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Muerte de Diego Maradona
La mano de Dios había puesto a un genio del fútbol en la tierra. Y ella nos lo acaba de quitar, con una jugada imprevista que engañó a todas nuestras defensas. ¿Quería, con este gesto, zanjar el debate del siglo, si Diego Maradona es el mejor futbolista de todos los tiempos? Las lágrimas de millones de huérfanos le responden con dolorosa evidencia.
Nacido en un barrio pobre de Buenos Aires, Diego Armando Maradona hace soñar a su familia y su barrio con gambetas que pronto crucificarán a los mejores defensores europeos. Boca Juniors y los legendarios clásicos lo revelan al fútbol mundial. Barcelona ganó el diamante, creyendo que finalmente había encontrado al sucesor de Johan Cruyff para dominar una vez más el fútbol europeo.
Pero fue en Nápoles donde Diego se convirtió en Maradona. En el sur de Italia, el pibe de oro redescubre la desmesura de los estadios sudamericanos, el fervor irracional de la afición y lleva al Napoli por la vía del Scudetto, a las alturas de Europa. El sur se venga de la historia y solo el refuerzo de Platini verá a la Juventus una vez más en igualdad de condiciones con sus rivales históricos.
Jugador suntuoso e impredecible, el fútbol de Maradona no tenía nada de ensayado. Con una inspiración siempre renovada, constantemente inventaba movimientos y tiros fuera de serie. Un bailarín de botines, no realmente un atleta, más un artista, encarnaba la magia del juego.
Pero aún tenía que escribir la historia de un país marcado por la dictadura y la derrota militar. Esta resurrección tuvo lugar en 1986, en el partido más geopolítico de la historia del fútbol, los cuartos de final de la Copa del Mundo contra Inglaterra con Margaret Thatcher. El 22 de junio de 1986, en la Ciudad de México, marcó su primer gol con Dios de compañero.
El milagro es discutido, pero el árbitro no vio nada: la picardía de Maradona sale adelante. Luego sigue «el gol del siglo», que convoca las almas de los grandes gambeteadores del fútbol: Garrincha, Kopa, Pelé unidos en una sola acción. Más de 50 metros, en una carrera alucinante, pasó a la mitad de la selección de Inglaterra, eludió al arquero antes de mandar la pelota a la red y a la albiceleste a los cuartos de final del Mundial. En el mismo partido, Dios y Diablo, marcó los dos goles más famosos de la historia del fútbol. Había un Rey Pelé, ahora hay un Dios Diego.
Con la misma gracia, la misma soberbia insolencia, se acerca sigilosamente a la final que marca con el gesto más lindo del fútbol: el pase decisivo, el gol del número 10. Cuando levanta el trofeo, se crea un mito. El enfant terrible se convierte en el mejor jugador del mundo. Y el Mundial vuelve a la Argentina: esta vez es del pueblo, no de los generales.
Este sentir de la gente, Diego Maradona también lo vivirá fuera de la cancha. Pero sus expediciones a lo de Fidel Castro y de Hugo Chávez sabrán a derrota amarga. Fue en las canchas donde Maradona hizo la revolución.
El Presidente de la República saluda a este indiscutible soberano de la pelota que tanto aman los franceses. A todos los que ahorraron su dinero para completar finalmente el álbum de México 1986 con su figurita, a todos los que intentaron negociar con su pareja para bautizar a su hijo Diego, a sus compatriotas argentinos, a los napolitanos que dibujaron frescos dignos de Diego Rivera con su cara, a todos los amantes del fútbol, el Presidente de la República envía su más sentido pésame.