Cierra la semana y se entreveran en la primera mañana de una radio top de Buenos Aires (muy escuchada en la Docta), dos que se conocen bastante bien. De un lado, un periodista líder en audiencia; del otro, un ex ministro (y actual vocero) de Mauricio Macri. Conversan sobre las derivas de la yunta entre Javier Milei y el ex presidente. Aparece una coincidencia: cómo pudo haber ganado el peronismo en primera vuelta, dadas la inflación, la falta de dólares, la crisis de abastecimiento de combustible y la mar en coche; o dicho de otro modo, por qué el pueblo eligió esa propuesta a la más prudente que presentaba, por caso, Juntos por el Cambio. Repentinamente, el vocero macrista consulta al entrevistador sobre su “hándicap” en golf; se inicia una inesperada digresión, con queja del ex funcionario: por la campaña electoral debió abandonar (temporalmente) el “green”. Ambos siguen sin entender qué le pasó a “la gente”, mientras se exponen como parte del ensimismado 22% que votó a Bullrich.
Los dos trabajan para el núcleo duro conservador que es médula del espacio cambiemista. Integran la clase media-alta subyugada por pertenecer, pero no pueden comprender por qué los aliviados por la modificación en el impuesto a las ganancias o la devolución del IVA; los beneficiados por los aumentos jubilatorios y otros paliativos sociales; o los productores que pueden liquidar a un dólar más competitivo, le dieron la espalda al “orden y valentía” anunciadas por Bullrich en sus afiches.
Al regreso de la digresión golfista, el comunicador, aunque ácido, deja fundamentar al político sobre el sentido de la voltereta macrista. El ex ministro intenta explicar que hay algo más que un pedido de la pequeña Antonia Macri a su papá: invoca el vocero un vía crucis personal de tres noches de insomnio, hasta resolver su propio apoyo a los libertarios. Descuenta que aquellas ideas presentadas por Bullrich serán consideradas por el mismo “León” que hasta hace pocos días abominaba a los candidatos cambiemistas.
La amplia base que acompañó, desde 2015, durante muchas elecciones a los candidatos de Juntos por el Cambio se ha reducido a quienes son parte de una clase muy acomodada, característica de sociedades urbanas de economía diversificada: poco más de un quinto de la población que hoy vota en Argentina.
La aparición de Milei fue posible cuando en JxC los componentes “popular” y “diverso” se retrajeron, al fracasar primero como gobierno y después como oposición.
De cara al 19 de noviembre las encuestas exhiben números ajustados, con un porcentaje amplio de personas que están más cerca del voto en blanco que de adherir a una de las dos opciones.
En el comando libertario, tras algunos desacoples, pareciera ir retornando la calma. ¿Qué tomará Milei del ex presidente, además de la logística que se le ofrece para llegar competitivo (en fiscalización y otros menesteres de campaña) a la elección? Pocas señales hasta ahora.
En Unión por la Patria se trabajan estrategias en cada jurisdicción. Gobernando, el esfuerzo requiere que ningún obstáculo se cruce en el camino, como ocurrió con la incómoda crisis en la distribución de combustible, que, además de generar problemas ciertos, otorgó excusas a opositores y a medios concentrados para amplificar el drama.
¿Qué pasa en Córdoba?
El inesperado (para los cordobeses) ballottage entre Milei y Massa se vive como el momento posterior a una virulenta patada a un hormiguero; cuando las cánulas, pacientemente construidas, quedan expuestas y obturadas, desarticulándose sus pasos y desordenándose las colonias.
Mientras se anticipa que las preferencias locales hoy no variarían demasiado de aquel recordado triunfo de Macri sobre Scioli en 2015 (más del 70% de los votos), ahora a favor de Milei, los grupos que tributan ese espacio no coordinan sus iniciativas.
Sigue convulsionado el mileísmo local; mantiene el Pro sus enfrentamientos; y a Luis Juez lo ha contravenido públicamente… ¡su propio hijo Martín!
El radicalismo cordobés no define si le hará caso a Gerardo Morales (hacer lo posible para que no gane Milei), o a Alfredo Cornejo (exactamente al revés). Voces autorizadas señalan una certeza: “no forzaremos el lugar que la sociedad nos definió, ser opositores”.
No hay crecimiento en Córdoba del kirchnerismo, siempre desperdigado en vertientes. Y sí es muy notorio cómo se va ensanchando el sector que adhiere a la candidatura de Sergio Massa, tallando la muñeca de sus armadores, y el sentido de supervivencia de muchos que deberán afrontar responsabilidades institucionales en los próximos cuatro años.
Mientras fluye el goteo de intendentes y legisladores hacia el massismo, Schiaretti insiste con fustigar posiciones kirchneristas, asociándolas con Massa (tendencia en la cual, quienes conocen su pensamiento, afirman se mantendrá… sin lograr comprender, del mismo modo que los porteños retratados arriba, lo ocurrido el 22 de octubre en la Argentina).
En tanto, Llaryora no mueve sus fichas y Passerini, si nos guiamos por su Instagram, no estaría enterado de que en dos semanas hay elecciones.
La tropa de Hacemos por Córdoba suma preocupación, sin precisiones de sus jefes sobre aspectos cruciales: partiendo de la conformación de los futuros gabinetes provincial y municipal (todos los días se rumorean incorporaciones de ex opositores, mientras los propios esperan con indisimulada angustia) hasta la definición de apoyos en la segunda vuelta presidencial.
Los murmullos van mudando a críticas, mientras, no muy lejos, los celulares de Juan José Álvarez y Tania Kishakevich, ocupados operadores massistas en Córdoba, no paran de sonar.