La palabra “despertar” es una metáfora que da para todo.
Está en el mundo religioso: desde Buda el “despierto” y la “vigilia” nocturna monacal, pasando por los “Great Awakenings” o grandes despertares del mundo evangélico norteamericano, hasta los numerosos estantes callejeros con folletos que nos exhortan: “¡Despertad!”.
Está en la psicología cotidiana, cuando hablamos de niñas, niños o adolescentes que son muy “despiertos”. O, como contracara, cuando hablamos de quienes “se durmieron” (vienen a mente algunas jugadas deportivas) y no pudieron responder como debían en su momento.
También está en la filosofía. No olvidaré al Prof. F.-W. von Herrmann mientras me daba los materiales para rendir mi doctorado (nada de defender lo que uno ya escribió, sino probar que uno sabía de filosofía en un examen “rigorosum”), y me preguntaba por la traducción al castellano de la palabra “Dasein” (“ser-ahí”) en Heidegger. Para mi sorpresa, ese hombre estricto y poco afín a la creatividad metafórica me dice: “¿Y no se podría traducir: estar despierto?”.
Más allá de estas múltiples aplicaciones, para nuestros fines la metáfora de estar despierto se entrelaza con la situación social y política de un momento y lugar. Saber qué está pasando, qué peligros u opresiones hay, qué veta de posibilidad se vislumbra. Saber también cuándo intervenir, el momento propicio (como el dios griego “Kairós”, representado con flequillo en la frente y calvo detrás, que requiere que lo agarremos en el momento justo en que viene, porque después pasó y es demasiado tarde).
Esa es la versión que nos ocupa.
Retomar la historia
Como vimos en la columna anterior, la historia de la palabra “woke” combina la atención a un peligro real – originalmente para la comunidad afrodescendiente – con la sensibilidad y el reconocimiento de ese peligro nacido en las injusticias y el desprecio por otra persona o grupo, por aspectos particulares de su identidad: fenotipo, sexualidad, etnia, creencia.
Muchas veces fueron los artistas quienes identificaron y advirtieron sobre lo que pasa. Basta recordar lo que James Baldwin escribía sobre racismo y homofobia, o William Melvin Kelley cuando decía: “Si estás despierto (woke), lo vas a entender”.
Esa combinación de sensibilidad, astucia y racionalidad llevó a identificar otros espacios del desprecio: la duradera herencia del colonialismo, las discriminaciones estructurales y el rechazo de la diversidad que cuestiona el statu quo. Es decir, modos de negación de los sectores más débiles o con menos recursos para enfrentar ese poder establecido.
Esta historia también muestra que el “despertar” tiene que ver con la conciencia de quienes eran beneficiarios de esos prejuicios y movimientos heredados. Un reconocimiento que rompe la ceguera respecto de los propios privilegios naturalizados.
Finalmente, la atención a estos procesos históricos revela algo más: cada uno de esos reclamos de reconocimiento generó reacciones muchas veces violentas. Desencadenó la negación o rechazo de quienes eran portadores de esos privilegios.
De ahí también que “woke” haya sido también usado como insulto.
Actualizaciones del fantasma
Los críticos más limitados rechazan el movimiento woke por su supuesto simplismo, al escindir el mundo entre opresores y oprimidos. Inmediatamente, su limitación conceptual se alía con su imaginación limitada – posiblemente propalada por el miedo al otro, o quizás a lo que llevan dentro – y asocian directamente el movimiento woke con el “marxismo cultural”. Más allá de personajes que ven el marxismo en cualquier lado, hay que ser serios en la discusión. En términos “ortodoxos” del marxismo, la estructura es económica y no cultural. Pero, además, vemos muchas personas que defienden los derechos que sostiene el movimiento woke y difícilmente aceptarían otra cosa que el capitalismo.
Sin embargo, quizás algo de razón tienen esos críticos. Aunque la división no sea tan clara, sí que hay facetas en la vida de las personas donde históricamente hubo opresión, opresores y oprimidos. La liberación de esas opresiones no tenía que ver con dejar de pagar impuestos o eliminar al Estado, sino en con se protejan sus garantías mínimas de vida, creencia, expresión, existencia. Que fuesen libres de la discriminación y violencia padecida por su color, sexo, orientación de género, religión, condición social.
Posiblemente también esa liberación tenga por momentos rasgos violentos. En una entrevista decía Angélica Gorodischer que no es para sorprenderse si un grupo que fue sometido por años estalla en algún momento. Pero el punto no es ese estallido, sino lo que lo provocó. El problema no eran las patas de los cabecitas en las fuentes de Buenos Aires o las pintadas feministas, sino todo el daño que se acumuló para que tuvieran que explotar y se les vea.
“Hay un fantasma que recorre Europa” dice el Manifiesto, aludiendo al creciente malestar que se colaba por cada rincón ante las condiciones económicas del capitalismo industrial. A lo mejor, los críticos del movimiento woke tienen en parte razón, aunque por motivos distintos a los que pensaban.
Hay un malestar que atraviesa personas muy distintas, que incluso se opondrían en aspectos concretos fundamentales de sus ideas sobre el mundo, la sociedad y la economía.
Pero sin duda ese malestar está reclamando reconocimiento e igualdad. La cuestión será cómo conjugarlos.