Todavía no figuran en la agenda ciudadana. Sin embargo, en agosto, se harán las Paso (Primarias Abiertas Simultáneas Obligatorias), para elegir los candidatos a cargos nacionales. Este mecanismo de selección de candidatos podría ser muy útil para construir una alianza opositora. En 2015, fue clave para el origen de Cambiemos.
Luego, en octubre, se realizará la “primera vuelta” para elegir (o reelegir) al (o la) Presidente de la Nación. Si nadie obtuviera las mayorías que requiere la Constitución Nacional, se hará una “segunda vuelta”, en noviembre, entre los dos candidatos más votados. En 2015, fueron Daniel Scioli y Mauricio Macri.
Como todas las elecciones presidenciales, esta será una oportunidad para que los electores ratifiquen o rectifiquen el rumbo del país. Es la gran ventaja de las democracias representativas: los representados pueden premiar o castigar a sus representantes a la hora de elegirlos y, sobre todo, de reelegirlos o no.
Hace poco más de tres años, en Argentina se produjo un cambio político muy importante. Después de siete décadas, por primera vez, fue elegido por el voto popular, sin fraudes ni proscripciones, un presidente de la Nación no proveniente del peronismo ni del radicalismo. Eso, nada menos, significó para el país, la llegada de Mauricio Macri a la Casa Rosada.
Pero, además, lo hizo como líder de una novel alianza electoral integrada por la Unión Cívica Radical (el mismo partido de Hipólito Yrigoyen, Arturo Illia, Raúl Alfonsín y Fernando De la Rúa) y una de sus escisiones, la Coalición Cívica de Elisa Carrió. Otra novedad política, tan significativa como la primera.
Macri se hizo cargo de la presidencia con una consigna política contundente, imposible de explicar en los dichos, pero fácil de entender en los hechos. Cambiemos quiso erradicar los viejos partidos argentinos. A ese fin, hacían falta dos cosas.
Por un lado, hacía falta fagocitar la estructura territorial de su principal aliado, la Unión Cívica Radical. Luego, desdibujar su identidad partidaria y, finalmente, subsumir a los dirigentes del centenario partido hasta que desaparecieran de la política real.
Por el otro, hacía falta confrontar al peronismo, hacerlo responsable de todos los males habidos y por haber y, de esa manera, aniquilarlo. Por y para eso, Cambiemos se posicionó como la fuerza política que venía a terminar con la decadencia de los últimos 70 años (de peronismo, obviamente, de 1945 a 2015) y, en particular, de los 12 años de su última versión, el kirchnerismo.
Lo que no te mata, te fortalece
Así, Cambiemos pergeñó y puso en marcha aquella consigna política con un doble propósito: fagocitar al radicalismo y aniquilar al peronismo. Dos fueron los adláteres principales. Marcos Peña, como el mandamás de la campaña electoral, primero, y del gabinete nacional, después. Durán Barba, como el todopoderoso creador de los eslóganes comunicacionales. Los disidentes quedaron en el camino.
Con el radicalismo, pudo lograrlo, para mal de la República. Ese propósito ha sido cumplido a rajatabla. Hoy por hoy, la Unión Cívica Radical carece de cualquier protagonismo político, tanto en las decisiones del gobierno como en las estrategias de la campaña. Sus dirigentes son convidados de piedra, salvo que se subordinen a los mandatos del jefe de gabinete y su asesor ecuatoriano.
Con el peronismo, a pesar de sus muchos errores, no pudo. Ni siquiera con el kirchnerismo. Sintetizando las múltiples encuestas de opinión que se conocen, algunos candidatos del peronismo (no todos) podrían vencer a Mauricio Macri en las elecciones de octubre o noviembre. Un año atrás, esto era impensable, política ficción.
Según las encuestas, si el peronismo fuera unido a las elecciones de octubre, su candidato podría ganar en primera vuelta. Si, en cambio, el peronismo fuera dividido, es decir, los kirchneristas de un lado y los no kirchneristas del otro, cualquiera de sus candidatos podría ganar en una hipotética segunda vuelta.
La mera posibilidad de perder la reelección de Mauricio Macri con un candidato de origen peronista es, sin dudas, la muestra del fracaso político de Cambiemos. No nos referimos al evidente fracaso de sus políticas económicas y sociales, sino al fracaso de uno de los dos propósitos de su consigna política: erradicar al peronismo.
Han pasado más de tres años de gestión de Cambiemos. Durante todo ese tiempo, el discurso del gobierno y de los medios afines, ha sido atribuir todas las desgracias argentinas, sin excepción, a los 70 años de peronismo y, en particular, a los 12 de kirchnerismo.
Sin embargo, Cristina Fernández es la dirigente opositora con mayor intención de voto y la misma imagen negativa que el presidente Macri. Considerando los hechos de corrupción, algunos denunciados y otros probados, Cambiemos también fracasó políticamente.
A pesar de la mala performance de su gestión, el presidente podría ser reelegido. No por la capacidad del oficialismo macrista, sino por la incapacidad de la oposición peronista. En definitiva, muerto el radicalismo, la suerte del país vuelve a depender del peronismo, mal que le pese a los ideólogos de Cambiemos.