Derrumbado el Imperio Otomano al finalizar la Primera Guerra Mundial (1299–1922), el mosaico de pueblos, credos y territorios comprendido en el concepto de “mundo árabe” quedó disperso entre mandatos coloniales e identidades en construcción. La denominación, útil para ciertos análisis occidentales, omite la complejidad interna: desde chiitas y sunitas hasta cristianos árabes; desde drusos o beduinos hasta kurdos; desde el Magreb atlántico hasta las urbes del Golfo Pérsico.
En la primera posguerra, el rediseño impulsado por Francia y Reino Unido (mandatos de la Sociedad de Naciones) dio lugar a Siria, Irak, Jordania o Líbano, sin consenso local. Mientras tanto, el presidente estadounidense Woodrow Wilson hablaba de autodeterminación de los pueblos (discurso de Catorce Puntos), noción más teórica que práctica. El caso del pueblo kurdo, a quien se prometió un Estado que aún no existe, ilustra esta contradicción.
La Guerra Fría y el nuevo orden
Durante la Guerra Fría, el “mundo árabe” se convirtió en un escenario de disputa entre bloques. Estados Unidos promovió la descolonización para desplazar a las potencias europeas y consolidó alianzas con Arabia Saudita, Israel, Jordania y Egipto (especialmente tras el giro de Anuar El Sadat). En sentido opuesto, la URSS respaldó a países como Siria, Irak o Argelia. Algunas dictaduras, como la del Sha Mohamad Reza Pahlavi en Irán, fueron sostenidas por Washington como bastiones anticomunistas. Egipto, bajo Gamal Abdel Nasser, intentó un camino intermedio de no alineación. Tras el derrocamiento del Sha en 1979, el ayatolá Jomeini se cifró como uno de sus principales objetivos la exportación de la revolución. En esta primera fase, el régimen teocrático intentó que su liderazgo regional fuera aceptado por las diferentes comunidades chiíes de Oriente Próximo y estableció las milicias de Hezbolá para contener la influencia israelí sobre Líbano y proyectar su poderío hasta el mar Mediterráneo. Con la invasión de Irak en 2003, Irán amplió su radio de acción con diferentes milicias armadas chiíes en Irak y Yemen.
El “mundo norteamericano” y su arquitectura de poder
Washington se afirmó con bases militares en Arabia Saudita, Bahréin, Omán, Qatar, Turquía, tratados bilaterales, venta de armas y alianzas políticas. El “mundo norteamericano” (entendido como su aparato estatal, militar y diplomático) combinó intereses energéticos, control estratégico y vínculos selectivos.
La relación EE.UU. – Israel y su proyección regional
Desde la Declaración Balfour (1919) hasta el reconocimiento inmediato de Israel en 1948 (pese a la oposición de George Marshall), Estados Unidos mantuvo un apoyo constante. La década de 1960 trajo tensiones por el programa nuclear israelí, mientras que la Guerra de los Seis Días (1967) consolidó el rol de Israel como socio estratégico frente al bloque soviético. En la Guerra de Yom Kippur (1973), Washington organizó un puente aéreo con armamento para sostener a Israel. El embargo petrolero árabe, en represalia, desató la crisis energética de ese año. La posterior negociación culminada en Camp David (1978) reafirmó a Estados Unidos como mediador, aunque recelado por el mundo árabe, especialmente por su posición sobre Palestina.
Numerosos estudios afirman que Israel ha sido el mayor beneficiario de ayuda financiera directa norteamericana. Ha sido sin dudarlo el país más respaldado en los campos militar, tecnológico y diplomático (sólo en el Consejo de Seguridad de la ONU, la mitad de los vetos que EE.UU. ejerció históricamente, han tenido como causa planteos condenatorios a Israel).
De la descolonización a la radicalización
Moscú había capitalizado el descontento árabe con Washington y trabajado sus propias alianzas. Durante la ocupación soviética de Afganistán (1979-1989), Estados Unidos respaldó a muyahidines que luego formarían redes islamistas transnacionales.
Tras la caída del Muro de Berlín (1989), la Guerra del Golfo (1990–1991) consolidó el rol militar estadounidense en la región.
Los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York desencadenaron intervencionismo: invasión de Afganistán, guerra en Irak y profunda reconfiguración regional. El “Estado Islámico” (ISIS), nacido tras la ocupación estadounidense en Irak, se expandió en el caos de la guerra civil siria, proclamando un califato. Su control territorial fue desmantelado, pero sobrevive como red terrorista global.
Conflictos internos y la Primavera Árabe
La región enfrenta tensiones entre sunitas y chiitas (como en Irak, Bahréin o Yemen), rivalidades tribales (Arabia Saudita y Qatar), disputas políticas (como entre Egipto y Turquía) y estructuras autoritarias que colapsaron o mutaron (Siria). La “Primavera Árabe”, iniciada en Túnez (2010), encarnó demandas sociales genuinas pero derivó, en muchos casos, en guerras civiles, represión o nuevas autocracias, como en Libia, Yemen o Siria. La región, catorce años después, con la excepción de Túnez está peor y con menos libertades.
Nuevas diplomacias, actores y crisis emergentes
Qatar y Emiratos Árabes Unidos desarrollaron inversiones estratégicas, modernización, influencia mediática (Al Jazeera) y vínculos con potencias occidentales. Estos modelos coexisten con restricciones políticas y conflictos diplomáticos, como el bloqueo a Qatar (2017–2021).
En la actual década, Estados Unidos respaldó la represalia israelí en Palestina (tras el ataque de Hamás en 2023) y la ofensiva a Irán en la llamada “Guerra de los 12 días”, reabriendo una nueva fase de enfrentamiento directo con impacto regional. La caída de al Asad en Siria y el ataque de Israel a Hezbolá, sumado a la guerra Rusia – Ucrania, puso a Irán en una situación de novedosa debilidad.
Más allá del mundo árabe: tensiones en Asia del Sur y Asia Central
La presencia islámica en India, Pakistán y Bangladesh mantiene una fuerte carga histórica. En India, la creciente radicalización hinduista ha incrementado la violencia contra musulmanes, mientras Pakistán apoya sectores islamistas en Cachemira. El islam político también penetra antiguas repúblicas soviéticas como Uzbekistán o Turkmenistán, en sociedades movilizadas religiosamente tras décadas de ateísmo oficial. En la actual Rusia subsisten tensiones con poblaciones musulmanas como los chechenos.
Fortalezas y desafíos actuales
La región cuenta con abundantes recursos energéticos, una población joven (más del 50% tiene menos de 25 años) y una ubicación geoestratégica vital. Pero también enfrenta debilidades estructurales: altos niveles de desempleo, desigualdad, baja diversificación económica, tensiones étnicas y religiosas, y sistemas políticos inestables.
El legado del Imperio Otomano y del colonialismo europeo sumió al “mundo árabe” en un estado de fragmentación y dependencia. La intervención estadounidense amplificó este patrón, sobresaliendo su vínculo con Israel. Los halcones, hasta hoy, defienden que había un trabajo que hacer (como lo afirmó recientemente el canciller alemán, Friedich Merz). Así que vemos una rivalidad entre el Irán chií postrevolucionario y la Arabia Saudí suní y reaccionaria, la Rusia postimperial y la Turquía neo-otomana, Además, nuevos actores como India o China construyen sus oportunidades.
Y en tanto, la irresuelta y gravísima crisis humanitaria de Gaza condensa no sólo la fractura entre israelíes y palestinos, sino la intransigencia del mundo árabe y la ineptitud o desinterés de la sociedad internacional por encontrar medios de supervivencia desesperadamente ansiadas por miles de personas, atrapadas un territorio densamente poblado y cercado, sin infraestructura mínima, cuyo presente y futuro se ha devastado.