Argentina vive una situación de anomalía política. Javier Milei acaba de cumplir su primer año de gestión con minoría en las dos cámaras del Congreso, ningún gobernador de su partido (La Libertad Avanza) y la falta total y absoluta de cuadros técnicos (por eso mantuvo en puestos claves a muchos funcionarios de la gestión anterior), y a pesar de ello ha logrado gobernabilidad, disciplinar a los jefes provinciales y obtener triunfos legislativos innegables (como la sanción de la “Ley Bases”), avanzando en su plan de desguace del Estado y desregulación de la economía a un ritmo que nadie hubiese imaginado hace un año atrás.
Claro que todo eso fue posible gracias a la inestimable colaboración de la oposición, fragmentada y debilitada a causa de sus interminables rencillas internas, y la sospechosa pasividad de líderes sindicales y dirigentes sociales, que salvo honrosas excepciones desde hace meses se han encargado de minimizar la protesta social.
Milei es un político peculiar. Sin formación ni experiencia política previa, saltó sin escalas desde las redes sociales y los programas de TV, donde desplegaba todo su histrionismo y agresividad como panelista, hasta convertirse en el “topo” que llegó a la Casa Rosada con la misión celestial de “destruir al Estado” desde adentro. Ya comenzada la tarea, se jacta de haber despedido a unos 30.000 empleados públicos desde el 10 de diciembre de 2023, cuando juró como Presidente de la Nación.
Las políticas públicas están orientadas ahora a alcanzar y sostener el “déficit cero”. Y los mercados financieros reaccionaron de inmediato frente “al mayor ajuste de la historia de la humanidad”. “No hay plata” para ningún sector, salvo para pagar los servicios de la deuda externa (también están exceptuadas del brutal recorte las fuerzas de seguridad y las Fuerzas Armadas, justo es reconocerlo). Los bonistas están exultantes. En esta nueva era, los únicos privilegiados serán los acreedores. Los jubilados y los sectores más postergados de la sociedad deberán seguir esperando.
Los resultados del supuesto “plan de estabilización” (la inflación cerrará en torno al 120 % anual) también están a la vista, aunque muchos se nieguen a verlos: caída del PBI superior al 3 % anual, cinco millones de nuevos pobres en apenas un semestre, duplicación de la cantidad de indigentes, y más de 200.000 puesto de trabajo perdidos en el sector privado, especialmente en industria y construcción, dos sectores que evidenciaron una fuerte retracción durante el 2024.
El Presidente le promete a la población que sólo es cuestión de tiempo, que su lucha contra el Estado, contra la “casta” y los socialistas “empobrecedores” va a terminar convirtiendo a la Argentina en una “potencia mundial” similar a Irlanda, por ejemplo. El modelo sería el de la Generación del 80, con menos apego y respeto a las instituciones, por cierto. Pero para eso faltan 25 o 30 años, según las estimaciones oficiales, tan cambiantes como el humor presidencial. Por ahora, sólo está garantizado el dolor y el sufrimiento para amplias franjas de la población.
Aunque resulte increíble, muchos le creen (más o menos la mitad de los argentinos, según qué encuestador realice el sondeo de opinión) y renuevan su esperanza en un futuro mejor. Mientras tanto, avanza silenciosamente la agenda negacionista del cambio climático (a contramano de la tendencia dominante a nivel mundial), la memoria histórica de la última dictadura militar (no serían 30.000 los desaparecidos), la igualdad de género y la justicia social, considerada como una “aberración”.
Todo suma en su cruzada contra los “zurdos de mierda”, una suerte de guerra cultural que Milei libra a diario -principalmente desde las redes sociales- contra todos aquellos que no coinciden con el pensamiento oficial, condimentada con una batería de insultos (“ratas”, “soretes”, “ensobrados”, etc.) que enciende a sus seguidores y desconcierta a una diezmada oposición. En definitiva, Milei es sólo el síntoma más elocuente de una sociedad en crisis.
“Su poder se asienta en el apoyo de la opinión pública, la necesidad de los gobernadores y la alianza legislativa con la derecha moderada, representada por el PRO que encabeza Mauricio Macri”, según la lectura que hace Eduardo Fidanza, director de la consultora Poliarquía. El líder libertario no buscó acuerdos ni formó coaliciones, y tampoco negoció su ajuste con la clase política. “Construyó su poder invirtiendo la lógica de la gobernabilidad tradicional. El día que se termine el apoyo social, se terminará su gobierno. Esa es su fortaleza y también su debilidad”, como lo afirma Pablo Touzón, de la consultora Escenarios.
Desde el Peronismo no coinciden con aquella visión. Eduardo de Pedro, ex ministro del Interior y hombre de confianza de Cristina Fernández, considera que el Presidente “ha desmantelado derechos esenciales, debilitando la salud, la educación y la protección social, al tiempo que favorece a los sectores empresariales y financieros”. Al mismo tiempo, “la quita de cobertura en remedios a los jubilados y el cierre de los comedores a los que asistían millones de personas, son (ampliamente) demostrativos de la crueldad e insensibilidad que exhibe este Gobierno”, sostiene De Pedro.
No obstante las críticas, Milei nos recuerda cada vez que puede que está al frente del “mejor gobierno de la historia”. Esta convencido que tiene que cumplir una “misión divina” y que su cruzada contra los zurdos se extiende a nivel planetario. En esta “guerra santa” todo vale. Así, cuando la hermana Karina (“El Jefe”) arenga en los actos militantes que “hay que defender a su hermano (no al gobierno) de cualquier forma”, no aclara cuáles son los límites de esa “legítima defensa”. En el cierre de la última Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC), celebrada en Buenos Aires, el líder libertario advirtió: “No hay lugar para los buenos modales y los consensos. Retroceder nunca. La mejor defensa es un buen ataque. No tenemos que dar explicaciones. Este discurso violento es sumamente riesgoso, ya que de la agresión verbal se puede pasar a la acción violenta, en cualquier momento. Los argentinos ya deberíamos haber aprendido esa lección histórica.
La confrontación y la intolerancia son marcas registradas del mileísmo. Se prefiere la confrontación al diálogo. Milei se siente cómodo en la confrontación. No es un hombre de diálogo. Para Touzón, él ha creado “una forma de orden dentro del caos del sistema político roto, un caos del cual vive y se nutre. Incluso si su gobierno no tuviera éxito, en Argentina ya hay un nuevo clima”, en el cual partidos y los políticos tradicionales han quedado muy mal posicionados. Solamente Cristina Fernández ha logrado sobrevivir al cimbronazo. Javier y Cristina se necesitan mutuamente, son los dos polos de esta nueva relación de fuerzas. Sin Cristina, Javier no tendría con quien confrontar. Y sin Javier, Cristina no encontraría legitimidad dentro del campo opositor. En otros términos: Sin Cristina no habría oposición y sin Javier no habría gobierno.
Está claro que las formas que emplea el líder libertario para atacar a todos los que piensan distinto no son en sí democráticas. Cuando habló en la CPAC decidió innovar en materia de insultos: “Los libertarados tienen un habano de materia fecal en la cabeza”. Y son muchos los que festejan sus ocurrencias discursivas. Es habitual que funcionarios de alto rango traten de justificar los destratos de Milei argumentando que “él es así” o que “la gente lo votó sabiendo como era”. Pero este tipo de excusas son muy peligrosas.
Tampoco se puede soslayar que el primer Mandatario encara el 2025 con creciente optimismo. La mayoría de las encuestas lo ubica como favorito para las elecciones de medio término del mes de octubre (con un 37 % de intención de voto). Milei incluso aspira a crecer mucho más de la mano de las “buenas noticias” que ya estarían comenzando a llegar (como el descenso de la inflación y la reciente eliminación del impuesto PAIS, entre otras). “Viniendo de la nada, todo lo que logre sumar será mucho. Hoy su principal contendiente es él mismo”, sentencia Touzón.
Ya transcurrieron los primeros 12 meses de Javier Milei al frente del Gobierno nacional. Fueron 12 meses signados por severos ajustes y la construcción de poder político desde la cúspide del Estado, el mismo Estado que previamente se había propuesto destruir. Aún resta saber si se trata de una mera construcción transitoria o es el inicio de una nueva etapa de hegemonía política en el país. El tiempo, en breve, se encargará de dilucidar esta cuestión.-