La llegada a la presidencia de Guillermo Lasso, un político y banquero conservador, marca un giro a la derecha en el país. El resultado muestra la resistencia al correísmo y el peso del voto nulo impulsado por el movimiento indígena, y abre un complejo escenario con un presidente alineado ideológicamente con el neoliberalismo.
El proceso electoral de 2021 será recordado por una anomalía: en la segunda vuelta terminaron participando tres candidatos, en lugar de los dos oficialmente proclamados por la autoridad electoral. En efecto, las denuncias de fraude presentadas por el candidato del Movimiento Pachakutik, Yaku Pérez, lo colocaron en la práctica como un tercer contendiente en el ballottage. Y no porque con su decisión haya podido inclinar la balanza en favor de uno de los dos finalistas, sino porque con su propuesta de votar nulo les disputó a ambos la votación, ya que rondó el 18%. Aunque formalmente fue imposible demostrar el fraude denunciado en la primera vuelta, hay indicios que abonarían los cuestionamientos. Basta señalar los más relevantes para entender la magnitud del hecho: en la noche del 7 de febrero, la presidenta del Consejo Nacional Electoral (CNE) anunció que Pérez había pasado a segunda vuelta detrás de Arauz (ex funcionario de Rafael Correa); hasta el día siguiente, la votación confirmaba una tendencia irreversible en favor del candidato de Pachakutik; no obstante, esta diferencia fue revertida gracias a la inclusión de última hora de miles de urnas en la ciudad de Guayaquil, un bastión de la derecha con pésimos antecedentes respecto de la transparencia electoral. A pesar del acuerdo pactado el 12 de febrero frente a la autoridad electoral y a delegaciones internacionales, Lasso se negó a abrir las urnas en las que se habían detectado irregularidades.
Durante las tres semanas siguientes a la primera vuelta electoral, las acciones legales interpuestas por Pachakutik forzaron varias definiciones de parte de los grupos de poder económico, de los partidos tradicionales, de los grandes medios de comunicación y de la autoridad electoral. Es decir, de lo que podría calificarse como el sistema político. El éxito electoral del movimiento indígena desarmaba todas las previsiones y cálculos. No solo eso: amenazaba la dinámica del poder. Aunque Yaku Pérez, en estricto rigor, no puede ser calificado como un outsider, sí representa un proyecto con alternativas cruciales: tanto la restricción al modelo extractivista como la autonomía territorial ligada a la plurinacionalidad implican un serio cuestionamiento a la lógica de dominación capitalista.
Lo más llamativo fue el alineamiento del candidato y la jerarquía correísta con la tesis de Lasso. El propio ex presidente Correa se manifestó abiertamente, desde Bélgica, en contra de las denuncias de fraude: en las simulaciones electorales para la segunda vuelta, Pérez derrotaba ampliamente a Arauz, mientras que éste tenía mejores opciones frente a Lasso. No obstante, existen elementos de mayor complejidad que sirven para explicar este acuerdo tácito entre la derecha y el correísmo.
El éxito electoral de Pachakutik en la primera vuelta (el partido tendrá el segundo mayor bloque en la Asamblea Nacional) y las sombras de irregularidades establecieron una línea de demarcación con la política convencional. Si Lasso apareció como expresión de la vieja política oligárquica, Arauz lo hizo como manifestación de una política en franca descomposición. En ningún momento pudo poner distancia con la imagen de corrupción adosada al correísmo. Es más, durante la campaña se develaron hechos turbios que involucraban directamente al candidato. En esas condiciones, fue inevitable que Pérez se invistiera como el candidato antisistema, el catalizador del hartazgo y la decepción. La candidatura de Pachakutik superó ampliamente lo que podría considerarse como un voto orgánico de las organizaciones sociales de izquierda y un voto con identidad étnica. Su penetración en zonas históricamente vedadas para una candidatura indígena refleja un cambio drástico en la conducta electoral de varios sectores sociales.
Al final, la denuncia de fraude pasó de ser una reivindicación de derechos y de transparencia electoral a convertirse en un posicionamiento estratégico, en un cuestionamiento a un sistema político excluyente y antidemocrático. El voto nulo, decidido por la mayoría de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie), fue la conclusión obvia y coherente a este cuestionamiento, porque apuntó a la ilegitimidad de las otras dos candidaturas. Es decir, a la ilegitimidad del sistema en su conjunto. No es casual, por lo mismo, que todas las voces del establishment, al unísono, hayan condenado esta decisión. Es más, tanto los voceros de Lasso como los de Arauz coincidieron en sus argumentos para rechazar el voto nulo, porque supuestamente favorecía al rival. Así, la dimensión del voto nulo terminó convirtiendo a Pérez en el tercero excluido de la segunda vuelta electoral.
Quien hizo bien los cálculos fue la derecha, no el populismo correísta. El empecinamiento de Lasso en pasar a la segunda vuelta, inclusive violando su palabra, tiene una justificación: sabía que, pese a la amplia diferencia conseguida en la primera vuelta, Arauz era un candidato vencible. No solo por su pobreza discursiva, por su docilidad y por el desprestigio del correísmo, sino porque los estrategas de campaña de Lasso, con Jaime Durán Barba a la cabeza, tenían algunos ases bajo la manga.
El punto de inflexión en la carrera presidencial se produjo con el debate entre los dos candidatos finalistas. Desde la candidatura de Lasso sabían de las insuperables limitaciones de Arauz en ese terreno. Su flojo desempeño en el primer debate obligatorio, antes de la primera vuelta, anticipaba una situación desventajosa para el candidato del correísmo. La idea de un candidato que no decía la verdad quedó hábilmente posicionada. La revelación de una relación laboral de Arauz con el gobierno de Lenín Moreno como funcionario del Banco Central, y que él pretendió desmentir con argumentos engañosos, fue utilizada como punta de lanza de la campaña sucia de Lasso. Como complemento de esa revelación, se utilizó el cobro de una jugosa indemnización por su renuncia a ese cargo, justo en medio de la pandemia y después de haber estado durante varios años de licencia sin goce de sueldo. El candidato del correísmo terminó así identificado con el pasado. Durante varias semanas fueron evidentes e infructuosos los intentos por imponerle a Correa un perfil bajo. Pero desde las filas de Lasso hubo clara conciencia de esta oportunidad. Una buena parte de la estrategia se centró en atacar al ex presidente para forzarlo a intervenir en la campaña y restarle votos a Arauz. La tibieza con que el candidato del correísmo quiso compensar los exabruptos y agresiones de su tutor provocaron un cortocircuito catastrófico.
Luego de 35 años de democracia formal, un representante orgánico del sector empresarial llega al gobierno de manera directa. Las respuestas que eventualmente dará el próximo gobierno han sido anticipadas: apertura a la inversión extranjera, acuerdo con el FMI, potenciación del sector privado de la economía, priorización de la minería metálica, flexibilización laboral, profundización del modelo productivo basado en la extracción de recursos naturales. Es decir, todo un compendio de estrategias y políticas neoliberales. Pero el levantamiento popular de octubre de 2019 evidenció la persistencia de profundos problemas estructurales imposibles de resolver desde el ámbito de la economía liberal. Las demandas del movimiento indígena (Estado plurinacional) y de los demás movimientos sociales (derechos diversos) aparecen en primera fila. En esas circunstancias, el peso simbólico del voto nulo definirá los términos del conflicto político a futuro. Las sombras del fraude electoral y la escasa legitimidad del próximo gobierno convierten al movimiento indígena en un interlocutor político fundamental. Junto con el añejo socialcristianismo, Pachakutik es la única fuerza que no solo ha logrado sobrevivir a la debacle de los partidos, sino que ha acrecentado su representatividad. Además, puede combinar la presión parlamentaria con la movilización social. Por ahora, ha recuperado de manos del correísmo la bandera de la izquierda.