Hoy por hoy, la dirigencia política argentina se divide en dos grandes grupos. De un lado, están los que gobiernan, con errores y aciertos, como siempre. Del otro, están los que tuitean, a diestra y siniestra, como nunca. De ambos lados, hay dirigentes de todos los partidos y de todas las alianzas, extrañamente mezclados.
Entre los que gobiernan están el Presidente de la Nación, los 23 gobernadores provinciales, incluyendo a los mandatarios del Partido Justicialista (PJ) y de la Unión Cívica Radical (UCR), el Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (de Propuesta Republicana – PRO), y los intendentes de todos los municipios.
Más allá de sus distintos puntos de vista, todos ellos y sus respectivos gabinetes comparten la responsabilidad de gobernar. Han ganado las elecciones en sus respectivos distritos y, en nombre y representación de los electores (los hayan votado o no), deben tomar decisiones, ponerlas en marcha y, muchas veces, pagar costos políticos.
La aparición del nuevo coronavirus puso patas para arriba las agendas gubernamentales de todos los países, ricos y pobres. La Argentina no ha sido la excepción. La pandemia cayó sobre un país endeudado hasta el default, con una inflación superior al 50 por ciento, más de un tercio de su población en situación de pobreza y un sistema de salud devastado.
En ese marco, los diversos orígenes partidarios de los oficialistas son nada en comparación con lo que los une: la necesidad y urgencia de evitar contagios, poner vacunas y salvar vidas, sin cerrar las escuelas ni parar la economía. Nada más y nada menos. Una preocupación que comparten, aunque algunos medios de comunicación traten de ocultarlo.
El gobierno nacional ha tenido muchos errores. Muchos. Desde las decisiones improvisadas hasta las malas comunicaciones de sus planes y actividades, pasando por el velorio multitudinario de Diego Armando Maradona y el escándalo de las vacunaciones VIP que motivaron la abrupta renuncia del entonces ministro de Salud, Ginés González García.
Asimismo, no se puede negar que la deseable coordinación de las políticas sanitarias con los gobiernos provinciales y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires se topa, muchas veces, con las especulaciones políticas de algunos mandatarios provinciales y del Jefe de Gobierno porteño, obligando al gobierno nacional a actuar sin su respaldo.
Caranchismo tuitero
Al otro lado, están los opositores sin responsabilidades de gestión en sus distritos. Muchos de ellos piensan que la pandemia es una oportunidad para sacar una ventaja de cara a las elecciones de medio término. Son los que militan mediante tuits, provocando dudas o controversias sobre el virus, las vacunas, las restricciones o lo que sea.
Lamentablemente, esa ha sido la constante postura de los opositores en la Argentina: especular con el fracaso del oficialismo para sumar votos. Es un mal congénito de la oposición de ahora y de antes, sin distinción de partidos o alianzas. Apostar el fracaso de los que gobiernan para llegar o para volver al gobierno.
Así llegó Mauricio Macri al gobierno, en 2015, y así se fue, en 2019, beneficiado y perjudicado por el voto castigo. Penosamente, esa lógica de la ilógica, se vuelve patética en una pandemia. Especular con el fracaso de los que gobiernan el país, las provincias o los municipios, tratándose de miles de muertos, es una flagrante sinvergüenzada.
Encabezada por Patricia Bullrich, Alfredo Cornejo y Elisa Carrió, la oposición nacional ha ignorado que los males del Covid-19 son planetarios y que las posibilidades de enfrentarlos son limitadas, aquí y en el mundo. Aupados por medios de comunicación que los usan para defender sus intereses, critican todo y proponen poco o nada.
Primero, tomaron como modelos a Donald Trump y a Jair Bolsonaro, para minimizar el virus. Luego, a Chile porque ponía más vacunas y a Uruguay porque restringía menos actividades. Trump perdió las elecciones, Brasil es una bomba epidemiológica, Chile se equivocó de vacuna y Uruguay lidera el ranking de muertes en proporción a la cantidad de habitantes.
La dramática situación sanitaria, económica y social que la pandemia ha provocado requiere que los oficialismos sigan coordinando sus decisiones y acciones. También requiere que paguen los costos políticos derivados del ejercicio responsable del gobierno. Ya habrá tiempo para recuperar algún punto perdido de imagen positiva en alguna encuesta de opinión.
Del otro lado, es imperioso que los opositores abandonen el caranchismo tuitero” que han demostrado hasta ahora. No es hora de sembrar cizaña, odios o rencores por Twitter. Ya habrá tiempo para las campañas electorales. Entendamos que nadie gana nada con la pandemia. Con cada muerto, todos perdemos a alguien. No hay margen para politiquear.