El Partido Comunista de China (PCCh) celebra este año sus 100 años de existencia. Es un momento de hacer balance, una tarea que sin duda no resulta sencilla. El Partido tiene en su haber activos importantes. Se pueden destacar fundamentalmente dos: con la fundación de la República Popular China el Partido terminó un largo período de crisis y decadencia, el llamado siglo de humillación”, en el que sufrió agresiones exteriores, pérdida de soberanía sobre partes de su territorio, y enfrentamientos que desembocaron en la guerra civil. Con la República Popular fundada en 1949, el Partido Comunista devolvió a China la unidad nacional que le permitió superar la larga crisis que arrastraba desde mediados del siglo XIX, transformándola en una potencia temida y respetada en la comunidad internacional.
El segundo gran activo está ligado a la etapa de reforma de las últimas cuatro décadas. El PCCh ha liderado un proceso de transformación económica que ha producido una mejora espectacular en las condiciones de vida. Gracias a la nueva orientación que asumió a fines de los años 70, China ha protagonizado la mayor revolución económica de la historia, en el sentido de que nunca una población tan grande había experimentado una mejora tan intensa en un periodo de tiempo tan corto.
Junto a estos activos existe un lado oscuro: las purgas y ejecuciones masivas, las campañas políticas y sociales que supusieron grandes convulsiones, como el Gran Salto Adelante, de finales de los 50, que provocó una gran hambruna y millones de muertes, o la Revolución Cultural, que trastornó gravemente la estabilidad del país y dio lugar a la persecución, y la muerte violenta de miles de personas.
El PCCH es un partido político especial, diferente al de otros países. Entronca con las tradiciones de la cultura china: aglutina a los que gobiernan”, las personas que, por sus méritos, su formación y su experiencia, tienen la responsabilidad de administrar los asuntos públicos. En China no existe la separación de poderes: todos los poderes del Estado se agrupan bajo el control del Partido Comunista.
En China la tradición de democracia es inexistente. No ha habido elecciones o alternancia de partidos. Cuando se habla de democracia, o reformas democráticas, no se está hablando de multipartidismo, elecciones o alternancia en el poder; sino de profundizar la extensión y el respeto a las leyes, la responsabilidad de los gobernantes, combatir los abusos, las arbitrariedades y la corrupción.
Por otro lado, el propio carácter comunista” debe matizarse. La revolución china fue nacionalista, más que comunista. El comunismo chino incorporó ingredientes tradicionales de la cultura y, en concreto, de lo que constituye la médula de ésta: el confucianismo. Del marxismo-leninismo adoptó sobre todo el segundo componente. El peso del marxismo como ideología fue escaso. ¿Acaso no resulta extraño que un país gobernado por un partido en teoría comunista se haya convertido en uno de los países del mundo con mayores desigualdades económicas?
Con la llegada al poder de Xi Jinping, en 2012, la República Popular China ha entrado en una nueva etapa. Con Xi se ha producido una involución en buena parte de las tendencias que impulsó Deng Xiaoping, el líder que emergió como dirigente supremo tras la muerte de Mao, en 1976, y que fue el motor de la era de la reforma y apertura al exterior.
Deng promovió un carácter más colectivo en el ejercicio del poder. Durante sus tres primeras décadas, el poder en la República Popular tuvo un carácter personalista, centrado en Mao. A su muerte tomó el poder, también con un fuerte componente personal, Deng Xiaoping.
Deng impulsó un sistema de relevo en los puestos clave del Partido y el Estado. En esta etapa de Xi Jinping se ha producido una involución y ha retornado el culto a la personalidad. El poder se ha concentrado en Xi
En política exterior, China ha adoptado una pose agresiva. Las diferencias y conflictos con EEUU, India, Australia, la Unión Europea, los países asiáticos (con los que mantiene disputas territoriales en el mar) están aumentando de manera alarmante. Especialmente preocupante es el propósito de China de exportar la censura, apoyándose en el poder de su mercado, y de la autocensura: el mensaje que transmite es que no se la puede criticar, porque responderá con represalias económicas. ¿Se podrá mantener esto en el largo plazo? ¿Piensan los actuales dirigentes chinos que la creciente reacción contra China no los va a afectar, que el poderío de su mercado soportará todo?
En todo caso, la comunidad internacional debe continuar buscando un acuerdo con China, dado su peso demográfico, económico y militar. Y debe ser firme en defender los derechos humanos y el respeto las normas internacionales. En el futuro, tras la etapa de Xi Jinping, en China podría abrirse una nueva era, con unos gobernantes y unas perspectivas diferentes en todos los órdenes.