En apenas unas semanas el coronavirus ha sumido al planeta en una crisis sanitaria y económica sin precedentes en tiempos modernos, obligando a buena parte de la población a confinarse. Ante la limitación de movimientos y la incertidumbre laboral actual, uno de los sectores más vulnerables está siendo el del turismo, el cual venía fortaleciendo su peso en la economía global desde comienzos de siglo.
En el periodo 1995-2018 el número de viajeros casi se triplicó en una senda creciente tan sólo interrumpida en 2003 por, precisamente, el brote de SARS, y en 2009 a causa de la crisis financiera. Y aunque a comienzos de marzo la Organización Mundial del Turismo hizo una primera estimación que limitaba el descenso de turistas en 2020 entre el 1% y el 3%, la rápida expansión del Covid-19 ya convertido en pandemia han agravado sus previsiones a una caída de entre el 20% y el 30%. En cualquier caso, la dependencia de estos ingresos turísticos es muy desigual según el país.
Así, mientras las grandes economías suelen tener estructuras productivas diversificadas en las que el turismo internacional tiene un peso moderado, el gasto realizado por extranjeros puede llegar a suponer más del 50% del PBI en pequeños países que han hecho de este sector prácticamente un monocultivo. En Europa los países más vulnerables a un hundimiento turístico son, especialmente, Croacia, Chipre, Malta y Portugal; aunque no puede ignorarse que el impacto en España, segundo destino mundial en 2019 con más de 83 millones de visitantes, también será muy profundo. De hecho, dicho impacto ya ha empezado a notarse con la suspensión de las Fallas en Valencia y la Semana Santa y la Feria de Abril en Sevilla; pero lo que sin duda determinará la magnitud del golpe, especialmente en regiones tan expuestas como Baleares y Canarias (donde el gasto turístico supone un 40% del PBI), serán las condiciones en las que se desarrolle la temporada de verano.
Aunque en los próximos dos meses se avance en posibles tratamientos del coronavirus, resulta difícil imaginar que pueda producirse una apertura generalizada de fronteras; en el caso de que ni siquiera se reestableciera el turismo extranjero, la única tabla de salvación para minimizar la enorme caída de ingresos del sector serían aquellos habitantes que todavía se pudieran permitir viajar. Por último, no se puede descartar que se mantengan las medidas de confinamiento o la prohibición de aglomeraciones propias de espacios turísticos como playas, resorts, festivales de música o museos. Tal escenario significaría la práctica desaparición del turismo este año, lo que sería tan solo una de las muchas disrupciones a las que tendrá que enfrentar en 2020 la economía mundial.