Hace algún tiempo vi una película que me dejó pensando muchas cosas, en particular en una que se relaciona poderosamente con Córdoba: “Isla de perros” (Wes Anderson). Qué tentación hacerme pasar por crítico de cine y dejar mis impresiones en esta columna. Poner cara solemne, mirar reflexivamente hacia la nada y hablar pausado, eligiendo bien las palabras, los adjetivos. Tranquilos, no cometeré tal desatino. Sé demasiado poco sobre cine. En cambio, puedo, con mayor sinceridad, contarles que alguien, muy amorosamente y tal vez sugiriendo algunas similitudes con el errante protagonista canino, “Chief”, me recomendó esta peli y la miré una noche que me encontró sin plata para salir de mi casa. En cualquier caso, consignemos unas pocas, precarias, anotaciones para el registro: Isla de Perros es una película animada, maravillosa, de una calidez sanadora. Mírenla.
Anderson cuenta la historia de una ciudad ficticia del Japón, Megasaki, en la que su alcalde, apoyado por el pueblo, toma la determinación de erradicar a los perros de la comunidad. Todos los animalitos deben ser quitados de la ciudad y enviados a un sitio espantoso, al que el poderoso alcalde Kobayashi llamará “Isla de perros” (y los perros, “Isla basura”).
En la “Isla basura” son depositados todos los residuos que fue acumulando aquella comunidad: basuras, edificios y parques abandonados dan forma a una ciudad fantasma y putrefacta que habitan los pobres perros erradicados de Megasaki. Quizás, sólo quizás, usted y yo, querido/a coterráneo/a cordobés/a, hayamos encontrado en esta última descripción cierta coincidencia paisajística. Basuras amontonadas de todo tipo, edificios y parques abandonados… Me levanto de la silla y reflexiono (ya sin postura solemne de crítico de cine. O sí). ¿Por qué me suena tanto? ¡Caramba! ¿Acaso Wes Anderson pasó por la ciudad de Córdoba para construir un relato cinematográfico futurista, distópico, que para nosotros, en realidad, es moneda corriente?
En los últimos ocho años, Córdoba duplicó la cantidad de basurales a cielo abierto. Voy con las cifras, aunque suena redundante ya que es algo demasiado expuesto en nuestra experiencia cotidiana: hay basurales por todos lados. Pasamos de tener 80 en 2011 a los más de 150 actuales (hay instituciones que hablan de más de 200). Se extinguió la incipiente recolección diferenciada de residuos que había previo a la privatización del servicio de Higiene Urbana en 2012 y, hasta diciembre del año pasado con el relanzamiento del mismo, no hubo ninguna campaña masiva de enseñanza y concientización sobre la importancia del reciclado y la reutilización de residuos sólidos urbanos. Los puntos verdes de tratamiento de reciclables fueron desatendidos: Córdoba recicla apenas el 0,5 % de la basura que tira; somos una de las peores ciudades del mundo en este sentido.
La Higiene Urbana local fue entregada a prestatarias privadas con la promesa de cuantiosos ahorros fiscales, pero su costo aumentó cinco veces para los cordobeses desde entonces. Un derrotero con responsables y consecuencias harto palpables, la basura se convirtió en la principal preocupación ciudadana de quienes la habitamos y es el elemento dominante en la triste escenografía del espacio público. ¿Cómo puede ser disfrutable una ciudad tan sucia? La isla basura mediterránea en la que convivimos un millón y medio de personas. Al menos podemos hacerlo con nuestras mascotas. Hasta que a algún genio se le ocurra echarle la culpa a los animales de los desastres a los que nos hemos autocondenado los seres humanos.
Aquí hay un punto de trabajo para gestiones venideras. Uno prioritario. Sumo un apunte para quien asuma la intendencia luego de las elecciones: la gestión íntegramente privada de la Higiene Urbana, con el Estado local desentendido por completo, fracasó. Si no se recupera el liderazgo público para orientar y mejorar la prestación de éste y los demás servicios, seguiremos igual.
Un comentario de cierre, y tal vez puente hacia mi próxima columna que ya anda dando vueltas por algunos rincones de mi cabeza. La película de Anderson da un giro cuando Atari, un pequeño niño, llega en su nave a “Isla Basura” en busca de su perro, “Spots”. El amor del niño hace que todo cambie, que el imaginario de una sociedad compartida, amigable, donde el cariño por el otro, por lo otro, importa, reaparezca con esperanzadas posibilidades de ser (perdonen la ingenuidad, pero soy de los que todavía creen en estas cosas). En una escena emocionante, Atari lee, frente a una multitud, un “haiku” –esa bella micro poesía japonesa– que habla de la empatía perdida. “¿Qué pasó con el mejor amigo del hombre? Flor cayendo en primavera”. Pienso en ese texto bastante seguido. Qué pasó con el hombre. Quizás la clave para resolver nuestros problemas más importantes de todo origen, no esté en la desatención y la construcción de chivos expiatorios que a menudo encontramos para falsamente sentirnos distintos, lejanos, des-vinculados.
La basura va arrasando con la belleza. Quizás, entonces, la clave esté en tender la mano, en volver a mirar desde la ternura, desde el afecto por lo que nos rodea, para cuidarlo, para quererlo, para vivirlo con calidez. Las ciudades más lindas se construyen así.