Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano (1770-1820) es, sin dudas, uno de los personajes fundamentales de nuestra historia. Se trató de un destacado intelectual rioplatense, de firmes convicciones patrióticas, un trabajador infatigable al servicio de la libertad, el progreso del país y la educación de sus habitantes.
Sin embargo, hoy tenemos la convicción que representa mucho más que eso, porque Belgrano es un símbolo, un modelo a seguir, el punto de referencia jamás cuestionado por ninguno de los bandos en los que se divide y fragmenta la Argentina. En el país de las mil grietas, Belgrano parece ser nuestro suelo común.
Curiosamente, no llegó a gobernar ningún territorio, como militar perdió más batallas que las ganadas, había nacido en el seno de una familia rica y terminó sus días sufriendo severas privaciones (falleció en Buenos Aires el 20 de junio de 1820, sumergido en la más profunda pobreza y el más absoluto olvido), siempre entregó mucho más de lo que recibió, renunció a todo tipo de comodidades y privilegios, nunca pudo concretar sus proyectos personales ni ver plasmados todos sus sueños, y, quizás por ello, esos sueños, doscientos años después aún nos acechan.
Siendo muy joven se fue a estudiar a Europa. Se formó en las más tradicionales y prestigiosas universidades españolas de aquella época (Valladolid, Salamanca y Madrid). Desde la península fue testigo intenso de la Revolución que estalló en Francia el 14 de julio de 1789, y a partir de entonces se apoderaron del joven Manuel las ideas de libertad, igualdad y fraternidad, quien “sólo veía tiranos en los que se oponían a que el hombre, fuere donde fuese, no disfrutase de unos derechos que Dios y la naturaleza le habían concedido”.
Regresó al Río de la Plata en 1794 con el diploma de abogado al ser nombrado como Secretario “perpetuo” del Consulado de Buenos Aires. Allí desplegó una extraordinaria labor, bregando incansablemente por la libertad de comercio, el desarrollo de la agricultura y la industria, impulsando además la creación de escuelas comerciales, de Náutica y de Dibujo.
A su vez, colaboró desinteresadamente en el “Semanario de agricultura, industria y comercio”, de Juan Hipólito Vieytes, y fundó el periódico “Correo de Comercio” (en marzo de 1810), con el inocultable propósito de difundir sus ideas progresistas y contribuir al desarrollo económico y cultural del naciente país.
Manuel Belgrano fue un personaje multifacético, hombre de letras con una refinada formación jurídica, lúcido economista y activo periodista, que supo moverse en la arena política y diplomática con evidente sagacidad, a quien las propias circunstancias y urgencias de la lucha emancipadora le obligaron a asumir misiones militares para las que no estaba necesariamente preparado, y en las que cosechó algunos éxitos y muchos fracasos.
Siempre recordado por haber sido un actor clave en la Revolución de Mayo de 1810; por haber creado nuestra enseña patria (que fue enarbolada por primera vez en las barrancas del río Paraná, a la altura de Rosario, en febrero de 1812); por el extraordinario “éxodo jujeño” (agosto de 1812); y también por los resonantes triunfos obtenidos en las batallas de Tucumán (septiembre de 1812,) y Salta (febrero de 1813); sin embargo suele soslayarse que Belgrano supo priorizar ante todo la educación, proponiendo el establecimiento de escuelas gratuitas de primeras letras en todos los pueblos, para brindar una formación básica a los niños pobres, y también a los afrodescendientes y los pueblos originarios, llegando incluso a propiciar -contra las costumbres de la época- la educación formal de las mujeres.
Por ello, no dudamos en afirmar que Manuel Belgrano fue el primer gran impulsor de la educación pública, gratuita, igualitaria e inclusiva en nuestro país, adelantándose unas décadas a la decisiva impronta que le daría Domingo Faustino Sarmiento a la educación argentina.
Su interés por lo educativo era tan notorio que, en 1813, decidió donar el dinero (unos 40.000 pesos) con el cual el Gobierno lo había premiado por la victoria lograda en la batalla de Salta, a fin de facilitar la construcción de “cuatro escuelas públicas” en las ciudades de Tarija, Jujuy, Tucumán y Santiago del Estero, que por entonces carecían de una institución “tan esencial e interesante a la religión y al Estado”. En ellas debería enseñarse a “leer, escribir, aritmética, doctrina cristiana y los primeros rudimentos de los derechos y obligaciones del hombre en Sociedad hacia ésta y el Gobierno que la rija”.
Se sabe que aquella visionaria iniciativa debió esperar casi dos siglos antes de hacerse realidad. De hecho, la última de las escuelas fue levantada en Jujuy (se trata de la Escuela N° 452, ubicada en el barrio Campo Verde de la capital jujeña) y se inauguró recién en julio del año 2004.
En cambio, poco y nada se conoce sobre el Reglamento que don Manuel redactó para el adecuado funcionamiento de aquellos establecimientos, cuyo articulado denota claramente cuál era su concepción sobre la educación y la trascendencia que ésta revestía para la sociedad.
En el citado Reglamento se privilegiaba el financiamiento de la educación y la retribución del maestro al preverse -en su artículo 1°- que se debían destinar quinientos pesos anuales para cada escuela, de los cuales cuatrocientos serían para pagar los servicios del educador y los cien restantes para “papel, pluma, tinta, libros y catecismo para los niños de padres pobres que no tengan como costearlo”, es decir, útiles escolares y libros para los niños más carenciados.
Belgrano plasmó allí maravillosas expresiones de reconocimiento hacia el maestro, al sostener que éste debía procurar “con su conducta y modos inspirar a sus alumnos el amor al orden, respeto a la religión, moderación y dulzura en el trato, sentimientos de honor, amor a la verdad y a la ciencia, horror al vicio, inclinación al trabajo, desapego del interés, desprecio de todo lo que tienda a la profusión y lujo en el comer, vestir y demás necesidades de la vida, y un espíritu nacional que les haga preferir el bien público al privado y estimar en más la calidad de americano a la de extranjero” (art. 18).
Asimismo, pretendiendo jerarquizar la función docente, en el artículo 8 se indicaba expresamente que “en las celebraciones del Patrono de la ciudad, del aniversario de nuestra regeneración política (en alusión al 25 de Mayo) y otras de celebridad, se le dará al maestro en cuerpo del Cabido, reputándosele por un padre de la Patria”. Y demostrando cuán adelantado estaba en su tiempo, se expedía a favor del sistema de concursos para evitar el “acomodo” en la designación de maestras y maestros.
Por cierto, Belgrano era plenamente conciente de la gravitación que tenía la educación popular en la construcción y desarrollo de una Nación. Y tampoco era ajeno a su voluntad dar debido estímulo a las nuevas generaciones, siempre que hicieran méritos suficientes. A tal efecto, se les brindaría a los jóvenes más destacados “asiento de preferencia, algún premio o distinción de honor, procediéndose en esto con justicia” (art. 6).
En los complejos tiempos que vivimos, dominados por la confusión y la confrontación, con precandidatos a Presidente que -en tono de campaña y de manera irresponsable- propugnan el fin de la educación pública, obligatoria y gratuita en nuestro país, sin dimensionar las nefastas consecuencias que ello traería aparejado, es menester recoger y defender el legado belgraniano, priorizando hoy más que nunca la educación, porque de lo contrario el sueño de la libertad será imposible de alcanzar, tal como lo sostenía el célebre General.