Comienza a extenderse la dinámica, entre las grandes potencias, de regular el espectro de poder que han alcanzado las tecnológicas a nivel mundial. Es una tendencia generalizada que pretende aplicar una regulación revisada, que responda al escenario tecnológico actual en la industria de Internet. Y China no es una excepción.
En el ámbito de las finanzas, la historia sitúa a China como la gran potencia innovadora, que incorporó el papel moneda, introduciendo un cambio pionero en el siglo VII que reducía la acuñación de monedas pesadas y los problemas derivados del transporte (un avance que no llegaría a Europa hasta el siglo XVII). De esa capacidad innovadora son herederos ahora los titanes tecnológicos chinos, más conocidos como BAT (Baidu, Alibaba y Tencent) generando una revolución en el mercado financiero cuyo poder ha llegado a rivalizar con los objetivos estratégicos del gobierno. El desarrollo y despliegue del yuan digital en el mercado doméstico, y por toda la región de Asia-Pacífico, aprovechando los avances tecnológicos que proporciona el 5G, ocupa un lugar prioritario entre los objetivos de Pekín.
Priorizando la innovación frente a la regulación, China ha conseguido crear en las últimas dos décadas titanes tecnológicos que han diseñado un floreciente ecosistema digital. Así surge Ant Group, la FinTech del grupo Alibaba, el que estaba considerado el unicornio más valioso del mundo, cuya salida a bolsa estaba prevista que fuera la más importante de la historia, recaudando unos 34.500 millones de dólares y eclipsando la valoración de JPMorgan Chase, el banco norteamericano más importante de Estados Unidos. Después de años de crecimientos vertiginosos, la política financiera busca ahora reducir el poder que han aglutinado los titanes tecnológicos entre los consumidores digitales, un segmento abandonado por los bancos estatales, más orientados a la financiación de grandes operaciones.
El enfoque de China y EEUU para imponer una regulación más estricta difiere en su aproximación sobre cómo generar ecosistemas digitales que sean promotores de una economía digital más madura y vanguardista. En Pekín, el escrutinio legislador está orientado a ejercer mayor control en materia de tecnología financiera, con la mirada puesta en la industria de Internet en general, aplicando sanciones a Alibaba, Tencent y otros gigantes de Internet por comportamientos de competencia inadecuados. Con estas multas, el órgano regulador chino pretende poner cierto control en el ecosistema digital del gigante asiático”, mientras no se contempla dividir las empresas, como suele suceder en EEUU ante este tipo de situaciones.
El difícil equilibrio de mantener a pleno rendimiento el boyante ecosistema digital chino se debate entre tomar medidas como la suspensión de la OPV de Ant Group, argumentando preocupaciones sobre el impacto en la estabilidad del sistema financiero, y la necesidad de limitar el gran poder de las grandes tecnológicas. Las nuevas directrices antimonopolio buscan frenar el imperio dominante que han creado las tecnológicas chinas, mientras se da espacio para desarrollar el gran proyecto de China de implantar el yuan digital que ya ha empezado a desplegarse en pruebas por varias ciudades del país. Una regulación antimonopolio que afectará igualmente a las empresas extranjeras que operan en China.
La huella tecnológica que han desplegado los titanes chinos por todo el Sureste Asiático a través de la Ruta de la Seda Digital es la que va a seguir el yuan digital en su expansión hasta conquistar los mercados internacionales, comenzando por África, América Latina y Oriente Medio, donde la huella digital de China es más intensa. En este escenario de mayor inversión estatal, apostando por la inteligencia artificial y el big data, los intereses del gobierno entran en competencia directa con las grandes tecnológicas, pudiendo afectar al desempeño del sector privado que ha tenido una posición central como impulsor del crecimiento económico chino en las últimas décadasEn plena revolución tecnológica, los intereses de los titanes tecnológicos y Pekín comienzan a divergir ante el creciente escepticismo de que el poder que han acumulado las empresas privadas durante la década dorada de crecimiento de la economía digital pueda traducirse en influencia política.
Mientras en China la presión sobre los líderes de Internet está en reducir su poder sin que afecte a la recuperación de la economía de consumo, en EEUU la presión está más enfocada a reducir la influencia política que ejercen los conglomerados en las redes sociales. El escrutinio que persigue a los grandes titanes norteamericanos en su propio mercado, y el creciente poder que han aglutinado algunos como Facebook, Google y Amazon es incuestionable. El origen de Internet, basado en promover un escenario de experimentación sin límites que fomentara la innovación, sigue ahora un patrón bien distinto, buscando monetizar el desarrollo de la Red incorporando publicidad para asegurar la gratuidad del contenido.
Incorporando tecnología cada vez más sofisticada, el debate entre las grandes tecnológicas norteamericanas ha pasado de centrarse en su enorme poder monopolístico, caso Microsoft hace dos décadas, a centrar ahora todas las miradas en los denominados GAFA (Google, Amazon, Facebook y Apple), con demandas por posición dominante sobre Google y por monopolio en las redes sociales contra Facebook. En esta nueva etapa, el creciente poder de las tecnológicas preocupa por la privacidad de los datos y la influencia política de las redes sociales en un entorno tecnológico en continua evolución. Después de la actitud pionera de Europa abogando por la protección de datos, EEUU avanza en un plan de reformas legislativas aplicando una mayor regulación sobre las tecnológicas, imponiendo sanciones, pero siendo más permisivo con las leyes antimonopolio.
El poder político de las tecnológicas en las redes sociales ha resultado ser extraordinario en EEUU, lo que hace previsible que sus modelos de negocio se vean afectados por una nueva regulación adaptada a los tiempos. El debate en EEUU, al igual que en China, es cómo implementar medidas que no impacten en la innovación de los entornos digitales mientras se busca limitar su creciente poder.