A las preocupaciones habituales de los argentinos sobre inflación, empleo, seguridad, se agregaron este verano los temas de las lluvias, las inundaciones y sus efectos. Pero, ¿de qué se habla, cuando se habla de lluvias e inundaciones? Hay una cuota de cinismo cuando se refieren a estos temas. Los temas climáticos ocupan un lugar importante: sus consecuencias o efectos; el porqué son cada vez más intensos y recurrentes; el motivo por el cual se relativiza o niega la responsabilidad humana en los mismos, las relaciones entre el modelo económico y estos fenómenos de la naturaleza.
La lluvia no cesa, se atribuye al “Fenómeno del Niño”. En algunos casos, el volumen del agua caída en un mes equivale al total anual, la acumulación del agua y su lenta absorción hacen subir las napas y favorecen estas inundaciones. Los comunicadores que tienen espacios en la gran prensa hablan de una “tragedia de la naturaleza”, sería algo así como algo que está fuera del control y la responsabilidad humana.
Algunos datos de los efectos del actual fenómeno en las provincias del Norte. La situación es particularmente grave en Chaco, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y Santiago del Estero. Con menor incidencia en Tucumán, Salta y Córdoba. Los muertos suman 4, los evacuados rondan las 5.000 familias (cerca de 3.000 personas solamente en 15 localidades chaqueñas). Las pérdidas globales se pueden estimar en unos 2.200 millones de dólares. Dentro del área mencionada fueron afectados varios millones de hectáreas de tierras (sólo en Santa Fe denuncian unos 3 millones).
Entre los efectos específicos tenemos el caso de algunos cultivos: al girasol, en el área con dificultades, aún le falta cosechar el 60%; el maíz tiene pendiente de sembrar un 40%; en cuanto a la soja hay 13,8% del sembradío bajo agua. Hace un año, esta y otras zonas también fueron afectadas por otro fenómeno “natural”, aquello fue una fuerte sequía.
El calentamiento global está influyendo en las variaciones del clima. Por eso no debe extrañar que una significativa sequía sea sucedida por una intensa lluvia. Estas inundaciones son un producto de ese fenómeno, y sus consecuencias negativas son aumentadas por actividades humanas. Es conocido el debate mundial en torno a este tema: son 195 los países que han firmado el Acuerdo de París (2015), por el cual se comprometen a reducir las emanaciones de “gas de invernadero” para evitar que el calentamiento global siga creciendo por encima de ciertos límites.
Hasta hace poco tiempo, la inmensa mayoría de la dirigencia acordaba en esta necesidad y así nació la responsabilidad estatal. Ahora hay una novedad, con los triunfos de Donald Trump y Jair Bolsonaro viene una corriente mundial que no acuerda con ese Tratado; Estados Unidos y Brasil están cuestionando el Acuerdo de París y su futuro es incierto. La principal actividad depredadora de los humanos es la deforestación. La destrucción de bosques es tres veces más nociva para el calentamiento global que los combustibles fósiles (hidrocarburos), tan justamente cuestionados.
Nuestra región es un pésimo modelo y el futuro pinta peor. Con el conformismo de un satisfecho, la impotencia o el cinismo, el Presidente nos acaba de avisar, cuando sobrevolaba la zona inundada: “Tendremos que acostumbrarnos a las inundaciones, van a pasar en distintas zonas, en distintos lugares del país”. Luego, erra sobre las causas y la solución cuando dice “nuestra infraestructura no alcanza para contener estas situaciones, las lluvias son superiores a todo lo conocido, como el año pasado lo fue la sequía”. Estos fenómenos no son un desastre natural ni empiezan cuando aparecen, son el último eslabón de una larga construcción social cuyo eje es el modelo económico que se aplica. Mientras no se modifique este “modelo”, que pone el centro en las ganancias de los individuos y sus empresas y no en el buen vivir de las personas y la comunidad, estos hechos se van a seguir repitiendo.
En una reciente investigación del INTA se dice que “el árbol es una bomba extractora de agua”. Cuando el árbol no está la “bomba extractora” deja de funcionar y la napa comienza a subir. Al llover mucho el suelo ya no absorbe el agua y la inundación es el efecto. Según el mismo INTA, la región más afectada por la última inundación es la conocida como “chaqueña”. En esa zona el bosque absorbe hasta unos 300 milímetros de agua de lluvia; los campos destinados a pasturas para animales absorben 3 veces menos que el bosque y los campos sojeros lo hacen 10 veces menos.
Los datos más recientes indican que en los últimos 35 años se han deforestado unos 12 millones de hectáreas de bosque nativo, a razón de algo más de 300.000 hectáreas por año. Todo ello, no obstante haberse aprobado en 2007 la Ley 26.331 de protección de los montes nativos. En el mismo período explotó el cultivo de la soja, el hada mágica de la economía argentina: ocupa cerca de 19 millones de hectáreas, el 60% de nuestra tierra cultivada. Salta y Chaco, dos de las provincias afectadas por esta inundación están a la cabeza de la deforestación.
En el caso de Salta se avanzó, incluso contra las normas legales, través de los “permisos de rezonificación” otorgados a los amigos del poder de los Urtubey. En el Chaco, la víctima fue la zona boscosa conocida como el Impenetrable, asentamiento de poblaciones indígenas que hoy mueren lentamente al habérseles destruido el hábitat donde residían y del cual vivían. La depredación chaqueña, por fuera de la ley, rondaría un 45% del total deforestado. Algunas estimaciones evalúan que por cada 70.000 hectáreas deforestadas hay un desplazamiento de 400 personas. Si tenemos presente esa cifra, el total de población desplazada por la deforestación -en estos últimos 35 años- es de unas 200.000 personas, en su mayoría indígenas y campesinos pobres.
El modelo productivo argentino, pensado hacia afuera, forma parte del extractivismo que nos han impuesto, que afecta y destruye la naturaleza y termina perjudicando la vida humana. Esos pensamientos forman parte de una cultura que coloca el eje en la perspectiva de un progreso y desarrollo que imaginan infinitos, en él se saquea la riqueza y queda la miseria para los sectores populares. Su aplicación ha sido promovida y exaltada por los gobiernos de todos estos años: esa es la causa que está en la raíz de estas inundaciones.