El asado está en el ADN de los argentinos, es típico de nuestra cultura gastronómica, nos caracteriza e identifica como pueblo. En muchas ocasiones, a la hora de celebrar ciertos acontecimientos personales o familiares, nos reunimos en torno a la mesa para compartir y disfrutar de un rico asado ¿Alguien se puede imaginar a los argentinos sin el asado?
Y precisamente en el contexto actual, cuando gran parte de la población evidencia serias dificultades para poder acceder a los cortes de carne vacuna (y no sólo a eso, sino al resto de los alimentos), reaparece el asado con toda centralidad y en su dimensión más política. En la historia argentina se recuerdan algunos asados que, por diversos motivos y circunstancias, adquirieron notoria trascendencia pública.
Fue el caso del multitudinario asado organizado el 12 de febrero de 1982 en el pueblo de Victorica, provincia de La Pampa, por el entonces presidente de facto Leopoldo Fortunato Galtieri, el general que unos meses antes había reemplazado a Roberto Viola, en medio de la feroz interna desatada en el seno de la Junta Militar que se había adueñado -por la fuerza- del poder tras el Golpe de Estado perpetrado el 24 de marzo de 1976.
Dos meses después del “Asado de Victorica” (también conocido como “el asado del siglo”), los esfuerzos de legitimación popular desplegados por aquella oscura y cruel dictadura van a adquirir nuevos ribetes trágicos cuando el “General Majestuoso” embarcara al país en la Guerra por Malvinas. Por cierto, Galtieri iba detrás de su propio proyecto político personal, pues se autopercibía como el líder que se encargaría de perpetuar en el poder los valores de aquel “Proceso”.
La excusa para concretar tan desproporcionada comilona fue la celebración del centenario de un pueblo orgulloso de haber sido punta de lanza en la lucha contra la “barbarie indígena”, la primera población fundada por el Ejército en el territorio nacional, allí “donde nació La Pampa”. El célebre asado revolucionó por completo aquel pequeño enclave agropecuario de menos de 3.000 habitantes, que durante unas horas pasó a contar con más de 10.000 comensales.
El Presidente y su nutrida comitiva arribaron desde Buenos Aires en los aviones Tango 01 y 02, desde los pueblos vecinos viajaron en tren miles de personas, por eso la estación local del ferrocarril registró un movimiento inusitado y las rutas provinciales fueron intervenidas por las fuerzas de seguridad. Además, una decena de gobernadores fueron especialmente invitados al acto. Todas las fuerzas vivas y las instalaciones del pueblo (distante a unos 150 kilómetros de la ciudad de Santa Rosa) fueron destinadas al cumplimiento y ejecución de aquella peculiar iniciativa.
Galtieri no se privó de dar un encendido discurso, en el que agradeció a los “héroes de la Patria”, es decir, a los que protagonizaron la denominada “Conquista del Desierto” y, fiel a su extravagante estilo, montó un verdadero show previo, ingresando al predio en un jeep, desde donde pasó revista a los invitados. Lo escoltaba un centenar de gauchos a caballo, mientras los aviones de la Fuerza Aérea dibujaban acrobacias en el cielo pampeano.
El evento se desarrolló en el parque “Los Pisaderos”, en el mismo sitio donde se ubicó el fortín de la Campaña. Allí se levantó una enorme carpa de 14.000 metros cuadrados para albergar a todos los comensales. Según las crónicas de la época, aquel día se consumieron 7.000 kilos de carne vacuna; 2.000 kilos de chorizos; 3.000 kilos de pan; 13.000 helados; se bebieron más de 5.000 litros de vino y se quemaron unos 400.000 kilos de leña. Unos 600 asadores ataviados como gauchos se encargaron de las parrillas y otros 600 camareros impecablemente vestidos de blanco sirvieron el almuerzo a los más de 10.000 asistentes.
Algunos medios de prensa, como “El País” (de España), se encargaron de señalar la contradicción existente entre el “espectacular banquete” y la “política de austeridad” que promocionaba el Gobierno ante la grave crisis económica que por entonces atravesaba el país (con más de 130% de inflación anual; desempleo creciente; corridas cambiarias; fuga de divisas; aumento del endeudamiento y pérdida de reservas en el BCRA).
El “Asado de Victorica” quedó en la memoria colectiva como “un grotesto de lo infame”. Fue una celebración que iba a contramano de la realidad que padecía la mayoría de la población. Cuatro décadas después, otro asado, el “Asado de Olivos”, emerge a la luz pública con demasiadas similitudes a su alrededor. Ambos cargan con el peso simbólico de lo infame, lo grotesco, lo carente de sentido común.
Sin embargo, un detalle los diferencia y torna más cruel a la cena recientemente organizada por el presidente Javier Milei en la quinta de Olivos: Galtieri tuvo por lo menos el gesto de invitar a comer a los vecinos de Victorica y pueblos aledaños (lo único que se le pedía a la gente era que llevara sus propios utensilios); Milei, en cambio, ni siquiera guardó ese mínimo recato: el apreciado menú fue preparado exclusivamente para sus héroes, esto es, para los 87 diputados que con su voto blindaron el veto a la ley de movilidad jubilatoria (aunque concurrieron sólo 71). En el asado de Milei el pueblo estuvo ausente.
Pero se equivoca el Presidente si cree que en el Congreso hay héroes, y menos aún en el grupo de legisladores que votaron en contra de aquella normativa que pretendía devolver un mínimo de dignidad a nuestros jubilados. Allí solamente hay bufones del poder, obsecuentes, conversos y traidores. A estos decidió sentar a su mesa, burlándose de toda la población. Por eso, no hay motivos para festejar, salvo que el gobierno libertario se jacte de exhibir en público su propia crueldad.