Podría haberlo dicho en Bruselas, pero el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, eligió ayer el desangelado arco de entrada a Rafah, el paso fronterizo entre Egipto con Gaza, para denunciar las “violaciones masivas de derechos humanos” cometidas por Israel a apenas medio kilómetro de donde hablaba.
Lo dijo antes de conocer de primera mano ―sorprendiéndose e indignándose― las restricciones israelíes a la entrada de ayuda humanitaria a Gaza y al final de una carretera desértica con camiones con ayuda humanitaria a los lados, por el cuello de botella para su ingreso a Gaza.
Borrell no quiso poner el foco en los muertos (casi 41.000) en los ataques aéreos que se colaron puntualmente en la visita. Tampoco, pese a la cercanía física al lugar, en la nueva gran exigencia del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu: que sus tropas mantengan, una vez termine la guerra, el control del Corredor Filadelfia, el otro lado de la frontera que tomaron en mayo, ni en la negociación de un alto el fuego.
El cuello de botella para la entrada en Gaza no es fruto de una catástrofe natural, sino que ha sido “creado por el hombre”, recordó Borrell junto a las barreras de hormigón. Igual que la crisis humanitaria en la Franja.
“Lo que está pasando al otro lado de este muro no es una crisis creada por la naturaleza. No es una inundación, ni un terremoto. No es una de esas crisis que llegan de vez en cuando y no podemos evitar. Es una crisis hecha por el hombre”, señaló.