La pandemia aceleró la legitimación de las redes sociales como medio de información para sus usuarios, quienes, pese a cierta desconfianza, las consideran «espacios de libertad y transparencia», sin cuestionar los «intereses político económicos» que puedan estar detrás, indicó un estudio desarrollado por investigadores de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam).
El informe, realizado a partir de una serie de grupos focales, registró «un antes y un después» en los hábitos informativos, a partir del cual los medios de comunicación tradicionales (radio, televisión y prensa escrita) fueron de modo creciente desplazados por su versión digital (portales digitales) y más aún por las redes sociales en general.
«De un modo muy paradójico, las redes sociales avanzaron muchísimo en su legitimación durante la pandemia, al menos en Argentina», aseguró Ezequiel Ipar, coordinador de este estudio realizado por el Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos (LEDA) de la Unsam e investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet).
Dedicados hace más de una década al estudio de estas tendencias, el grupo de investigadores que conforman el LEDA se dedicaron durante los últimos meses a indagar cómo las redes sociales funcionaron «como refugio» frente a las noticias de los medios tradicionales que narraban el «acontecimiento trágico» que fue la pandemia por la Covid-19.
«En investigaciones previas a la pandemia identificamos una desconfianza de los usuarios hacia las redes sociales, todos aceptaban que no es confiable la información que aparece en las mismas», señaló a Télam Lucía Wegelin, doctora en Ciencias Sociales e integrante de la investigación.
Sin embargo, en los últimos grupos focales realizados a usuarios activos encontraron que esta desconfianza, exclusiva de las redes sociales, se generalizó ahora a los medios tradicionales, que «terminaron bajo la lógica de la desconfianza y potenciando, de alguna manera, las redes sociales».
Este fenómeno se explica por «cierta insoportabilidad de la angustia» que generaba la cantidad de fallecidos y por «la sospecha de la veracidad» de los medios de comunicación tradicionales, a los que «se atribuía en parte la incertidumbre general propia del virus», señalaron los investigadores.
Agregaron que la «editorialización», que aparece como un problema en los medios tradicionales por su carácter de «tutela», en las redes sociales «no aparece muy claramente identificada» debido a la «fantasía de la inmediatez». Es decir, a la supuesta «ausencia de personas detrás» de estas plataformas.
«Según esta idea, es el usuario el que domina al medio de comunicación y no a la inversa. Prevalece la idea de que en las redes sociales el individuo es soberano, mientras que en los medios tradicionales no porque siempre hay línea editorial», desarrolló Ipar, para quien «esa fantasía es muy poderosa y creció mucho con la pandemia».
«La confianza creciente en las redes sociales es un resultado de esa libertad entendida como ausencia de mediaciones con la información directa. En las redes sociales cada quien cree que puede decidir qué ver, qué no, cuánto tiempo y con qué fuentes», añadió por su parte Micaela Cuesta, también doctora en Ciencias Sociales e investigadora del LEDA-Unsam.
Esa libertad conlleva «el riesgo del libertinaje porque se puede decir cualquier cosa». Sin embargo, es una regla aceptada ya que la «absoluta libertad» de las redes sociales es entendida como «un valor inigualable de las redes sociales en relación a otros medios de información», explicó Cuesta.
Según el informe, sólo para una porción «muy menor» problematiza la idea de las redes sociales como «garantía de objetividad» o los riesgos asociados al funcionamiento de los algoritmos.
Para la mayoría de los relavados, la información de las redes sociales aparece como más «verdadera» o «transparente» que cualquier otra y consideran que cualquier posible regulación «vulnera el principio fundamental de las redes que es la posibilidad de ‘decir cualquier cosa'».
En esa línea, considerando estudios previos del LEDA o incluso un informe realizado por Twitter donde se admite que las redes sociales son «un canal privilegiado para la circulación de los discursos de odio, la radicalización de los grupos de extrema derecha, de las teorías conspirativas y las fake news», la legitimación de estos entornos genera «una señal de alerta», aseveraron los investigadores.
«Los medios de comunicación tradicionales todavía tienen, a pesar de todo, ciertas reglas éticas y jurídicas; las redes sociales no, por lo que abundan construcciones de sentido que no podrían circular en otro lugar que no sean las redes», indicó Cuesta.
Frente a este escenario, coincidieron en la necesidad de poner en primer plano «lo falso de la neutralidad de las redes sociales» y la supuesta ausencia de intereses político-económicos.
«Deberíamos debatir una política pública democrática, que no sólo muestre la estructura concentrada que está detrás de los medios tradicionales sino que además pueda develar esa ingenuidad para el uso público de las redes sociales», concluyó Wegelin.