El ocaso de la democracia. La seducción del autoritarismo” es el último libro de la profesora, historiadora y periodista estadounidense Anne Applebaum. Y no es un libro más sobre los populismos: aquí predominan los hechos sobre las teorías. La obra es, en gran parte, una crónica de cómo los amigos de ayer se convierten en los adversarios de hoy, y esos nuevos adversarios, que Applebaum nunca buscó deliberadamente, le responden con el silencio, las evasivas o incluso aluden a sus orígenes judíos, lo que nunca es buena señal en sociedades polarizadas en las que se apuesta por el simplismo y el rechazo de las complejidades.
Son malos tiempos para quienes tienen muchas dudas y desconfían de las afirmaciones categóricas. Pero la época de los populismos es la de la proclamación de unas certezas”, refrendadas a menudo por las urnas, que nadie tiene derecho a cuestionar, porque el populismo es un moralismo y, lo que es peor, es una alternativa a la realidad. Applebaum no pronostica el fin de la democracia, pero dice que la democracia puede adquirir formas no liberales: cuando se dan las condiciones adecuadas, cualquier sociedad puede volver la espalda a la democracia.
Si bien el libro se ocupa de Hungría, Polonia y otros países, me parece que los análisis más logrados son los referentes a Gran Bretaña y EEUU. En los 80 allí triunfó un liberalismo conservador de la mano de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, y poco tiempo después se produjo la caída de los regímenes comunistas. Empezaron luego los felices 90”, se hablaba de un nuevo orden mundial.
La nostalgia de Anne Applebaum es una nostalgia reflexiva, pero ese tipo de nostalgia no precisa recuperar el pasado. En mi opinión, se asemeja al llanto de Escipión Emiliano antes las ruinas de Cartago en el 146 aC: los romanos han vencido definitivamente y se han quedado sin enemigo, pero la nostalgia es más de las situaciones que del tiempo pasado. Tras el final de las guerras púnicas, Roma se envolverá en una sucesión de guerras civiles que traerán la ruina de la República. Pienso que esta imagen se podría aplicar igualmente a los liberales de los años 80 y 90, entre los que se encontraría Applebaum, que se enfrentan a nacionalistas conservadores, con los que un día compartieron la lucha contra el comunismo. Las descripciones en el libro de dos fiestas con amigos en Polonia, en años tan diferentes como 1999 y 2019, exhiben los sentimientos a flor de piel de la autora. Las ausencias de la última de las celebraciones indica que algunos amigos dejaron de serlo. Sin embargo, la nostalgia que impregna a los populismos actuales es lo que Applebaum califica de nostalgia restauradora, cultivadora de mitos y proyectos políticos nacionalistas, una versión Disney” de la historia en la que no caben los matices y que abunda en teorías conspiranoicas.
La tentación autoritaria se hace una realidad cuando impera una mentalidad simplista, a la que le molestan las complejidades y le disgusta toda división. El populismo no se siente nunca a gusto con los matices.
El mandato de Donald Trump ha sido, para Applebaum, la demostración de que la democracia liberal en EEUU no es algo imposible de revertir. Los padres fundadores de la nación, lectores de los clásicos griegos y latinos, creían que la naturaleza humana es imperfecta y que, pese al optimismo de la Ilustración, era conveniente adoptar medidas especiales para que la democracia no degenerase en tiranía. Pero con el paso del tiempo, particularmente a lo largo del siglo XX, el radicalismo de derecha y de izquierda empezó a cuestionar los valores en que se asentaba la democracia estadounidense. Applebaum recuerda los años de Reagan, los del triunfo del liberalismo conservador, que estaba también presente en la atmósfera de optimismo de los inicios de la Posguerra Fría. Pero después se impuso un discurso que ponía énfasis en la decadencia del país y cuestionaba las instituciones, que desembocaría en un nacionalismo étnico.
Un efecto no deseado de este nacionalismo sería considerar que no existen grandes diferencias entre la democracia y la dictadura. EEUU ya no tendría que ser la luz en la colina”, como aseguraba Reagan, cuyos valores serían un ejemplo para el mundo. La presidencia de Trump fue un ejemplo de cómo el inquilino de la Casa Blanca había dejado de desempeñar el papel de líder del mundo libre”, tal y como era calificado durante la Guerra Fría. Esto explica el alejamiento de Applebaum del Partido Republicano, que había pasado a ser el partido de Trump.
La conclusión es que la democracia es un régimen en que la estabilidad no está garantizada, al contrario de lo que sucede en el autoritarismo. Antes bien, la democracia exige participación, debate, esfuerzo y lucha. Además, siempre existe la posibilidad de fracaso. Es posible que los electores reviertan las tendencias populistas, aunque nadie puede garantizar que no vuelvan a aparecer, pues hace tres décadas no se produjo el anunciado fin de la historia. La historia, como dice Anne Applebaum, puede irrumpir en nuestras vidas en cualquier momento.