El Día del Trabajo en EEUU, el primer lunes de septiembre, marca el comienzo de la campaña electoral, sustancialmente más larga que en otras democracias avanzadas, hasta las elecciones del 3 de noviembre. Al día de hoy, todo puede pasar, y 60 días pueden ser una eternidad en política. Sin embargo, el demócrata Joe Biden lleva meses liderando las encuestas en un estable primer puesto. Según estas encuestas, Donald Trump pierde en los estados clave en los que ganó en 2016. No ha liderado ninguno de los sondeos desde que en abril Bernie Sanders se retirara para dejar el camino libre a Joe Biden. Pero, lo que es más importante, Trump pierde en cuatro segmentos: los mayores de 65 años; los blancos con educación superior; en el voto suburbano; y los independientes. Además, se reduce el apoyo al presidente entre las mujeres blancas sin educación superior, que en 2016 lo votaron con 27 puntos de diferencia sobre Hillary Clinton; o entre los evangélicos, que lo votaron abrumadoramente. Ningún presidente ha llegado al Labour Day con una desventaja tan clara desde Bush en 1992. El mensaje de Trump de que él encarna la ley y el orden”, mientras que los demócratas traerán la anarquía y la violencia no está teniendo un impacto significativo. Éste se ha convertido en el mensaje central de su reelección, ahora que la economía está dañada, una estrategia que está claramente enfocada a recuperar el voto en los suburbios y entre las mujeres. Pero, aunque los ciudadanos no quieren más violencia en sus ciudades, los votantes dudan de que el presidente tenga el temperamento necesario para hacer frente a la actual crisis. Como es habitual en él, trata de avivar las divisiones raciales y políticas para su propio beneficio político y distraer, si cabe, de su inacción frente a la pandemia, la recesión y el origen de las protestas. Trump insiste en emular la campaña de Nixon de 1968, pero EEUU ha cambiado mucho en cinco décadas. Las minorías son mucho más amplias, los suburbios están más integrados y la visión de los blancos ha cambiado de forma significativa: están preocupados por las acciones policiales y reconocen la existencia de una discriminación contra las minorías raciales y étnicas. Pero Trump continúa agitando las aguas cuando tiene la oportunidad de calmarlas, y es que, si en 2016 venció dividiendo, esta vez no piensa vencer unificando.
El presidente tiene dificultades para encontrar las palabras con las que condenar la violencia de aquellos que ideológicamente están cercanos a él, pero le resulta fácil condenar las acciones de los que no están ideológicamente alineados con él. Y, al final, los votantes se sienten más seguros con Biden. A Trump tampoco le está sirviendo de nada acusar a Biden de ser el caballo de Troya” de la izquierda radical que destruirá la grandeza de América. Porque culturalmente Biden es incómodo, no encaja en el prototipo de radical: es mayor, es blanco, es un católico irlandés y pertenece a la clase trabajadora. Junto a los disturbios raciales, la pandemia ha convertido el liderazgo de Trump en esta crisis en uno de los principales asuntos de la campaña. Incluso si la situación mejora en los próximos dos meses, la cuestión está en si los votantes van a dar crédito a Trump por ello cuando son las autoridades locales las que están tomando las riendas. La estrategia de Trump está en centrarse en el ahora y en la recuperación del empleo y la economía, junto con la promesa de lograr una vacuna antes de las elecciones en una clara maniobra política y un peligroso juego. El tándem Biden-Harris insiste en que no se olviden los meses pasados y el desastre de esta gestión.
Se tensa la relación con los militares: Trump llamó fracasados a los soldados que perdieron la vida en la primera Guerra Mundial. No sería la primera vez que Trump tratara de forma irrespetuosa a las tropas, y son numerosos sus enfrentamientos con altos cargos del Pentágono. La tradicional lealtad a los militares es una parte importante de los valores conservadores tradicionales y éstos, a su vez, han mostrado más inclinación por los republicanos que por los demócratas. Sin embargo, la última encuesta del Military Times muestra una caída en el apoyo a Trump.
En 2020 el electorado es diferente al de 2016: la clase blanca trabajadora ha pasado de ser el 45% en el 2016 al 41% este año; los votantes blancos con educación superior suben del 24% al 26%, y dos puntos sube también el número de latinos, del 12% al 14%; todo esto lleva a pensar que la base de Trump se encoge. Todo apunta a que habrá una participación masiva en las elecciones de noviembre y que, además, un alto porcentaje votará por correo como consecuencia de la pandemia. Todo un reto para los estados que deberán completar el recuento de 60 millones de votos por correo con rapidez y exactitud. Seis de cada 10 norteamericanos votarán en persona y cuatro por correo, aunque la proporción será de 8 a 2 entre los republicanos y entre los demócratas de 4 a 6. De ahí que todo apunte a que los republicanos dominarán la votación durante la noche electoral, pero que todo podría cambiar en los siguientes días.
A pesar de las encuestas y de los datos a favor los demócratas están nerviosos. Si bien el electorado demócrata es estructuralmente mayoritario, se trata de un electorado muy heterogéneo, dividido y difícil de movilizar. El republicano es mucho más homogéneo. A eso hay que añadir que los votantes de Trump son más entusiastas que los de Biden, que principalmente lo que quieren es que no vuelva a ganar el actual presidente. Y Trump ha demostrado que es capaz de hacer lo que sea para ganar. Y todo apunta a que esta vez tampoco se va a quedar quieto.