El miedo produce en los individuos, ansiedad, angustia, obsesiones, fobias, pánico o paranoia, que puede derivar en bronca, ira y tristeza o depresión. Se lo suele considerar una sensación, sentimiento de desconfianza, emoción negativa. Las reacciones que produce en el comportamiento de las personas son muy diversas, dependiendo de la experiencia vivida o percibida por cada individuo.
Por ello, los estímulos que producen miedo son muy variados y las consecuencias pueden a corto o largo plazo, y ser sutiles, casi imperceptibles como cuando cambiamos de canal o dejamos de ver una nota periodística o publicación digital, hasta producir reacciones violentas o criminales.
Es una de las características que compartimos con el reino animal, como una forma de supervivencia ante un peligro que detectamos por una posible amenaza real o supuesta, presente, futura o incluso del pasado, transmitida por herencia o adquirida culturalmente, consciente o inconsciente.
Los miedos van cambiando a lo largo de la vida. Al miedo de los primeros años a la pérdida de apoyo y soporte, a ruidos fuertes, a objetos que surgen bruscamente, a personas extrañas, a la separación de los padres, a heridas, a animales y a máscaras, continúan los miedos a la oscuridad, a seres sobrenaturales, a lesiones físicas, a estar solo, al ridículo, a los exámenes, al aspecto físico, a truenos, a relámpagos y a la muerte típicas de la preadolescencia y adolescencia.
Ya adultos, prevalece en nosotros el miedo a ser distinto o singular, a la muerte, a perder lo que se tiene, al futuro, a no ser amado, al fracaso, al sufrimiento, a la locura, a la inseguridad urbana, a la vejez y a la soledad.
¿Son muchos? Si, quizás por eso la historia de la humanidad está plagada de instituciones que han usado el miedo como forma de control, comenzando por todas las religiones aun cuando su principal mandato haya sido el amor al prójimo.
En nuestros días la religión del consumo, con el marketing que lo promueve, también utiliza los miedos como estímulo en un proceso en el que se identifica una carencia –de la que no somos conscientes-, la convierte en necesidad percibida, elabora y ofrece un producto o servicio motivador, a veces como un fetiche –un objeto al que sin prueba alguna atribuimos la capacidad de cubrir nuestra necesidad- y esperamos que el consumidor lo compre y consuma.
En la última década la evolución de las redes sociales ha desplazado a la tradicional publicidad en la asignación de recursos a medios, aprovechando la tendencia a mediatizar la vida privada que tenemos todos a partir de publicar en ellas, produciendo verdaderos fenómenos de popularidad –los “famosos” streamers, influencers, etc.- que acumulan miles o millones de seguidores, los que utilizan o son utilizados como nexo con ideas, productos, servicios, etc. especialmente para los más jóvenes que los admiran por su “fama”.
El marketing político, utiliza también todas estas herramientas, procurando proyectar los candidatos como “uno más de nosotros” generando empatía con el público no propio y sin tener que comprometer el contenido de sus propuestas. Pero también recurre directamente al miedo para retener a sus votantes históricos, indicando al “otro” adversario o enemigo como malo, feo y sucio sin lugar para grises que permitirían un análisis crítico del contenido y propuestas de unos y otros y enfatizando las imágenes cotidianas.
Así, el público que no forma parte de este sistema de comunicaciones sociales solo puede actuar afectivamente aceptando o rechazando de plano las alternativas, mientras que los grupos de poder –comercial, financiero, mediático, ideológico o político- planifican sus acciones con base a ese control afectivo que ellos mismos producen.
No resulta extraño que florezcan aquí y allá, reacciones extremas de odio, criminales o al menos de desconfianza con cada uno de estos sectores, aun cuando ninguno de ellos busque individualmente esos efectos, pero que en conjunto lo producen.
Por ello, las perspectivas no son buenas en la medida que decisiones de algunos sectores que renuncien al uso del miedo, no podrán cambiar el contexto, salvo que nosotros mismos comencemos a identificar a los que lo promueven y los rechacemos, sabiendo que con ello evitaremos ser manipulados y controlados. Que así sea.