El mayor asesinato selectivo cometido por los servicios secretos israelíes en los últimos tiempos, contra el líder palestino Ismail Haniyeh, en una locación tan increíble como un edificio súper custodiado por las fuerzas armadas iraníes en el centro de Teherán, revela varios puntos determinantes en la escalada violenta de Oriente Medio, que lejos de atemperarse, crece y amenaza con salirse de cauce, involucrando a las grandes potencias: ante la amenaza de Irán de responder, los Estados Unidos han comenzado a movilizar recursos hacia Israel, lo que, a su vez, ha provocado movimientos de fuerzas rusas hacia Irán.
Es difícilmente comprensible, desde una perspectiva internacional y de búsqueda de paz regional, la acción israelí contra Haniyeh, líder de la “rama política” de Hamás y tal vez el mayor representante del sector moderado del movimiento islamista, proclive a negociar y a alcanzar un alto el fuego entre las facciones. Ni siquiera los familiares de los rehenes israelíes, que llevan ya más de 300 días secuestrados por Hamás, han celebrado el asesinato en Irán. Es obvio que, con esta acción, los sectores más negociadores pierden y dejan lugar a los radicales, que se niegan a cualquier tipo de tregua con el “enemigo sionista”. Hay que pensar, entonces, que quizás este fue precisamente el objetivo de la temeraria acción de los servicios secretos israelíes.
Lo negativo de la acción también revela una capacidad táctica que pone en cuestión toda la estrategia militar en la guerra contra Hamás: si el Mossad tiene la enorme potencialidad operativa como para instalar (inclusive con meses de anticipación, como reveló el New York Times) una bomba en el corazón de la seguridad iraní, y hacerla estallar para matar al objetivo específico seleccionado, entonces por qué la guerra de “tierra arrasada” contra toda la Franja de Gaza, que se acerca a las 40.000 víctimas en ciudades, hospitales y campos de refugiados, motivados supuestamente en la persecución de determinados dirigentes. La estrategia que ha alimentado toda la respuesta bélica israelí al ataque sorpresivo de Hamás en su territorio se ve cuestionada ahora con la demostración de fuerza híper selectiva en Teherán.
Dentro de la lógica de la guerra, según la enuncia el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu (que acaba de ser ratificada por su mayor valedor mundial, con la aclamación en el Capitolio de los EEUU), el asesinato de Haniyeh es el mayor logro desde el inicio de la invasión de la Franja de Gaza; pero desde una perspectiva humanitaria, la acción pone en entredicho la posible liberación de los rehenes en manos de los terroristas palestinos, una negociación que lleva meses, con la última ronda recién acabada en Roma, apenas unas horas antes de que estallara la bomba de Teherán. Los familiares de los secuestrados ya dicen abiertamente que Netanyahu está saboteando cualquier esperanza de lograr el regreso de los 115 rehenes, desde el momento en que su permanencia en manos de los terroristas mantiene vigente la justificación de la vía bélica y el objetivo expreso: la “victoria total” sobre Hamás. Una búsqueda que hasta los propios aliados del gobierno derechista de Tel Aviv -y cada vez más voces desde el interior del Ejército- consideran utópica e irrealizable: sería como pretender anular la existencia de todo un pueblo. Pero, conscientes de la imposibilidad fáctica de lograrlo, Netanyahu parece decidido a seguir adelante con la operación bélica hasta haber expulsado o suprimido a la mayor cantidad de palestinos de Gaza, reubicándolos en el desierto o en campos de refugiados de Cisjordania o de Egipto, y repoblar la franja costera de Gaza con colonos israelíes. El problema, con esta estrategia, es que la paz quedará cada vez más lejos, y la espiral de violencia habrá sido alimentada suficientemente para que perdure por las próximas generaciones.
Por lo demás, a nivel de relaciones estratégicas globales, el asesinato de Ismail Haniye deja mal parados a los principales países involucrados en algún tipo de proceso de paz, y obliga a un recálculo en los equilibrios de las potencias en la región. Qatar, donde se asienta la “oficina política” de Hamás por pedido de Washington; y el Egipto de Abdelfatah al Sisi, que a duras penas sostiene las relaciones con Tel Aviv a pesar de la enorme oposición popular interna en su país; ambos gobiernos han expresado su decepción y acusan a Netanyahu de falta de voluntad política para avanzar en ningún acuerdo. Y afecta asimismo al propio socio principal de Israel en todo Oriente Medio: los EEUU de la menguante presidencia de Joe Biden, que quedan descolocados, y los Demócratas más debilitados frente a las posturas del principal opositor en las próximas elecciones presidenciales, Donald Trump, que insiste en la retirada de los EEUU de todos los conflictos que no les son propios: la Otan en Europa, en Ucrania, y en Oriente. En este escenario, el atentado tendrá un efecto desmovilizador en el apoyo Demócrata, y una mengua en las posibilidades de Kamala Harris en la cita electoral de noviembre.
Por último, también el asesinato de Haniyeh puede significar la expansión del escenario bélico más allá de Israel y Palestina, en una región que se parece cada vez más a un polvorín. Irán no puede no responder a semejante provocación a su seguridad interna; EEUU no puede no asistir a su aliado ante una respuesta iraní; y Vladimir Putin ya ha salido a afirmar que Rusia no dejará de asistir (o sea, de armar) a sus propios aliados (o sea, a Irán). Una espiral que asegura más desastres.