Existen algunos puntos en común entre Martín Fierro, el personaje de ficción de José Hernández, y el coronel Manuel Baigorria, personaje real de nuestra vida histórica, ambos provincianos, representantes a su vez de dos sectores cruciales en la vida argentina: la milicia y las masas desvalidas de la patria criolla.
El primer aspecto en común a destacar, aparte de ser provincianos y anti porteños, es que la vida de Martín Fierro no es sino el relato en verso de uno de nuestros grandes dramas históricos reales. Por su parte, la vida de Manuel Baigorria es el drama real de una vida aparentemente de novela. En muchos aspectos se parece también a la historia argentina: no un drama sino una tragedia de enredos, compleja y contradictoria.
Ambos conocen el desamparo social y la necesidad de exiliarse en el desierto junto a su compañero más fiel: Martín Fierro al lado de su entrañable amigo Cruz, y el comandante Baigorria al lado de su compañero Neyra.
Baigorria (que será considerado un salvaje, por vivir entre los salvajes durante 20 años), no es un bárbaro, sino un desgraciado que debe seguir a los indios para conservar la vida; Fierro, perseguido por la justicia de su época, y Baigorria debido al resultado de nuestras luchas civiles. En ambos casos, personifican a nivel del país criollo nuestra lucha de clases.
Baigorria, además de estar implicado en las guerras civiles argentinas por nacimiento, como puntano y habitante de frontera” sufre, igual que sus paisanos de las provincias las acechanzas del desierto”. Fierro es bonaerense (no porteño, como su autor), y además de estar implicado igualmente en las guerras civiles, sufre como todos los de su clase las acechanzas del gobierno: del juez de Paz”, del comandante”, y de su destino marginal.
Los une, a pesar de la distancia territorial y tal vez la época –aunque la vida de Martín Fierro no se circunscribe al tiempo literal ni a la geografía litoral del poema- un ideario común: la patria, la sociedad en la que viven y que cuestionan en sus debilidades.
Edilio Pigatto, en El Malón en el Sur de Córdoba”, nos ubica en el ideario del comandante, que rechaza la iniciativa que lo invita a restituirse a la civilización porteña”, cuyo fin es el acomodo personal, una vez concretada la revolución del 11 de septiembre de 1852 contra la Confederación Argentina residente en Paraná. La respuesta de Baigorria es terminante: No me cabe duda de cuanto Ud. me dice, pero hasta acá, todavía, no he aprendido a ser hoy con uno y mañana con otro, que por lo que hace a la fortuna no me lisonjea”.
Con igual fin –cuenta Pigatto- lo llama el general Paz, quien en tono de reproche le recuerda la causa común que defendieran (Baigorria había sido soldado de Paz contra Facundo), a lo que su antiguo alférez responde al cordobés: Es verdad, mi General, pero recordará V.E. que, en el año 30, en la Capilla de Cosme, al ceñirme la espada de alférez, yo cuidé de preguntar qué programa iba a defender con la espada que se me entregaba. V.E. me dijo: la causa que va defender es la organización de nuestra patria… y conforme no pude serle inconsecuente a V.E., así también no podré serle a este otro”.
Ese otro” era Justo José de Urquiza, provinciano, vencedor de Juan Manuel de Rosas, caudillo bonaerense que durante 20 años le había negado la organización nacional a las provincias en las personas de Paz o de Facundo (ambos, al fin y al cabo, provincianos).
En ambos casos están patentes las luchas al interior de la sociedad criolla, si entendemos que el desierto” no estaba integrado, pero tampoco se planteaba integrarse ni evolucionar como sociedad sino a costa de la que existía en sus fronteras a través del permanente ataque a sus poblaciones civiles.
Tanto Fierro como Baigorria ponen en evidencia lo que es el desierto”: una tabla de salvación personal y vía de escape a las penurias y graves conflictos de la sociedad criolla, pero también una sociedad provisoria de la que necesariamente se vuelve y a la cual no se pueden tampoco adaptar, porque es una sociedad inviable, cuyo primitivismo la condenaba fatalmente a la extinción: no eran agricultores, ni pastores, ni pescadores, ni cazadores: literalmente vivían del robo de ganado, el contrabando a Chile y la devastación de la hacienda y poblaciones, que incluía generalmente el secuestro de mujeres (cautivas). Y que requería de una política clientelar”, o de pactos siempre inestables con los gobiernos para mantener la paz en la frontera. Esa situación es puesta de manifiesto por José Hernández a través de Martín Fierro, al referir el terrible suplicio impuesto al gaucho en su lucha contra el indio en la frontera: Allí si se ven desgracias/ y lágrimas y aflicciones,/ naides le pida perdones/ al indio, pues donde dentra/ roba y mata cuanto encuentra/ y quema las poblaciones./ Su pretensión es robar,/ no quedar en el pantano;/ viene a tierra de cristianos/ como furia del infierno;/ no se llevan al Gobierno/ porque no lo hallan a mano”.
En definitiva, las vidas de Fierro y Baigorria sintetizan los personajes, las clases y los conflictos de la época y lugar en cuyo contexto actúan y que, en tanto arquetipos populares, ellos personifican desde su naturaleza humana y social al mismo tiempo.
Diplomado en historia argentina y latinoamericana