Tras el deceso de su fundador, Héctor Ricardo García, quizá también estemos en condiciones de decretar el deceso del canal de noticias. Nada relacionado a merma de rating ni a dificultad en los libros contables, sino al espíritu incendiario del canal. ¿Qué significa Crónica TV hoy? ¿Qué tipo de experiencia está en condiciones de ofrecer?
Sediento de amarillismo, el canal no dudó jamás en transgredir los límites del buen gusto. Tampoco lo ocultó y he allí un caso de honradez. Crónica TV se afirmó en el morbo, el sensacionalismo y la ironía extrema: una estética trash entrelazada a una ética cínica. Ningún conflicto. El Malevo Ferreyra se suicida en vivo, el Potro Rodrigo yace tirado en una autopista, Jazmín De Grazia está desnuda y sobredosificada en un baño cubriendo sus partes íntimas con una toalla. De encontrar a un motociclista atropellado, el movilero le acerca un micrófono, así esté con la cara desfigurada.
Sentido negrísimo del humor. El mal gusto es una fiesta. Las noticias, preferentemente policiales, se ornamentan con juegos de palabras, dobles sentidos y complicidades. Las placas rojas de Crónica TV se convierten en emblema de insolencia: “Mueren dos personas y un boliviano”, “Travesti enloquece y ataca a su pareja. Estaba armado con pistola de grueso calibre”, “Lesbiana muere camino a la panadería. Viuda se queda sin el pan y sin la torta”. Lo bizarro se convierte en distinción: todo se resignifica mediante operaciones humorísticas. La fuerza obvia para que este humor nos estremezca es que el canal mantiene su condición autorizada de emisora informativa. Es decir que no inventa noticias, no se ríe de supuestos: se ríe de lo que consensuamos como real.
Crónica TV blanquea la lógica televisiva: electrocución del sentido, sobrestimulación nerviosa y adicción a un presente invisible. La televisión siempre se alimentó de la ilusión de que al momento de su encendido sucede algo crucial y único, aunque su condición telemática nos expulse del acontecimiento (¿acaso tendría un argentino la obligación de preocuparse por un incendio en Notre Dame?). Crónica TV minimiza esta alienación propia de lo televisivo al deformar cada noticia bajo su interés estético. Sensacionalismo saturado. Ya ni siquiera importa la noticia: importa el procedimiento formal para ridiculizarla. El efecto prima sobre el contenido, y si ese contenido recibe la investidura de información objetiva, mejor aún, la herejía ingresa en su grado cero.
Sintonizar Crónica TV era someterse a una experiencia de alto voltaje, desintegrar la masa de lo real hasta dejarla echa una pasta grotesca. Esta aventura había empezado el 3 de enero de 1994, fecha de su salida al aire. Década dorada, además, para la violencia mediática. A partir del 2010, el panorama empieza a virar.
El estruendo de Internet y el nuevo flujo caótico de la información obliga a que los medios tradicionales endurezcan su moral. Se necesitan anclas autorizadas que deslegitimen el enjambre de rumores. Poco importa que los canales de noticias respondan a grupos empresariales y seleccionen un cuerpo de noticias, eso es algo que inclusive el televidente permitirá para obtener el sesgo de realidad que más le plazca. La regla es que las emisoras simulen una seriedad inherente a la verdad. Mientras más serio sea el estilo comunicacional, más aceptado será un canal de noticias como catalizador de verdades.
Efecto paradójico: en el televidente aumenta la tolerancia a una realidad matizada pero disminuye la tolerancia para el efecto lúdico. No interesa que se narre algo poco verídico, interesa que se lo narre con gravedad, y que esa gravedad barra los rumores que se esparcen desde otras vías comunicacionales. El chiste ahora socaba la gravedad, distrae, se malinterpreta. Si en Internet bulle lo pasional y desordenado, que los medios tradicionales sobrevivan a condición de ser un contrapeso que nos calme y ordene.
Crónica TV no sabe qué hacer con su acidez ante estos nuevos mandatos y se desliza con una timidez absurda, bajo una crisis identitaria que le obliga a mantener vivo su ingenio desde un ángulo aniñado. El sensacionalismo se atrofia y sólo logra espasmos lúcidos cuando la misma secuencia social es insólita, como sucedió con la fuga de los hermanos Lanatta y Schillaci o cuando los escrutinios electorales se estiraron hasta lo imposible. Es decir que las placas de Crónica TV ya no fabrican el sarcasmo, sino que aguardan el momento adecuado para explotarlo sin riesgo alguno.
Crónica TV pierde su rebeldía, deja de cuestionar la lógica televisiva para alinearse a la corrección política. Sobreactúa afectación ante temas “importantes” de agenda y desliza humoradas sólo cuando el contexto se lo permite. En Twitter se atreve a la picardía en los hashtag que usa como coda del titular, pero jamás en el titular mismo y muy rara vez en el cuerpo de la noticia. Quizás una de las lecciones más brutales que sufrió el canal haya sido durante el G20, cuando recibieron la reprimenda mundial por la placa “Llegó Apu”, en alusión al arribo del presidente de India. Una emisora que supo usar plásticamente la xenofobia debe agachar la cabeza ante un chiste menor y hasta malo.
Reformulación de una época. Migración de la barbarie hacia las redes sociales; sobreexigencia de civilización adentro de los medios clásicos. Ridiculización de lo real a través del meme, ese lenguaje colectivo y dinámico; reivindicación de lo real a través de emisoras obviamente tendenciosas. En estos desplazamientos tectónicos mantiene su precario equilibrio Crónica TV, transmitiendo en High Definition algo que ya no es.