Que las nuevas tecnologías invadieron el mundo del trabajo no es novedad a esta altura. En los últimos años las transformaciones fueron profundas, dejando trabajadores en el camino e incorporando a los jóvenes de maneras distintas y novedosas.
Lo cierto es que el desarrollo tecnológico a lo largo de la historia está signado por los intereses de fondo. En un capitalismo desprovisto de humanidad, el afán de lucro es el objetivo escondido en el diseño de muchas de estas tecnologías. Esto no significa que sean malas en sí mismas, sino que debemos poner una lupa sobre ellas y examinarlas a fin de regularlas y encontrar alternativas en aquellos sectores donde los fines sociales son más importantes que el lucro: en efecto, no toda actividad humana debe perseguir el objetivo propuesto por el modelo económico actual.
En este sentido, es notable cómo los algoritmos y la inteligencia artificial inciden cada vez más sobre nuestra vida social en general y laboral en particular. Allí, en estas tecnologías, se ha declarado un estado de excepción sin precedentes: no hay derecho a la información sobre los parámetros o las variables que son utilizadas para decidir sobre la vida de los trabajadores; no hay participación de forma tal de que podamos decidir cómo queremos interactuar con estos sistemas; no se respetan derechos laborales ni civiles: efectivamente ya existen casos a nivel global de trabajadores discriminados sin saberlo por su género, raza, y hasta lugar de procedencia. El algoritmo se vuelve un capataz tiránico que no respeta jornada de ocho horas, vacaciones ni feriados. El paradigma emprendedor se cuela poniendo como máxima aspiración la propia explotación del ser humano.
¿Está mal organizar el trabajo a través de algoritmos? No. Ciertamente esta tecnología tiene el potencial de optimizar, dinamizar y acelerar la productividad del trabajo. Pero, como siempre, el objetivo que persiguen los algoritmos cambia el foco en qué entendemos por productividad. Entendiendo la productividad como explotación laboral, obtenemos las tecnologías que encontramos hoy día en el mercado. Pero ¿qué pasaría si entendiéramos por productividad a producir más en menos tiempo, optimizando las tareas y logrando que los trabajadores tengan más soberanía de su tiempo libre para destinar a tareas que resultan productivas hacia dentro de los hogares?
La inteligencia artificial puede ayudarnos a mejorar procesos productivos. Todo depende de cómo las diseñamos y en qué las utilizamos. Probablemente, dejar a manos de sistemas automatizados las trayectorias laborales y el destino de cientos de miles de trabajadores no sea lo ideal.
Necesitamos comenzar a poner la lupa sobre las nuevas tecnologías y ver cómo afectan nuestras vidas a fin de diseñarlas en pos de los objetivos que queremos como país: una sociedad más igualitaria, equitativa, inclusiva, con empleo para todos y todas.
Economista del Instituto del Mundo del Trabajo, Universidad de Tres de Febrero (UNTREF)