El país asiático atraviesa un profundo momento de incertidumbre. El sábado pasado una multitud se congregó frente al palacio presidencial e irrumpió el lugar, en exigencia de la dimisión inmediata del presidente Gotabaya Rajapaksa. Mientras tanto, soldados se desplegaron por la ciudad y el jefe del Estado Mayor, Shavendra Silva, pidió apoyo público para mantener la ley y el orden.
No obstante, con un clima caldeado de hastío y rebelión, las confrontaciones fueron inevitables y se desataron disturbios que dejaron más de 100 heridos, entre ellos muchos periodistas. El país, una isla ubicada frente a la costa sur de India, se encuentra sumida en una crisis económica y política sin precedentes, con escasez de medicinas, comida y combustible, que los manifestantes atribuyen a la gestión de Rajapaksa.
El Gobierno declaró una moratoria de su deuda por 51.000 millones de dólares y busca un préstamo del FMI, por lo que debe presentar un plan sobre sostenibilidad de la deuda al organismo en agosto próximo antes de llegar a un acuerdo.
Además de la renuncia de Rajapaksa, que se hará efectiva el miércoles próximo, el primer ministro, Ranil Wickremesinghe, anunció que dejará el cargo, pero que será una vez que se establezca un nuevo gobierno que pueda continuar las “conversaciones con el FMI”.
En mayo, Sri Lanka entró en default. Vale recordar que el mandatario saliente, que se encuentra refugiado en una base militar, es el hermano menor del ex primer ministro, Mahinda Rajapaksa, quien renunció el pasado mes de mayo tras violentos enfrentamientos entre sus simpatizantes y manifestantes antigubernamentales que causaron tres muertos, uno de ellos un diputado, y más de 150 heridos.