Deudas externas: palabras y conceptos tramposos

Por Miguel J. Rodríguez Villafañe

Deudas externas: palabras y conceptos tramposos

En el uso del lenguaje cotidiano se ha manipulado la visión sobre el tema de deuda externa: se usan palabras o conceptos inductores y tramposos, que favorecen una mirada edulcorada, con sometimiento psicológico y cultural, que producen una verdadera colonización semántica.

Los gestores de opinión pública enseñan didácticamente que siempre se deben “honrar las deudas externas”, sin cuestionar si son legítimas, indignas, odiosas o írritas. La inducción a “honrar” está elegida a propósito, ya que implica que las deudas en sí mismas merecen ser “enaltecidas o se debe valorar mucho su mérito”. Actitudes estas que se dispensan solo a dioses que se honran, o sea, a algo superior a uno, a los que no se les habla en condiciones de igualdad: siempre se presupone un respeto reverencial al que se tiene que honrar.

En definitiva, se nos obliga a mirar para arriba, ya que no se nos supone al mismo nivel. De esa manera, se nos prepara para no exigir responsabilidades a los supuestos acreedores, porque a los dioses no se les reclama nada. A ellos solo se los alaba y se les rinde cuenta de los deberes que se hicieron, y se les implora perdones, por lo que el ser superior puede entender como no cumplido. Esta actitud de sumisión se trabajó como básica para condicionar la discusión sobre las deudas externas de Argentina. Con el agravante que ello permitió que, cada vez que se negociaban las deudas, se resignaran más derechos y se aumentaban los deberes. Esto último, haciéndonos creer que se nos concedían beneficios que debíamos agradecer.

Nunca se habla de los “prestamistas externos”: se los denomina los “acreedores externos”, lo que implica asumirnos, en todo momento, como “deudores”, ante cualquier reclamo de ellos, con independencia de analizar si realmente se debe lo que se nos reclama. Esto es fundamental dirimirlo, ya que en muchos casos se pretenden pagos de supuestas deudas de origen ilegítimo, usurario y producto de diversas situaciones en las que, incluso, los llamados acreedores serían realmente deudores, porque lo que se busca cobrar ya se ha pagado más de una vez.

Además, cuando se discute el presupuesto nacional las partidas destinadas para salud y educación se las trata como “gastos”, mientras a las previsiones de pago de los intereses de deudas externas se los denomina como “pagos de los servicios de la deuda”. Dejan en claro que los primeros son una carga (cuando en realidad son una inversión), pero el pago de intereses de deudas externas se lo presenta como un “servicio”. Cuesta pensar que debamos “servir a una deuda pesada e injusta” y menos entender que ello es producto de un “favor” que se nos hace. Peor que ello, aunque con dosis de realidad, se nos transforme en “criados o sirvientes”: son las nuevas esclavitudes semánticas asumidas sin reflexión.

A su vez, al tratar la salida de dineros del país, con destino a los llamados “paraísos fiscales”, se usa esa palabra edulcorada, cuando el verdadero nombre es “guarida fiscal”, (en inglés, “tax haven”). A esas guaridas se las presenta con la sensación de un ámbito santo sin pecado, cuando ellas se ocupan, principalmente, del lavado de las ganancias ilícitas y de ocultar los dineros de los poderosos, corruptos, delincuentes, evasores y mafiosos. Esos bancos cometen el “delito de encubrimiento por receptación”.

Nunca se determinan los nombres de los supuestos acreedores, ellos siempre son anónimos. Resulta esencial exigir un censo de acreedores.

De igual manera, cuando se dan verdaderos golpes a los sistemas democráticos (por ejemplo, sobrevaluando el dólar) se lo presenta como algo producido por “el mercado”, sin explicitar quién es el mercado, cuando ello perfectamente puede determinarse. También detrás de esas acciones financieras se ocultan en fondos de inversión, muchos de ellos los llamados “fondos buitre”. Nunca se dicen quienes los integran, sin embargo, arrodillan a países ante requerimientos indignos.

Además, muchos de los organismos que condicionan a las naciones no tienen ni siquiera una estructura jurídica, como es el caso del llamado “Club de París”. En realidad, no es un club, ni un organismo, ni una persona jurídica propiamente dicha, ya que es un ámbito informal de acreedores, que se arroga la función de coordinar formas de pago y renegociación de deudas externas. También se enseña que el país se vuelve “riesgoso” si no cumple sin condicionamientos lo que se le exige por los prestamistas. Desde dicho concepto se nos degrada como sociedad, y la temperatura de nuestra autoestima se la hace depender solo del índice llamado “riesgo país”. Este índice, que brindan diariamente los medios de difusión de manera destacada, es fijado por bancos (como el JP Morgan-Chase y el Goldman Sachs) que fueron sancionados con enormes multas en EEUU por brindar información indebida a sus clientes.

Asimismo, se nos hace creer que la mayor carga para la sociedad es el costo del trabajo, por lo que se presiona para que haya “flexibilización” laboral, como una manera de convocar a capitales a invertir y generar trabajo. Razonamiento tramposo, indigno, indebido, y, a la vez, con una encerrona suicida cuando, por otro lado, se exige “libre comercio” para que se deje ingresar productos de zonas del planeta que tienen trabajo esclavo (lo que impide pensar en una reactivación productiva cierta, por la competencia desleal que ello implica).

A lo que hay que sumar que se les echa la culpa de los desfasajes presupuestarios a los “montos previsionales”, porque se dice que los ancianos en el país son longevos. Razonamiento inaceptable.

Por su parte, a las inversiones imprescindibles en los más “vulnerables” (pobres, discapacitados, desempleados) se las denomina, despectivamente, como algo propio de “políticas populistas y demagógicas”, partidas que se busca que se rebajen, cruelmente, para destinar más dineros al pago de supuestas deudas.
Hay que reflexionar y reformular las palabras y conceptos tramposos, y educar sobre la problemática.

 

Abogado constitucionalista

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