El título de la nota pareciera ser una suerte de elogio al consumo de bebidas espirituosas. Y es una presunción acertada aunque, también, permite un fundamento histórico para acariciar el ejercicio de la escritura con historias y personajes para contextualizar.
Volviendo al título, por más increíble que parezca, no es una estrofa de Los redondos de Ricota, sino una de las tantas sentencias del poeta latino Horacio.
Conocido por el deseo de una vitalidad plena con carpe diem, este referente lírico del goce de la vida nos dejó la frase Nunc est bibendum… traducible como ahora es momento de beber…, que serviría para explicar siglos de brindis, celebraciones y algún que otro exceso.
Una cita inflada
Si dejamos descansar a Horacio (65-8 AC) y avanzamos unos 18 siglos hasta Francia, tierra de la buena vida, encontraremos a los emprendedores franceses Édouard y André Michelin inventando las cubiertas. Con los neumáticos rodando, los hermanos habían visto que un conjunto de gomas apiladas se asemejaban a una persona rolliza y, con esa percepción, lanzaron una potente campaña publicitaria que dio a luz el muñeco de Michelin.
Su producto estrella eran las cubiertas desmontables para bicicletas -unos años después llegarían a los autos- y les acompañaron con el hombre de gomas. Esta mascota, cuya fama le volvería global, protagonizaría un tiempo hermoso cuando las publicidades se centraban en carteles y marquesinas. Dicen los estudiosos que hubo más de 20.000 motivos diferentes, empatizando con niños y adultos, habitantes de cada país, o integrantes de diferentes estratos sociales. En cierta medida se le podría considerar el primer caso de microtartegización global.
El sostenido deseo de un branding potente lo volvería protagonista de cortometrajes, personaje de historietas, canciones, y un sinnúmero de proyectos comparables con los que experimentaba en ese entonces Mickey Mouse.
Lo interesante del caso es que el “hombre de Michelín” nacería con un cigarro en la boca y una copa de champagne en la mano derecha, sensiblemente pasado de dulces. Ciertamente la copa estaba llena de vidrios y clavos porque “se tomaba los obstáculos del camino” y llevaría la frase nunc est bibendum acompañada de a su salud.
El famoso muñeco-mascota adoptaría para siempre el nombre Bibendum derivado de la frase horaciana, así como atravesado por la simpatía que históricamente el pueblo ha tenido por los tragos. Siempre se trató de un universo muy grande -y sufrido-, como lo consideró Oscar Wilde “El trabajo es la maldición de la clase bebedora”.
El paso de los años le impuso dejar de beber, o al menos abandonar la copa en público, y décadas más tarde, también dejar de fumar sus típicos puros.
Transformarse en un muñeco blanco nieve y musculoso sería un proceso de corrección política que acompañaría a la compañía mientras se convertía en una de las más prestigiosas multinacionales del sector. Michelin, y Bibendum, se hicieron tan fuertes que absorbieron la compañía automotriz Citroën. Como si todo esto fuera poco, cuando los Michelin estuvieron al volante de la marca reconocida por dos chevrones, se animaron a subvertir el sector lanzando uno de los productos más revolucionarios de la industria automotriz: el 2CV. Este emblema de los autos sustentables y populares fue un paraguas con ruedas tremendamente exitoso.
Volviendo al gordito bebedor del cigarro, el entusiasmo de los hermanos fundadores le volvió un objeto de culto con acciones de la más diversa índole. Pero extrañaba la buena vida.
Pasado el tiempo y cada vez más esbelto, el ánimo viajero de Bibendum le llevó a recorrer países y regiones de la mano de su gastronomía.
Más sofisticado y sibarita, la mascota ganaría en salud y prestancia al tiempo que las Guías Michelin daban a conocer -mientras cambiamos las gomas- el mundo a través de sus comidas, o sea su cultura. Las estrellas Michelin, en cierta medida son obra del gordito.
Seguramente la copa volvió a sus manos, aunque suponemos que en lugar de clavos, ahora brinda con un burdeos reserva.
Cuando los hombres fallen confiemos en las musas
La historia de Bibendum es señera porque insiste en defender los principios del bon vivant, sacrificando lo que cada época tildaba de políticamente incorrecto, hasta dejarle suficientemente limpio y blanquecino. Aunque la empatía sea el costo.
Como contracara a tanta pulcritud hay intentos inspiradores como Druk -también llamada “otra ronda”, la película danesa de Thomas Vinterberg. Como una danza hipnótica, esta obra maestra embelesa a los espectadores sedientos.
La trama propone a un grupo de amigos que experimentan una vida ¿mejor? con un poco de alcohol en sangre. Es que, puesto a tener fe, podemos tomar -valga la redundancia- la cita de William Claude Dukenfield “Todo el mundo necesita creer en algo. Yo creo que me tomaré otra cerveza”.
La bebida, ese pasaporte hacia algún tipo de felicidad frágil, confusa -y seguramente por todo ello- más bonita, cobra una metafórica corporalidad en el Bibendum, aunque supone una práctica perdida durante el tiempo de la humanidad, en proceso de fermentación.
Una copa, ese primer beso de una noche compartida, y el último abrazo de ese amanecer que nos enloquece un poco, es un arcoíris. Una trampa bellísima e inalcanzable, capaz de albergar tantas risas como lágrimas caben debajo del corcho.
Es un asunto significativo y estrictamente vinculado con la escritura al punto que Dudley Moore vaticinó «no todo el mundo que bebe es un poeta. Algunos lo hacemos porque no podemos serlo».
Bibendum, tomando esas referencias, decidió diluir su legado bebedor por recomendación de su publicista, pero se lo recordaremos con cuidado y sin pasarnos para no perder lectores: lo dijo Youngman, “cada vez que leo que el alcohol es malo, dejo de leer”.