En 1918, al finalizar la primera Guerra Mundial, la disolución del Reich alemán y del Imperio Austrohúngaro modificaron rotundamente el mapa político de Europa central y oriental. Las naciones que constituían los imperios se independizaron, las monarquías pasaron a ser repúblicas y aparecieron nuevas entidades estaduales independientes. Estas transformaciones estuvieron, en algunos casos, acompañadas por procesos que aspiraban no solo a reemplazar con democracias parlamentarias el orden político existente hasta ese momento –monarquías o imperios-, sino a constituir repúblicas socialistas.
En Finlandia, en Baviera, en Prusia, en Austria y en Hungría estallaron movimientos revolucionarios conducidos por consejos de trabajadores y soldados desmovilizados. Las fuerzas conservadoras de los antiguos regímenes depuestos, a menudo aliadas a los partidos socialdemócratas, reaccionaron rápidamente y lograron derrotar a los gobiernos de los Consejos de Trabajadores y Soldados.
Pero el fracaso de estos gobiernos también debe atribuirse a los enfrentamientos de las distintas fracciones revolucionarias que los integraban; y a cierto voluntarismo, que les impidió una evaluación correcta de las condiciones políticas y sociales y de la correlación de fuerzas en sus respectivos países.
La República alemana
La República alemana proclamada el 9 de Noviembre de 1918, en Berlín, que reemplazó a la monarquía de los Hohenzollern, estuvo sometida desde el primer momento a la agitación social y política provocadas por los enfrentamientos entre las distintas corrientes de izquierda (socialdemócratas, socialistas independientes, espartaquistas, anarquistas, entre otros) y a las presiones por parte de los partidarios del antiguo régimen.
Estos enfrentamientos alcanzan su punto culmine en las huelgas y combates de Enero (Spartakusausfstand”) y Marzo (Berliner Märzkämpfe”) de 1919. Para enfrentar lo que consideraban un estallido revolucionario y la inminencia de una guerra civil (según la experiencia rusa), el gobierno socialdemócrata, conducido por Friedrich Ebert y Philipp Scheideman, llamó en su auxilio a las fuerzas regulares y a los Freikorps” (cuerpos pramilitares), para someter a sus oponentes.
Las fuerzas represivas actuaron con particular ferocidad para aniquilar a las fuerzas rebeldes, compuesta por las organizaciones de trabajadores, de soldados, de socialistas independientes y dirigentes revolucionarios. Entre los miles de muertos en combates y ejecuciones sumarias están los históricos dirigentes espartaquistas Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, detenidos y asesinados el 15 de Enero de 1919 por uno de los cuerpos paramilitares. Según fuentes históricas este asesinato contó con la complicidad o directamente fue ordenado por el ministro de ejército, el socialista Gustav Noske.
Baviera y Hungría
El 8 de Noviembre de 1918, el dirigente socialista independiente Kurt Eisner proclamó en Munich la República de Baviera (Bayerischen Republik”), y constituyó un gobierno de coalición que reemplazó a la monarquía de la dinastía Wittelsbach.
Eisner convocó a los Consejos de trabajadores y soldados a colaborar con el gobierno y el parlamento regional. Los sectores más radicalizados, en donde predominaban los anarquistas que abogaban por una cooperación internacionalista con los bolcheviques rusos, criticaron esta política de equilibrio entre revolución y democracia parlamentaria.
Después del asesinato de Eisner (el 21 de Enero de 1919), la nueva República quedó al borde del colapso. Los conflictos entre los grupos revolucionarios fueron escalando y se constituyeron dos gobiernos enfrentados: por un lado, el del Consejo Central de Trabajadores, Campesinos y Soldados (Bayerische Räterepublik”) en Munich. Por el otro, el del gobierno designado por el parlamento regional que se estableció en Bamberg encabezado por los socialdemócratas. Los combates entre las fracciones duraron varias semanas, pero, finalmente el gobierno socialdemócrata (apoyado por sus aliados de Berlín, que envió el ejército regular y los grupos paramilitares) ocupó Múnich en Mayo de 1919 y destituyó al gobierno de los Consejos.
Se desató una feroz represión contra los dirigentes y adherentes del gobierno depuesto: ejecuciones sumarias, asesinatos, condenas a prisión y expulsiones. No duró mucho el gobierno socialdemócrata: poco menos de un año después, en Marzo de 1920, fue forzado a renunciar por sus antiguos aliados paramilitares y las guardias civiles bávaras.
El 16 de Noviembre de 1918, después del colapso del Imperio Austrohúngaro, un gobierno encabezado por socialdemócratas y liberales de izquierda proclamó la República de Hungría. El margen de maniobra del gobierno republicano era muy estrecho. A las graves condiciones sociales y políticas derivadas de la guerra y la separación de Austria, se sumaron las dificultades para mantener la integridad del país debido a las demandas territoriales de las distintas minorías nacionales. Al no poder controlar la caótica situación, el gobierno se vio forzado, en Marzo de 1919, a entregar el gobierno a un Consejo Revolucionario encabezado por el dirigente comunista Bela Kuhn, que proclamó una República de Consejos (Magyar Népköztársaság”) y estableció la dictadura del proletariado.
Con el apoyo de Francia y los sectores reaccionarios húngaros, Rumania declaró la guerra a Hungría. El ejército republicano fue derrotado y las tropas rumanas ocuparon Budapest en Agosto de 1919. El gobierno de los Consejos cayó y se disolvió la república. Se desató entonces una ola de terror blanco por parte de las tropas y las formaciones paramilitares del almirante Miklos Horthy, un alto oficial húngaro que sirvió en el ejército austrohúngaro durante la guerra. Horthy restauró la monarquía y gobernó Hungría como regente de un régimen autocrático de características fascistas, hasta 1944.
La funesta predicción de Rosa Luxemburg (Si la revolución no triunfa, Europa caerá en la barbarie”) se hizo realidad: el surgimiento del fascismo y el nacionalsocialismo; los conflictos irreductibles entre socialistas y comunistas que impidieron que se unieran para enfrentarlos (prefiriendo a veces aniquilarse unos a otros antes que aliarse); la defección de las potencias occidentales de su obligación de defender los gobiernos democráticos surgidos después de la Gran Guerra, desembocaron en una de las tragedias más terribles de la historia de la humanidad, que sigue proyectando sus sombras sobre nuestro presente: la segunda Guerra Mundial.