Hoy hay dos cuestiones principales que afectan a toda la humanidad: el calentamiento global y la creciente escasez de agua potable. Ambas obligan a profundos cambios en nuestro modo de vivir, pues pueden producir un colapso de nuestra civilización y afectar profundamente el sistema-vida.
El agua, codiciada por las grandes corporaciones para privatizarla y lucrarse. Ella puede ser tanto motivo de guerras como de solidaridad y cooperación. Ya se ha dicho que las guerras del siglo XX eran por petróleo y las del siglo XXI serán por agua potable.
El agua es extremadamente abundante y al mismo tiempo escasa. Hay cerca de 1.360.000.000 km3 cúbicos de agua en la Tierra. Si tomáramos toda esa agua que está en los océanos, lagos, ríos, acuíferos y cascos polares y la distribuyésemos equitativamente sobre una superficie terrestre plana, toda la Tierra quedaría sumergida bajo el agua a 3 km de profundidad. El 97% es agua salada y el 3% es agua dulce. Pero solamente el 0,7% de esta es directamente accesible al uso humano. De este 0,7, el 70% va para la agricultura, el 22% para la industria y lo que queda para el uso humano y animal.
La renovación de las aguas es del orden de 43.000 km3 al año, mientras que el consumo total está estimado en 6.000 km³ al año. Hay por lo tanto superabundancia de agua, pero desigualmente distribuida: el 60% se encuentra en solo 9 países, mientras otros 80 enfrentan escasez. Poco menos de 1.000 millones de personas consumen el 86% del agua existente, mientras que para 1.400 millones es insuficiente (en 2020 serán 3.000 millones) y para 2.000 millones no es tratada, lo que genera un 85% de las enfermedades. Se presume que en 2032 cerca de 5.000 millones de personas se verán afectadas por la crisis del agua.
El problema no es la escasez, sino su mala gestión y distribución para atender las demandas humanas y de los demás seres vivos. Por ser escasa, el agua dulce se ha convertido en un bien de alto valor económico. Como hemos pasado de una economía de mercado a una sociedad de mercado, todo se transforma en mercancía: hoy hay una carrera mundial desenfrenada para privatizar el agua. Así, han surgido empresas multinacionales como las francesas Vivendi y Suez-Lyonnaise, la alemana RWE, la inglesa Thames Water y la americana Bechtel. Se ha creado un mercado de las aguas de más de 100.000 millones de dólares. Ahí están fuertemente presentes Nestlé y Coca-Cola, buscando comprar fuentes por todas partes del mundo.
Es importante reconocer que el agua no es un bien económico como cualquier otro. Está tan ligada a la vida que debe ser entendida como algo vital y sagrado. La vida no puede ser transformada en mercancía. Es uno de los bienes más excelentes del proceso evolutivo y unos de los mayores dones. El agua está ligada a otras dimensiones culturales, simbólicas y espirituales que la hacen preciosa y cargada de valores que en sí no tienen precio.
Para entender la riqueza del agua que transciende su dimensión económica, necesitamos romper con la dictadura de la razón instrumental-analítica y utilitarista, impuesta a toda la sociedad. Ésta ve el agua como mero recurso hídrico con el cual se puede hacer negocios. El agua se considera un bien común natural, como fuente y nicho donde hace 3.800 millones de años surgió la vida en la Tierra. Es patrimonio de la biosfera y vital para todas las formas de vida. No existe vida sin agua.
La ONU declaró el día 28 de julio de 2010 que el agua limpia y segura constituye un derecho humano. Pero ella demanda una compleja estructura de captación, conservación, tratamiento y distribución, lo que implica una innegable dimensión económica. Ésta, sin embargo, no debe prevalecer sobre la otra. Se debe garantizar a todos gratuitamente por lo menos 50 litros de agua potable y sana al día.
La visión predominante mercadológica distorsiona la correcta relación entre el agua como fuente de vida y el agua como recurso hídrico. Es todavía muy débil el principio de solidaridad social y de comunidad de intereses y del respeto por las cuencas hidrográficas que transcienden los límites de las naciones.
Para discutir todas estas cuestiones vitales se creó en 2003 en Florencia, Italia, el Fórum Mundial Alternativo del Agua. En él se propuso la creación de una Autoridad Mundial del Agua. Ella sería una instancia de gobierno público, cooperativo y plural para tratar del agua a nivel de las grandes cuencas hídricas, así como su distribución más equitativa según las demandas regionales.
Un papel importante es presionar a los gobiernos y a las empresas para que el agua no se lleve a los mercados ni se considere una mercancía. Es importante fomentar la cooperación público-privada para evitar que tanta gente muera por falta de agua o como resultado de un agua mal tratada. Cada día, 6.000 niños mueren de sed y unos 18 millones de niños dejan de ir a la escuela porque se ven obligados a ir a buscar agua a 5-10 km de distancia.
Un mundo con hambre cero, preconizado desde hace años por los Objetivos del Milenio de la ONU debería incluir la sed cero, porque el agua es alimento y no hay nada que pueda vivir y ser consumido sin agua.