Sr. Director:
Cuando los medios de comunicación informan sobre los preocupantes datos de la inflación en nuestro país, suelen analizarse los diversos componentes de la llamada canasta alimentaria”, conjunto que incluye nutrientes como verduras, carnes, frutas, cereales, legumbres, hortalizas. Sin embargo, también se registran otros productos que no sólo no cumplen el requisito básico del sustento adecuado e imprescindible, sino que, además, son declarados y muy conocidos enemigos de la salud de los ciudadanos.
Es el caso de las bebidas gaseosas de toda laya, que a menudo señalan la falaz reducción de azúcares, pero que pueden ser reemplazadas por el agua potable y fresca, las papas fritas”, carentes del preciado tubérculo pero colmadas de ingredientes que suelen espantar a cardiólogos y diabétólogos, siempre presentadas en brillantes y atractivos empaques, las galletitas y los panes industrializados que no se privan de anunciar sus mentirosas cualidades (muchas en idioma inglés, que luce elegante e induce a suponer su origen extranjero), golosinas de muy dudosa calidad pero, con seguridad, conteniendo abundantes y dañinos compuestos muy alejados de dietas saludables.
Estas peligrosas mixturas no deberían figurar en aquella canasta, cuya condición de básica”, impide razonablemente su inclusión, a tenor no sólo de su inutilidad manifiesta, sino, además, de sus elevados riesgos, sobradamente comprobados.
Llama la atención el notable desdén de la población para con los insistentes mensajes de expertos: pareciera que sus esfuerzos no llegan a los destinatarios que no sólo son los niños (más vulnerables a las trampas comerciales) sino, además, a adultos de toda condición, quienes suponen candorosamente que todo va mejor con…”
Mientras tanto, el planeta asiste absorto a la epidemia de obesidad, compañera habitual de una serie enorme de trastornos que médicos, higienistas, nutricionistas se empeñan en señalar.
Recientemente un concejal cordobés se manifestó en contra de la exhibición de artículos como los nombrados en las cercanías de las cajas en los supermercados, pero… salió inmediatamente la cámara que los agrupa, protestando, al asegurar que tal iniciativa no es solución eficiente al cambio de estilos de vida saludable”.
Parece nomás que la corporación comercial se preocupa más por seguir acumulando ganancias que por apoyar cambios beneficiosos en los hábitos de la comunidad.
Finalizo mi carta, Sr. Director, aunque consciente de mi ingenuidad, rogando que otros concejales, otros dirigentes con responsabilidad social, apoyen aquella iniciativa aislada, ampliándola con la prohibición de su comercialización en los quioscos escolares; también apelo a la ciudadanía y a los padres para que intenten evitar estos productos travestidos de alimentos saludables, reemplazándolos por agua pura y frutas en los recreos estudiantiles.
Jorge Pronsato
Médico pediatra