En la órbita federal, como en las provincias, la CABA y los municipios argentinos, comienzan a desplegarse movimientos más definidos vinculados al año electoral. Y una lectura “antipolítica” señalaría que los esfuerzos de la dirigencia se enfocan más en visibilizar las candidaturas que en elaborar las plataformas.
Nacionalmente, el oficialismo presenta hoy tres o cuatro precandidatas o precandidatos principales, y la oposición presenta cinco o seis posibles presidenciables. Las coaliciones se mantendrían. ¿Unidas por qué argumentos? ¿programáticos, o meramente coyunturales?
Una mirada más “política” explicaría que se están definiendo los liderazgos que posteriormente permitirán espesar el tenor de las propuestas de campaña. Determinados los lugares relevantes de las listas, de acuerdo a sus ocupantes y conforme las alianzas internas concretadas, se comenzarán a instalar los proyectos.
Lo cierto es que, como pasa en tantos ámbitos, la realidad y los modos de abordarla son presentados de acuerdo a los intereses de quien la describe. Y en un mundo líquido -diría Zygmunt Bauman- o gaseoso -como ya empiezan a explicarlo algunos analistas, en especial tras la pandemia- la potencia logística para amplificar ciertos planteos y su correspondiente irrigación en las diversas capas de la sociedad sólo alientan en la ciudadanía posiciones antagónicas.
En esa arena movediza, muchas veces destinada a herir la mirada del otro, para ganar posiciones hay que aprovechar al máximo las diferentes herramientas de penetración. Sin importar las consecuencias. Un marketing político que avive llagas, antes de curar heridas.
Pero las ideas marketineras que sirven a la fase más “líquida” del proceso político (la oferta de candidatos y de propuestas), hoy nutrida de algoritmos, redes sociales, “fake news” o “bots”, no es suficiente para ingresar a la etapa siguiente. Tras la elección se determinan oficialistas y opositores, pero ocupar posiciones en el Estado, testimonio del mundo sólido cuya actualización no es tan rápida ni sus dinámicas son tan cambiantes como las que se desenvuelven en la sociedad o el mercado, exige (como otrora) mayor profundidad, tanto para generar agenda desde el gobierno, como para influirla desde la oposición.
Planteos superficiales conllevan a debates superfluos en los cuales el Estado (nacional, subnacional, municipal, las organizaciones internacionales) tomará decisiones inconsistentes. Las prácticas gubernamentales vienen haciendo de cada mandato un parto complicado, con chances ciertas de perderlo todo en siguiente comicio. Las reelecciones (de personas o de partidos) están en crisis. A muchos oficialismos les está costando afrontar, incluso, las votaciones de medio término y lograr la renovación de la confianza por un nuevo período es la excepción. Y la culpa no es sólo del Covid.
Marco complejo
Argentina atraviesa su 40º aniversario de Estado democrático sin asonadas, con un horizonte al menos confuso. En las dos coaliciones principales existen graves problemas de coherencia ideológica, que, sumados a experiencias de gestión (de ambos) muy cuestionadas, generan escepticismo en los votantes, alimentados por una suerte de “otredad invertida”: la vocación por identificar opuestos, impugnarlos pertinazmente y definir preferencias electorales, más por compartir el rechazo al contrario que por las coincidencias positivas.
Pero esas inyecciones de espanto, que antes unían con eficacia (los aliados radicales al macrismo contra CFK en 2015, o el retorno de Massa y Alberto Fernández al kirchnerismo en 2019) perdieron impacto. Los referentes naturales siguen siendo importantes, pero en su derredor actúan cuadros con vocación de disputarles la centralidad.
Y, además, por fuera de las grandes coaliciones, aparecen figuras de predicamento “antipolítico” con serias intenciones de alcanzar mayorías que les permitan ingresar a un ballotage, atrayendo allí todo el resentimiento popular a su favor. ¿Se trata de “outsiders”? En estricto sentido no lo son, pero sus importantes estructuras logísticas (financiadas vaya a saber por quién y para qué) así los instalan, aprovechando las vacancias, insuflando una percepción de novedad.
En las provincias encontramos diferentes panoramas, anunciándose numerosos fines de ciclo. Pareciera que los oficialismos de Buenos Aires, Chaco, Formosa, Catamarca, La Rioja, Santiago del Estero y Tierra del Fuego, cercanos al gobierno nacional, enfrentan al proceso electoral con algún margen a su favor. Pero los gobiernos de Neuquén, San Juan, Santa Cruz, Tucumán, La Pampa o San Luis tendrán elecciones desafiantes en sus distritos. En Santa Fe o Entre Ríos se sugiere una derrota de las coaliciones gobernantes, que procuran no profundizar sus presentes difíciles. En Misiones, Salta, Río Negro, Chubut, con alineación fluctuante respecto al oficialismo nacional, las alianzas que conducen actúan como partido provincial para preservarse. Los cuatro distritos gobernados por Juntos por el Cambio (CABA, Corrientes, Mendoza y Jujuy) se manejan de modo parecido, sólo vinculados al contexto nacional por ciertas expectativas en ese ámbito, de sus principales referentes.
Lo mismo pasa en Córdoba, donde existe un notable arco contrario al gobierno nacional, con un presidenciable justicialista opositor (el gobernador Schiaretti) un sucesor que deberá defender los honores locales (Martín Llaryora) y, compitiendo contra el peronismo en la provincia, varios referentes cambiemistas que deberán dividirse entre candidaturas en este distrito, o nacionales.
Todos, sin importar partido, reconcentrados internamente en peleas campales, mientras “afuera” (en la calle o los hogares) pasa de todo. Tenemos las cifras del Censo Nacional 2022. ¿Cuántos dirigentes o agrupaciones emitieron análisis o propuestas considerando los muchos y crudos datos ofrecidos?
Prácticas viejas, por los de siempre o por los nuevos. A 40 años de la recuperación de la democracia y a casi un siglo del primer golpe de Estado, no hay sorpresa innovadora. Y los componentes civiles que antes llenaban las alianzas golpistas siguen rondando (ahora, algunos dentro del sistema).
El presente no entusiasma. Mientras Milei o Espert sigue predicando su especial versión de “libertad”, Larreta continúa probándose ridículos sombreros en inocuos recorridos; los radicales agitan la enésima interna y amagan con diásporas; Cristina y Alberto se pelean a lo Pimpinela; y Schiaretti se saca fotos con Duhalde (suman 156 años entre los dos). Así, no habrá mucho que esperar.