Hasta donde todos más o menos sabemos, los cisnes son aves acuáticas de gran tamaño, de la familia Anatidae, según dice cualquier enciclopedia y pertenecen al género Cygnus. Los conocemos, aunque no sean autóctonos, porque los hemos visto con bastante asombro en los zoológicos. Los sabemos grandes o más pequeños, blancos, negros, blancos de cuello negro y sabemos también que mantienen la misma pareja de por vida. En realidad, cuando escuchamos la palabra cisne” hacemos múltiples asociaciones, comenzando por el patito feo de nuestra infancia, que para alivio final del cuento, era un cisne hermoso pero nadie se había dado cuenta y le hacían bullying todo el tiempo. Por formación y deformación profesional, yo lo asocio al nombre del poeta mexicano Enrique González Martínez, quien, harto de los excesos del modernismo superficial, proclamó iracundo tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje”, oponiéndole la figura del sapiente búho” para reclamar una poesía más comprometida con el hombre, más ligada al alma de las cosas”. De este modo pretendió dar por terminada una estética que, sin embargo, con cisne de cuello retorcido y todo, se perpetuó en el siglo XX en el bolero y cuanta canción romántica circulara por allí.
Las vanguardias” acabaron, como se sabe, con muchas cosas además de los cisnes literarios. Pero no acabaron con la expresión melodramática que parece casi constitutiva de la subjetividad humana y que emerge siempre en la cultura popular. Hablar de cisnes hace inevitable también, recordar el ballet El lago de los cisnes”. Y como no podía ser de otro modo, el cine, -nuestro lenguaje más difundido desde el siglo pasado-, nos acercó un exitoso film (estrenado en 2011) del director Darren Aronofsky, en el que Natalie Portman representa a la alucinada Nina Sayers, empecinada en representar al Cisne Negro”.
Pero si la mitología, los cuentos infantiles, el ballet, el cine y la poesía se valieron metafóricamente de los cisnes, nunca se nos ocurrió que también los economistas los usarían para explicar problemas financieros usando las metáforas del cisne negro” y del cisne verde”. En el siglo XVII, los exploradores (¿habría que decir depredadores?) ingleses que llegaron a Australia y Nueva Zelanda, encontraron una especie desconocida en Europa: los cisnes negros que venían a discutir la sabiduría del momento de que todos los cisnes eran blancos. En 2008, el filósofo libanés Nassim Nicholas Taleb utilizó metafóricamente este descubrimiento para demostrar que hay ciertos datos del mundo que ponen en evidencia nuestra incapacidad para ver otras realidades y para predecir la dinámica de los acontecimientos históricos. En economía, un cisne negro no es un Cygnus de plumaje negro, pico rojo y manchas blancas bajo las alas, sino posibles eventos financieros que tiran por la borda toda predicción o análisis. Por ello se ha denominado como cisne negro” a la aparición del coronavirus (como la Internet, la caída de las Torres Gemelas o el Brexit) y a su impredecible efecto de derrumbe de las Bolsas de todo el mundo, el turismo internacional, el parate total de la economía mundial y una multiplicidad de hechos que nos tienen acongojados, con la boca abierta y el corazón oprimido y cuyas consecuencias son aún imprevisibles.
Pero si podemos imaginar un cisne negro aunque lo hayamos visto solo en figuritas, no es tan fácil pensar un cisne verde, a menos que lo haya pintado Nicolás García Uriburu como hizo con el Sena y los canales de Venecia. O como el conejo transgénico verde fluor intervenido” por el artista brasileño Eduardo Kac. Sin embargo, la metáfora del cisne verde inventada por el economista franco-argentino Romain Svartzman, parece la más adecuada para definir los tiempos del Covid-19: refiere a las crisis financieras asociadas a los actuales cambios climáticos. Y de esos sí tenemos frecuentes noticias en nuestros días: fenómenos meteorológicos, huracanes, incendios, tsunamis, terremotos, crecientes, deslaves que provocan destrucción de bosques, millones de animales muertos, desplazamientos humanos, escasez de alimentos y de agua, alzas de precios y precarización de las economías más frágiles.
En una entrevista reciente (aunque pre coronavirus) Svartzaman señalaba: Muchos eventos climáticos son irreversibles y la comunidad científica nos advierte que los daños futuros podrían generar muchísimo sufrimiento para las próximas generaciones. En este sentido, un cisne verde puede ser aún más preocupante y desestabilizador que varios cisnes negros”. Y he aquí, que entre tanta desazón por la economía, tantos cisnes negros y verdes, alguien nos habla del sufrimiento de la gente.
La urgencia no es la economía, la urgencia es la vida de la gente” ha dicho claramente el Presidente Fernández, y enfatizado: El negocio de los pícaros es el dolor de la mayoría”.
A virus revuelto, ganancia de chantas”, tituló un diario en una notable proliferación de metáforas usadas por los medios para referirse al Covid-19 y sus efectos colectivos: misterio del mal y del sufrimiento”, vivir en un estado virtual de hibernación”, transitar un camino lleno de trampas”, un golpe impiadoso en el corazón del conurbano”, argentinos a la deriva”, etc. Usamos metáforas (y otras formas retóricas) porque el lenguaje literal no sólo es insignificante e insuficiente. Es imposible. Y señalar, entre otras cosas, el camino a seguir, ya es hablar en metáforas, aunque pensemos en caminos diferentes.
Si me preguntasen cómo imaginaría un cisne en los tiempos que corren, yo respondería que veo un cisne color gris opaco, como cubierto de polvo. Un cisne que ha acondicionado prolijamente su nido entre los juncos, se ha asegurado de tener comida a mano, protege lo mejor que puede a sus crías bajo sus alas, a diario se acerca al nido de al lado donde han quedado unos polluelos solos y les provee comida. Desde allí mira los signos de un mundo que se ha vuelto hostil sin que pueda entender bien por qué. Desde allí se pregunta algo parecido a lo que los seres humanos se preguntan con metáforas: ¿Generará el coronavirus un nuevo individuo?, ¿se podrá desandar el camino andado?”, ¿emergerá el individuo primigenio que ha permanecido agazapado en un recodo del corazón?”
Querrá pensar que habrá un mañana mejor para todos, un mañana en que sus hijos despuntarán las plumas blancas. No es un cisne: es una cisna.