El componente terrorista en la guerra de Putin

Por Fernando Reinares

El componente terrorista en la guerra de Putin

La invasión de Ucrania ha dejado claro cuáles son los fines últimos del presidente ruso Vladimir Putin, y nos advierte, además, sobre el rango de medios que está dispuesto a utilizar para alcanzarlos, incluyendo el patrocinio estatal del terrorismo y la advertencia del terrorismo nuclear, para debilitar a los países del mundo occidental. Putin no aspira únicamente a conseguir un cambio en Ucrania, a fin de rectificar la orientación pro occidental que la ha caracterizado a lo largo de las pasadas dos décadas y situar a la ex república soviética bajo la tutela del Kremlin. Incluso llevando al límite la manipulación del relato histórico para justificar que Ucrania desaparezca como nación independiente e incorporar su territorio y su población a Rusia. Putin pretende avanzar en su objetivo combinado de expandir Rusia, redelimitar los fundamentos de la seguridad europea y socavar la estabilidad de las democracias liberales.

Para conseguir esos propósitos, las autoridades rusas han desarrollado desde hace años un conjunto de iniciativas subversivas en las sociedades abiertas, que incluyen los ciberataques y los asesinatos selectivos. También la injerencia en procesos políticos y electorales, en particular a través de instrumentos oficiales de propaganda como Russia Today o Sputnik, pero también mediante programas de desinformación mucho menos obvios. Combinadas con manifestaciones convencionales y no convencionales de intervención bélica en la periferia de Rusia, ese conjunto de iniciativas subversivas encaja en lo que desde hace tiempo se conoce como amenaza híbrida.

En la amenaza híbrida que la Rusia de Putin supone para Occidente ha habido y sigue habiendo lugar para tácticas de terrorismo. Esta es una realidad que a menudo se soslaya con el pretexto de la colaboración rusa en la guerra global al terrorismo yihadista. Por una parte, Rusia ya es un Estado cuyas autoridades vienen ordenando la ejecución de actos de terrorismo en las sociedades abiertas del mundo occidental. Agentes del Kremlin, alguno de ellos condecorados después por Putin, han asesinado e intentado asesinar a numerosos disidentes en el Reino Unido o Alemania, desde hace casi 20 años. Para ello han recurrido a elementos radiactivos producidos en laboratorios militares rusos, a sustancias venenosas desarrolladas durante el periodo de la Unión Soviética y a armas de fuego. El propósito de estos asesinatos es intimidar tanto a los disidentes exiliados, para que no se relacionen ni colaboren con los gobiernos occidentales, como a los disidentes activos en Rusia y paralizar así cualesquier forma de oposición política. Actos similares de terrorismo han tenido lugar en Ucrania, donde cabe recordar que el expresidente Viktor Yushchenko, contrario a las pretensiones de Rusia sobre el país, fue envenenado en 2004, poco antes de iniciar su mandato, pero sobrevivió.

La legislación antiterrorista vigente en Rusia, que fue adoptada en un contexto internacional de preocupación generalizada por la amenaza yihadista, ha sido y sigue siendo utilizada de manera abusiva contra los opositores a Putin.

Las autoridades rusas apoyan a organizaciones que han practicado y practican sistemáticamente el terrorismo en diversas regiones del mundo. Recientemente las fuerzas armadas rusas han colaborado con Hezbolá en el marco del conflicto en Siria y han proporcionado recursos de combate a los talibán afganos antes de que estos extremistas islámicos relacionados con Al Qaeda se hicieran con el control de Kabul. Poco extraña que entre los fieles aliados de la Rusia de Putin se encuentren Siria e Irán, países que apoyan las actividades insurgentes en general. Como no extraña que Rusia fuese uno de los únicos cuatro países que no evacuó de inmediato al personal de su Embajada en Kabul tras el acceso al poder de los talibán, y que Moscú haya mostrado desde entonces una disposición positiva hacia estos últimos ya como gobernantes de Afganistán.

En Ucrania el régimen de Putin ha respaldado milicias separatistas activas que también han ejecutado actos de terrorismo como parte de su violencia insurgente. En julio de 2014, un misil fabricado en Rusia y lanzado desde un área de la región de Donbás controlada por rebeldes pro rusos ocasionó la muerte a los 298 pasajeros de una aeronave de Malaysia Airlines que sobrevolaba la zona en ruta de Ámsterdam a Kuala Lumpur. Además, no pocos de sus miembros han sido adiestrados por el Movimiento Imperial Ruso, hacia cuyas actividades el régimen de Putin es permisivo. Esa organización cuenta de hecho con dos campos de entrenamiento paramilitar cerca de San Petersburgo, en los que adiestra en tácticas de terrorismo a supremacistas blancos procedentes de países occidentales. Por ejemplo, unos llegados de Suecia en 2016 atentaron luego –ese mismo año y al año siguiente– contra centros de inmigrantes y asilados en su país de origen.

En suma, en la ejecución de una guerra híbrida hay lugar para tácticas de terrorismo y en la amenaza híbrida que el actual régimen ruso plantea para los países del mundo occidental existe un inequívoco componente terrorista. Moscú ha mostrado voluntad y capacidad para recurrir al mismo en los confines de las sociedades occidentales, al igual que contra intereses occidentales fuera de las mismas. Termine como termine la invasión rusa de Ucrania, ya se sienta Putin engrandecido o ya se perciba humillado como consecuencia del conflicto que ha iniciado, mientras su régimen persista es verosímil que el patrocinio estatal del terrorismo adquiera un mayor alcance como instrumento de la política exterior rusa. Sin olvidar que son manifiestas las tácticas de terrorismo a las cuales recurre el Ejército ruso bombardeando deliberadamente blancos civiles y que el propio Putin ha evocado expresamente su potencial de terrorismo nuclear.

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