En un libro desconocido en Argentina (Cartas a un joven político”, 2006), el ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardozo reflexiona sobre la anormalidad que supone el ejercicio de la jefatura del Estado. La impostura de los atributos, la pérdida de la espontaneidad, la alteración de lo doméstico”, distorsionan la rutina del ser humano, su rol en el hogar, en la familia. Dos hechos lo impresionaron especialmente: un presidente jamás abre una puerta y resulta prácticamente imposible que pueda darse el gusto de conducir un auto. Y más difícil que ser primer mandatario, es ejercer de ex presidente. Quedarse parado ante una puerta, y que nadie la abra. Tomar el celular para dictar electrizantes órdenes, y encontrarse con teléfonos apagados, números cambiados o simplemente, la nada misma. Volver a calzarse el traje de ciudadano común.
En Estados Unidos, un ex presidente es un político retirado: encuentra otras maneras de mantener su influencia en la sociedad y su vocación de servicio público. Algunos eligieron la diplomacia informal, política o económica; otros dictan conferencias por el mundo. Dos casos recientes, Clinton y Obama (ambos demócratas, jóvenes, ascendiendo desde la clase media) potenciaron la carrera política de sus esposas, complemento en su trayectoria de vida. Otro ejemplo se vivió en el Partido Republicano, donde dos generaciones de una misma familia (los Bush) prácticamente se sucedieron en el poder.
Distinto es el caso en la órbita latina y mucho más en países tan complejos como el nuestro. Un ex presidente agrega, al dolor de ya no ser, el pesado carro del escarnio. Exitismo y resentimiento se combinan en torrente. Serán los primeros tiempos inequívocamente aciagos. Prensa negativa, jueces inquietos, revolución de ratas en el barco propio. Vecinos enojados.
Macri tuvo tiempo para pensar su retiro: la derrota en las Paso lo dejó fuera de combate en un oscuro momento de su gestión. El humor popular se expresó en su máxima tensión en la primaria, pero sus 40,28 puntos finales, sin embargo, lo convierten en el político derrotado que más adhesiones obtuvo: los casi once millones de votos que cosechó son de él.
Algún operador que lo conoce desde sus primeras incursiones en Córdoba, cuando Macri daba conferencias en la Facultad de Derecho de la UNC explicando cómo gestionaba en Boca, o visitaba al Cura Vasco, a De la Sota, a Kammerath y a muchos empresarios, me dice: Macri sigue siendo una persona de suerte. Ejercer la Presidencia en el marco de este caos mundial, afectará a muchos líderes. Le pasó al mismísimo Churchill”. Para él, en cambio, recluido en su quinta bonaerense, estos meses de quietud juegan a su favor. Los tribunales se paralizan, la política se trastoca, el oficialismo se carcome y la oposición muestra las alas sin partirse. Estar presente por estar ausente parece ser la apuesta de Macri. Y lo está logrando.
Nadie lo dice, pero probablemente estas cavilaciones tengan vieja data. Con la elección legislativa de medio término (2021) hay varias provincias que renovarán senadores: Catamarca, Chubut, Córdoba, Corrientes, La Pampa, Mendoza, Santa Fe y Tucumán. En estos distritos, la oposición mantiene expectativas de una buena elección (en tres de ellos ganó la elección Juntos por el Cambio). Y el caso cordobés fue decisivo en 2015, ratificando en 2019 la adhesión a Macri (61% de los votos, exactamente el doble de lo que obtuvieron, sumadas, las listas de Negri y Mestre en la elección a gobernador meses antes).
Un rotundo triunfo de Macri encabezando la boleta de candidatos a senadores le daría fueros (con lo que se viene, no le vendrían mal) y lo devolvería, renovado, a la arena política. Posee los pergaminos para protagonizar, desde Córdoba, el desafío de volver al poder. Otras figuras importantes de Juntos por el Cambio se sumarían desde jurisdicciones como Mendoza, Santa Fe, Corrientes o Tucumán. Sin perjuicio de que todos los distritos renuevan diputados: sobra espacio para rutilantes cabezas de lista.
Entre radicales, juecistas y amarillos, se dice, no habría mayor dificultad por aceptar la jugada (quizá un operativo clamor, con las clásicas operaciones en redes), que garantizaría una buena cantidad de bancas: dos senadores y cinco diputados es el piso. Ello postergaría las internas en el radicalismo y aceitaría la coalición, pensando en 2023, cuando haya que enfrentar al peronismo una vez más, al que suponen desgastado y sin una figura sólida para el recambio. Schiaretti no podrá ser candidato.
Finalmente, en el Panal no caería tan mal esta candidatura, que quizá permita a los hombres del gobernador excusarse, una vez más, frente a las presiones nacionales, explicando que será mejor enfrentar al macrismo por separado. ¿Y el domicilio? Se nos contesta: Macri vino más de treinta veces a Córdoba en su presidencia y por treinta años de su vida mantuvo activa relación con la Provincia. ¿Quién lo va a cuestionar?”
En fin: cabildeos típicos de tiempos pandémicos, mientras, seguramente, un reducido y hermético grupo de operadores ya sabe bien qué hacer.