgos más significativos fue el «degradé» en el vínculo representativo: los liderazgos comenzaron a inclinarse por las preferencias que el electorado demandaba a través de estudios de opinión y agendas mediáticas, más que por doctrinas rígidas.
Los resultados de aquel año marcaron una fuerte apatía hacia la clase política. En la provincia de Buenos Aires, sobre un total de 7.155.761 votantes, se registraron 847.069 votos en blanco (9,12%) y 1.003.504 votos nulos (10,81%) en el tramo de diputados nacionales. Este comportamiento no solo denunciaba un rechazo a los partidos, sino un viraje hacia formatos de representación personalistas.
Dos años después, las secuelas de diciembre de 2001 provocaron la división electoral del Partido Justicialista, que se presentó en tres frentes para las presidenciales de 2003. En los cargos legislativos, la apatía persistió: el voto en blanco en territorio bonaerense superó el 17% según la Dirección Nacional Electoral. El otro aspecto a señalar, fueron las tensiones que suscitaron al interior del peronismo previo a las elecciones de septiembre de 2003, fundamentalmente en la articulación de los métodos de selección de candidatos a intendentes en los distintos municipios de Buenos Aires, que se superponía con la candidatura de Felipe Solá a gobernador y la postulación a diputada nacional de Hilda “Chiche” Duhalde. En aquel turno, a pesar de las tensiones internas, el peronismo logró sortear con guarismos positivos que lo ubicaron en primer lugar con un 40,73%, lo que le permitió obtener 19 bancas para la Cámara Baja nacional. Otro dato significativo para diciembre de ese mismo año, fue el lanzamiento que la línea interna inaugurada por Felipe Solá que contó con el apoyo de 51 intendentes, lo que configuró un quiebre de la estructura dualdhista, que le valió trabas en la aprobación del presupuesto de la provincia de Buenos Aires.
Para 2005, las internas se profundizaron. La tensión entre el liderazgo personalista de Néstor Kirchner —quien buscaba ampliar su base mediante la «transversalidad»— y la postura ortodoxa de Eduardo Duhalde se volvió inocultable. El quiebre definitivo cristalizó en julio con la oficialización de la división entre el PJ y el Frente para la Victoria (FPV). El resultado fue categórico: en Buenos Aires, el FPV alcanzó el 43,04% en diputados frente al 15,17% del PJ.
En las elecciones legislativas de octubre de 2025, el peronismo, que había logrado un triunfo holgado en septiembre en la provincia de Buenos Aires para cargos locales, fue sorprendido por una derrota frente a La Libertad Avanza en las candidaturas nacionales en ese mismo distrito. El resultado lo dejó en una posición incómoda de cara al próximo turno electoral de 2027 y volvió a exponer las dificultades para articular una estrategia unificada.
Tras este recorrido, cabe preguntarse si existen puntos de contacto con el presente. En 2001, el PJ abandonó su carácter de “máquina electoral” sólida para adaptarse a una crisis de representación, combinando estructuras territoriales con liderazgos dependientes de la opinión pública. Hoy enfrenta una situación comparable: ausencia de cohesión interna y de un liderazgo que contenga las partes, en un creciente ausentismo electoral, que remite al “voto bronca” de aquel año.
Hoy, las semejanzas resultan inquietantes. A nivel nacional, el peronismo sufre la fuga de diputados, como ocurrió recientemente con representantes de la provincia de Catamarca; en el plano bonaerense, los conflictos entre La Cámpora y el gobernador Axel Kicillof tensan la cuerda; y, a nivel municipal, la “liga” de intendentes del conurbano vuelve a imponer intereses propios en la estrategia electoral, en una dinámica que remite a 2005.
Es ahora cuando la pregunta se impone: ¿vive el peronismo un déjà vu?
Si es así, ¿está en condiciones de recomponer su vínculo con la sociedad? La aparición disruptiva del fenómeno Milei configura una metamorfosis obligatoria en el horizonte. La pregunta final sigue abierta: ¿podrá lograrlo apelando a su tradición o necesitará, una vez más, reinventarse desde afuera?
Fuente: Dirección Nacional Electoral
Gerardo Peralta
DNI: 22774790
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