Tradicionalmente vista como una tierra de oportunidades, heterogénea pero menos desigual que otros continentes, Sudamérica transita un periodo de estancamiento socioeconómico, agravado por retrocesos institucionales, crisis de representación y la fuga de capital humano.
Mientras tanto, otros continentes, incluso la diversa, contradictoria y expoliada África muestran signos de dinamismo. Repasemos ciertos números.
¿Estadística “mata” preconcepto?
Las tasas de crecimiento del PIB proyectadas por el Fondo Monetario Internacional para el período 2025-2035 muestran un panorama favorable para vastas zonas africanas, con una expansión promedio del 4,5%, mientras que Sudamérica apenas alcanzaría un 2%. Países como Etiopía, Sudáfrica, Costa de Marfil atraen inversión extranjera directa y desarrollo tecnológico, principalmente de India y China (Nueva Ruta de la Seda, con obra pública en muchos países del continente).
En contraposición, economías sudamericanas como Argentina, Venezuela o Bolivia arrastran estanflación, desindustrialización e inestabilidad institucional. Incluso los más estables -Brasil, Colombia, Perú- deben superar la dependencia de commodities y una productividad detenida.
El Índice de Desarrollo Humano (IDH), elaborado por el PNUD, aún favorece a Sudamérica en términos absolutos. En 2023, Chile (0,855), Argentina (0,842) y Uruguay (0,809) se ubican dentro del grupo de desarrollo humano «muy alto», mientras que Brasil (0,754), Perú (0,762) y Colombia (0,752) integran el grupo de “alto desarrollo humano”. En cambio, países africanos como Ruanda (0,543), Nigeria (0,548), Senegal (0,521) y Etiopía (0,498) permanecen en categorías de desarrollo humano “medio” o “bajo”.
Pero si seguimos repasando datos, entre 2010 y 2023 varios países africanos aumentaron su IDH a tasas sostenidas de entre 1,5% y 2% anual. Mientras tanto, gran parte de Sudamérica muestra estancamiento o retrocesos. Argentina, por ejemplo, redujo su valor de 0,851 en 2019 a 0,842 en 2023, y Brasil apenas creció un 0,3% en el mismo período.
Si un niño nace …
En Montevideo o Rosario, tendrá acceso a servicios de salud y educación públicos confiables, aunque saturados, en contextos urbanos con inseguridad asociada a fenómenos como el crimen organizado. El entorno institucional ofrece previsibilidad, pero la economía muestra fatiga, y muchas familias emigran.
En Libreville, capital de Gabón (África central, litoral atlántico), ofrece estabilidad económica con restricciones políticas. Las escuelas y hospitales públicos operan con limitaciones. Hay perspectivas de movilidad para quienes se inserten en los sectores dinámicos (recursos naturales principalmente).
En Tumaco, Colombia, el panorama es desolador: violencia armada, narcotráfico, baja escolarización y escasa presencia estatal. La infancia allí está signada por la pobreza estructural y, muchas veces, por el desplazamiento forzoso.
Orán, ciudad argelina (norafricana, zona del Magreb), combina acceso a servicios básicos de base estatal con un sistema político restrictivo. Presenta inversión en salud y educación, aunque las oportunidades laborales aún son acotadas. Muchos jóvenes aspiran a migrar hacia la cercana Europa.
En Medellín o Lima, la infancia transcurre en un entorno urbano cuya infraestructura social es de acceso desigual e irregular nivel de prestación. Los niveles de violencia son importantes y fluctuantes.
En Zinder, Níger (África Occidental), son palpables la falta de agua potable, la alimentación deficiente, las altas tasas de mortalidad infantil y una mínima cobertura educativa. El horizonte de mejora depende casi exclusivamente de la ayuda internacional.
En una megalópolis como Caracas, la niñez se ve condicionada por servicios deteriorados por la crisis: autoritarismo, inflación y migración forzada. Se han restringido drásticamente las oportunidades de desarrollo personal.
En una capital portuaria de tamaño comparable, Luanda, Angola (litoral atlántico surafricano), la infancia transcurre en un clima de modernización desigual. Hay inversión en infraestructura, pero los servicios aún son limitados. Existen oportunidades de empleo, pero también circuitos de migración relevantes.
Kigali, capital de Ruanda (centro-este africano), presenta un nivel de pobreza significativamente menor a la media del país, una población muy joven, avances en conectividad y gestión pública. La escolarización primaria y secundaria ha mejorado y aparecen alternativas productivas en el campo de la minería y el turismo.
En Buenos Aires, la niñez transcurre en una ciudad desarrollada pero inmersa en un país en crisis, rodeada por un inmenso conurbano. Las oportunidades educativas y culturales son amplias, aunque afectadas por la inflación, la inseguridad y la percepción de decadencia.
Johannesburgo, Sudáfrica, ofrece infraestructura moderna y una economía diversificada, pero con graves desigualdades. El acceso a servicios de calidad dependerá del origen social, aunque hay oportunidades de movilidad en sectores como tecnología, finanzas y servicios urbanos.
Brasilia, aunque planificada y con buenos servicios urbanos, está marcada por la diferenciación socio-espacial. Las oportunidades están influenciadas por la pertenencia a determinados estratos de clase y la coyuntura política.
En Maputo, Mozambique (litoral índico sur-africano), crecerá en un polo de transporte, en expansión, pero con restricciones en servicios básicos. Cuenta con numerosas universidades. Presenta oportunidades en logística e infraestructura, en un contexto de fuerte informalidad laboral.
Perspectivas
Mientras Sudamérica permanece atrapada en la llamada «trampa de ingreso medio» (6 a 12 mil dólares anuales por persona), varios países africanos podrían superarla en las próximas dos décadas. Además, África conserva una estructura demográfica dinámica, con altas tasas de natalidad y una creciente urbanización, mientras que Sudamérica envejece y quizá se “desurbaniza” (por la enorme marginación que aparece en entornos metropolitanos sin contención alguna) sin haberse desarrollado.
Desde otro plano, aún cuando África mantuvo históricamente una tasa de homicidios cada 100.000 habitantes superior al resto del mundo, hoy las más altas (68 en Lagos -Nigeria-, 63 en Cape Town -Sudáfrica- o 59 en Nairobi -Kenia-) están por debajo de los 130 homicidios de Caracas (Venezuela), los 142 de Durán o y los 81 de Esmeraldas (ambas de Ecuador) y los 145.7 de la brasileña Maracanaú.
¿Seguirá deteriorándose la equidad en Sudamérica? ¿O cederá la desigualdad en África? ¿Será mejor vivir en África que en Sudamérica dentro de diez años? La respuesta no es obvia. Mientras aquí perdemos ventajas relativas, y se evapora la capacidad de imaginar un porvenir, la enorme África (casi una vez y media nuestro continente), con todas sus heridas, parece intentar en amplias regiones, caminar sobre sus propios pies.