Cenizas y esperanzas

Por Roy Rodríguez

Cenizas y esperanzas

Desde que el mundo es mundo y las estaciones pasan, cuando llega la primavera, en miles de pueblos, dispersos por las geografías más diversas, de miles de pueblos los hombres jóvenes parten.

La ceremonia de partida de los hombres jóvenes tiene que ver con la tristeza de separarse de los seres queridos. Pero también con la esperanza. La esperanza de traer a casa, a cada aldea, a cada pueblo, la comida.

Parten los jóvenes pastores hacia lo alto de las montañas en busca de pastos tiernos. Parten los jóvenes pescadores en sus embarcaciones enormes hacia el mar, a la saga del gran pez. Parten los cosecheros con sus manos huecas, que acariciarán la certeza de los frutos en su suave y ajena madurez.

En el pueblo donde vivo, cuando llega agosto, los hombres jóvenes parten regularmente (también van mujeres, pero la historia no las registra, aún). Cada semana o dos, en medio de las sequías eternas, van a pelear contra el fuego. El fuego que enciende la avaricia de quienes dictan las leyes, el fuego que se quema en los expedientes de quienes deberían hacerlas cumplir, el fuego que todo lo arrasa.

Y allá van los hombres jóvenes de mi pueblo a luchar contra las llamas que encienden otros para quedarse con un pedazo más de tierra, con lo que queda del río, con la implacable belleza de la montaña.

Y pelean los hombres para salvar un espinillo o un zorrito. En la soledad del monte, pelean.

Después de unos días regresan. Noches sin dormir. Y los ojos rojos de desesperanza. Las manos negras y ese olor que penetra hasta el último poro. El del dolor de la madera quemada. El de la muerte a cada paso.

Me quedo pensando si estará cerca el día en que los hombres jóvenes de mi pueblo dejen de partir cada primavera. Para solo cosechar las cenizas de los fuegos que encendieron otros. Mientras lo pienso escucho el ruido de las motosierras. Y me digo que quizás eso pronto suceda. Es que ya no queda monte. Ni fuego capaz de quemar esta nada. Esta nada en que terminaremos por convertir nuestro pequeño espacio del mundo, antes de partir sin rumbo, llevando a cuestas nuestra esperanza, hecha cenizas.

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