Más allá de un respaldo a Ucrania por primera vez más que concretó –mediante un acuerdo que significó un préstamo de US$ 50.000 millones gracias a los intereses de los activos congelados de Rusia-, el G7 que concluyó el sábado en el paradisíaco resort de lujo de Borgo Egnazia de la Puglia dejó en claro que su anfitriona, Giorgia Meloni, no sólo superó la prueba, sino que la dejó como una “súper estrella”.
Muchos analistas coinciden, en efecto, que Meloni, de 47 años y con la perenne sombra sobre sus espaldas de liderar un partido de derecha post-fascista, demostró en esta cita que reunió a las siete democracias más industrializadas del mundo que su liderazgo se ha consolidado no sólo a nivel europeo, sino, también, internacional.
Meloni también tuvo gran sintonía con su invitado ilustre, el papa Francisco, una presencia que marcó una enorme diferencia con las anteriores cumbres ya que fue la primera vez que asistió un pontífice en los casi cincuenta años de este foro. Meloni llegó a la cumbre del G7 con una enorme ventaja respecto de los demás miembros del selecto grupo, ya que había triunfado en las elecciones europeas del fin de semana pasado, que pusieron en cambio contra la pared a los líderes de los otros dos grandes países de la Unión Europea (UE) en el foro.
En cuanto al tema que desvela ahora a todos -si Meloni, referente del grupo de Conservadores y Reformistas Europeos (ECR), respaldará la candidatura de su “amiga” Ursula von der Leyen para un segundo mandato en la Comisión Europea- la primera ministra fue cauta. Si bien admitió que el Partido Popular Europeo (PPE) de Von der Leyen fue el que más votos sacó, reforzada por su actuación estelar en este G7, advirtió que ella espera dos cosas: que “a Italia se le reconozca el rol que le corresponde y que Europa comprenda el mensaje que llegó de los ciudadanos europeos”.