La sanitaria es una cartera eminentemente técnica, que requiere cintura política en su titular. Así la manejó Angeloz entre 1983 y 1995; Mestre debió impulsar ajustes traumáticos (cierres de hospitales, recortes de personal y salarios, etc.) determinantes en su derrota de 1998.
En julio de 1999, De la Sota designó en Salud al radical Héctor Vllafañe, presidente del Consejo Médico provincial. Con libertad para definir plan y equipo, no sintonizó con Unión por Córdoba. En plena crisis de 2001, el gobernador preparó un sucesor: Roberto Chuit. Hábil relacionista, con pergaminos, anunció un plan ambicioso, pero sus decisiones fueron chocando contra la dura estructura sanitaria (14.000 empleados y decenas de centros de todo nivel).
Con los hospitales paralizados, De la Sota hizo borrón y cuenta nueva, sumando a Oscar González a mediados de 2006. “El Oscar” recuperó a técnicos con volumen propio en su organigrama y fue confirmado por Schiaretti en 2007. Alineando el frente interno con una ley especial para concursar cargos de contratados, González redondeó una gestión de relieve, lidiando con epidemias como el dengue (que enfrentó con una ley) y la Gripe A.
En el tercer mandato de De la Sota (2011) llegó el turno de Carlos Simon, hasta entonces director del Hospital Córdoba. Obsesionado por deshacerse de la sombra su antecesor, reemplazó a funcionarios y directores de hospitales por profesionales sin experiencia, desarticulando las estructuras. Criticado por extraños y propios, sin respuesta frente al rebrote de enfermedades que se creían superadas (como el dengue), renunció en 2013.
Llegó a la cartera un veterano de la política: Francisco Fortuna, quien, con su estilo componedor, logró ejercer un extenso período en la función. Alternando buenas y malas, estabilizó el sistema y aplacó el efecto devastador de las tensiones sindicales, aunque la salud pública no retomó la dinámica de otros tiempos. Mechó cuadros con experiencia y colaboradores de alto perfil, como la actual ministra de Empleo, Laura Jure, de cuya mano -se dice- llegó Diego Cardozo, un cirujano joven, formado íntegramente en el servicio hospitalario público.
El santiagueño arribó a la secretaría de Salud, y desde 2019, al ministerio, tras el desangelado despido de Fortuna (a pocos días de iniciarse el tercer mandato de Scharetti, por teléfono, mientras presentaba en la Legislatura el presupuesto del ministerio para el año siguiente, convencido de su continuidad).
Sin dejar de promocionar su rol de conductor del grupo de empleados “La Carrillo”, Cardozo desplegó un estilo personalista. En tanto cuadro nacido y criado en el poder peronista, y sin trayectoria previa fuera de él, generó expectativa. Pero, como en otras áreas, el tándem Schiaretti-Vigo hizo (y deshizo) sin diques de contención; una contención que sí habían supuesto González y Fortuna.
De sus vehementes soluciones iniciales para la pandemia, se recuerda (mal) al cuasi policial COE, con actuaciones judiciales en curso: la absurda negación de permiso a un padre para visitar a su hija agonizante (Solange Musso), y la falta de controles en la contratación de un falso médico (Ignacio Martín).
Luego de la pandemia, el ministerio no logró calma. Su nutrida línea de secretarías (cinco en total, más otras tantas subsecretarías) no contiene los conflictos (con serios problemas de coordinación); particularmente el secretario de Salud, Pablo Carvajal (pariente de Laura Jure, muy influyente aún hoy en la cartera), a quien sus pares, legisladores o funcionarios de instituciones municipales y universitarias coinciden en calificar negativamente.
Una docena de direcciones generales, acompañada, a su vez, de una suculenta cantidad de direcciones, subdirecciones o jefaturas diversas, suma nombres poco conocidos, tanto por antecedentes como por realizaciones cotidianas.
Un servicio de salud serio exige precisión en los detalles más elementales: desde sábanas limpias al horario exacto; desde los stocks farmacéuticos milimétricamente supervisados, hasta el racionamiento alimentario. También la limpieza, tableros de electricidad que no fallen nunca, y ni hablar del control del personal. Sin planificación, con cadenas jerárquicas donde sobre confusión, era previsible una falla grave. Y lamentablemente ocurrió.
Once muertes de bebés sin explicación médica, acaecidas desde marzo en un solo hospital, exigieron, desde antes de ocurridas, mecanismos que no funcionaron. Y demandando después mucho más que presuntas “investigaciones internas” realizadas por empleados rasos, sobre la cual existen más incógnitas que certezas.
El problema se afronta con impericia, escondiéndolo de la opinión pública. Es imposible circunscribir la crisis en el Hospital Materno Neonatal a malas praxis o hechos delictivos aislados. Por sobre el personal de Salud, el “Modelo Córdoba” provee formalmente supervisores, jefes de sección, división, servicio y departamento; vicedirección y dirección por cada hospital; y, en el ministerio, la dirección general de hospitales respectiva, la subsecretaría y secretaría de salud, y el propio ministro. No menos de siete u ocho órdenes jerárquicos que deben controlar lo actuado.
Nadie pareció hacerlo esta vez, ni para evitar las tragedias ni para esclarecerlas.
Volvemos a saber de gravísimas falencias en el Estado provincial, gestionado en vitales sectores por personal que no posee competencia. ¿Y si en vez de tanta rosca con dirigentes porteños y propaganda nos ponemos a laburar? ¿Y si dejamos de llamar a obsecuentes para cubrir cargos? Eso sería hacer lo correcto, cuando menos. Aunque ya no recuperaremos el abrazo entre Solange y su padre; la vida de quienes podrían haber muerto por recibir “curaciones” del falso doctor Martín; ni tampoco la felicidad de once familias que no verán crecer a sus hijos.