Puede ser peligroso ser enemigo de los Estados Unidos, pero ser su amigo es fatal”. H. Kissinger
Lo supieron en Saigón a finales de la década del 60. Cuántos líderes y países lo han sufrido; lo está viviendo estos días el venezolano Juan Guaidó. El gobierno afgano que huyó de Kabul, y la India, fueron dejados de lado de la mesa de negociaciones de Doha impulsada por Washington, a la que fueron invitados a sentarse con el Talibán, Rusia, Pakistán y China. Los socios de la OTAN también fueron apartados de la decisión. El proceso de negociación por la paz en Afganistán desde la apertura de la oficina política del talibán en la capital catarí, en 2013, a instancias de los EEUU, provocó una situación crítica y dinámica para los poderes globales y regionales. La decisión incumplida de Washington en 2009 de comenzar a retirarse en 18 meses quizás señale un momento contradictorio y de derrota anunciada. La victoria talibán tiene amplias connotaciones estratégicas.
Los vencedores han abolido rápidamente la ficción republicana impuesta hace 20 años, y restituido el Emirato Islámico de Afganistán previo. Centros occidentales reclaman estándares institucionales e ideológicos que erróneamente se intentaron durante el tiempo que duró la ocupación, insistiendo en torcer la realidad en intentos de promover una democracia moderna en tierra de clanes. Dos incógnitas son claras: una, si los buenos modales y expresiones condescendientes de las nuevas autoridades de los antiguos talibán son auténticas; en segundo lugar, lo que es más importante, si el Talibán podrá consolidar el poder que acaba de obtener.
La estructura tribal de Afganistán y las organizaciones armadas del yihadismo salafista ya han emprendido acciones contra el poder recientemente constituido, el que debe sumergirse en el proceso habitual de negociación con todos los factores internos de poder, esforzándose en acotar una guerra civil que, aunque de baja intensidad, es muy previsible.
La capacidad de controlar el despliegue del terrorismo determinará la evolución del cuadro regional e implica que la guerra no ha terminado, sino que habrá de librarse, de aquí en más, en escenarios diferentes. La predicción equivocada de la inteligencia estadounidense, de que seis meses después de su retirada el gobierno aliado de Kabul colapsaría, es un error que exhibe con elocuencia la dinámica del conflicto y los inconvenientes en precisar su evolución.
Washington, ahora, ve limitada su participación a incidir y presionar sobre las acciones que emprenda de aquí en más las Naciones Unidas, especialmente el Consejo de Seguridad; congelar los casi 9.000 millones de dólares tomados en custodia; establecer las condiciones de la intervención del FMI; y, obviamente, desplegar nuevas acciones de inteligencia en la nueva etapa del conflicto. Washington tiene bastante y continúa siendo la principal potencia militar, económica y tecnológica del globo, pero su incidencia regional y global luce disminuida, y sus aliados acentúan la búsqueda de su propio camino (de lo que las nuevas conversaciones de sus socios europeos en su reciente reunión de Eslovenia dan acabado testimonio).
La contracara de Paquistán, que emerge como la principal ganadora del restablecimiento talibán, es la India, que en 20 años realizó aportes colosales de todo carácter -menos militar- y corre el riesgo de perder todo lo invertido económica, política y estratégicamente en este tiempo, quedando en desventaja frente a China y Paquistán, sus rivales acérrimos. Las tensiones indo-islámicas están más cerca de su recrudecimiento que de su superación, y Narendra Modi puede pagar caro el haber puesto todos los huevos en la canasta de Washington.
Irán también emerge ganancioso. El complejo y conflictivo mundo entre chiitas y sunitas, que alimenta la enemistad entre Irán y Arabia Saudita respectivamente, se refleja en las relaciones entre Teherán y Kabul, que estuvieron a un paso de la guerra en 1998. La tensión fue aliviándose paulatinamente durante el tiempo de la ocupación: Irán y el Talibán tenían en EEUU y las tropas alemanas, inglesas e italianas, a un enemigo común, lo que les permitió trazar estrategias tendientes a fortalecer las posibilidades del retorno del Emirato Musulmán al poder, sellando una alianza tendiente a controlar la tensión entre chiitas y sunitas que perdura. Irán reclutó a miles de talibán para las fuerzas especiales de su mítico general Qasim Soleimani, les proveyó de mayor envergadura para las negociaciones de Doha y -ahora- alienta el comercio a través de su extensa frontera y abre el grifo del petróleo. Irán ha dado un paso importante en su ambición de convertirse en un jugador insoslayable y poderoso en la región.
China y Rusia han hecho públicas sus intenciones de establecer un acuerdo de trabajo conjunto con Afganistán sumando a Pakistán y Uzbekistán, que estratégicamente excede el marco subregional y tiende a debilitar aún más la influencia regional del Quad, EEUU, India, Japón y Australia- en el espacio indo-pacífico.
China ve una importante oportunidad en la posibilidad de tomar ventaja en explotación de recursos naturales y sustituir a la India en el desarrollo de la infraestructura afgana, pero tiene también una preocupación particular: evitar la influencia de los fundamentalistas sobre los uigures y la no intervención de Kabul en sus asuntos internos. Los intereses estratégicos de Beijing y Washington en el control del terrorismo que sigue activo en Afganistán y Paquistán confluyen, pero esto será motivo de otra nota.
Abogado y diplomático