Se considera humillación cualquier tipo de acto que denigre públicamente o personalmente a un ser humano, al igual que su cultura, su dignidad, su sexo, su origen étnico, su religión, su pensamiento, su nivel económico, sus conocimientos, etcétera. Por lo que todos –o casi todos- hoy estamos expuestos a ellas, de alguna forma. Parece ser que ella es el origen de la agresividad, pero también de otros sentimientos.
Otras respuestas a las humillaciones son el miedo, la tristeza o la bronca que origina la agresividad que vemos en todos lados, públicos y privados, en las calles y en las redes.
El miedo provoca reacciones de autocensura, desde las que inconscientemente nos llevan a huir de aquellos ámbitos en los que algunos se humillan mutuamente a aquellas que nos impiden intervenir sin riesgo de ser humillados sustrayéndonos del debate de lo público.
La tristeza muchas veces es consecuencia de ese aislamiento y la soledad, en donde lo virtual no es suficientemente satisfactorio para recrear relaciones amistosas, recreativas y creativas. En los extremos llegan a la autoflagelación por no lograrlas o la auto eliminación cada vez más frecuente.
La bronca suele reproducir el círculo vicioso de agresividad y humillación mutua que es lo que todos vemos, aunque sería aventurado decir que es la reacción más frecuente dada la invisibilidad del miedo-autocensura y la tristeza.
En términos políticos Jesse Souza en su libro (2024) “El pobre de derecha. La venganza de los bastardos” –aún no traducido al español- que a pesar del título es muy empático con esa reacción que los han llevado a votar por las propuestas de Bolsonaro, Trump o Milei.
En él descarta parcialmente la mayoría de las hipótesis que ensayan los intelectuales “progres” o de derecha moderada que principalmente se lo atribuyen a “los medios” y “las redes”, o una decisión irracional en términos económicos, exculpándose así los propios problemas en esa relación.
Según él, ya no es la economía lo que guía a esos sectores empobrecidos, sino una dimensión moral por lograr el reconocimiento social en un mundo en el que todos o la mayoría somos vulnerables.
Ese cambio se produjo por la aceptación generalizada de que la economía es técnicamente neutra, por lo que la “política económica” no afecta la redistribución de la riqueza y los ingresos y entonces la “economía política” que cuestiona y diseñaría los sistemas hacia una mejor redistribución, ha desaparecido de los debates
Así, los subsidios antes, durante o después de la cuarentena, son interpretados como humillaciones que no atacan los verdaderos problemas que son la falta de trabajo y su desvalorización como modo de ascenso social.
La adhesión a iglesias conservadoras y meritocráticas, solo refuerzan las razones morales de esa necesidad insatisfecha, en la medida que se convierten en modos de contención de los grupos empobrecidos, por las derechas más extremas que se oponen a los avances en multiculturalidad, género, diversidad sexual y anticoncepción.
Las nuevas derechas tienen como telón de fondo el capitalismo financiero, que enriquece a unos pocos y empobrece a las mayorías, por lo que es un fenómeno global en el que surge “el síndrome del Joker” que en su película, se hace consciente de su humillación permanente en todos los ámbitos, en su casa, en su trabajo, en la calle, etc. y expone su ira tratando de hacer justicia por propia mano.
El sistema del capitalismo financiero que produce malos salarios, trabajo precario, culto a los ricos, odio a los pobres, recortes del gasto social, desorientación y desesperanza que lo humilla, no es sentido por las elites y las clases medias acomodadas y lo hace huir de esa realidad insoportable sin la protección de sindicatos, partidos políticos o educación pública, hacia una fantasía inevitable, individual y anárquica.
La “culpa” de ser pobre es individual e intransferible, incapaz de atribuírsela a “los ricos” a quienes admira y descargando su ira hacia sus pares e inferiores. Por lo que su violencia no es consecuencia de la pobreza y humillación a la que es sometido por las clases dominantes, sino consecuencia de la admisión de su propia inferioridad, sin esperanza alguna.
En las clases medias menos acomodadas, esa humillación y falta de protección de quienes debieron hacerlo tiene un efecto similar aunque menos agresivo cuando los gobiernos de derecha muestran su corrupción –nuevamente una cuestión moral- o avanzan en derechos que creían consolidados como la educación universitaria, los haberes jubilatorios o los medicamentos gratuitos, pero sin atribuirlos al pago de intereses financieros de los Estados que derivan en “no hay plata”,
Allí, los medios concentrados en grandes grupos financieros tienen su influencia al evitar el análisis crítico al sistema capitalista financiero que empobrece, humilla, somete y normaliza las relaciones de producción desequilibradas, atribuyéndoselas a “los progres” que se preocuparon por años por las minorías.
Las fake news no son tan importantes por lo que dicen, sino porque de esa forma toda información es igual de creíble o increíble, por lo que la verdad ya no es tan importante y la fantasía se construye individualmente según lo que identifique en cada uno, los algoritmos que solo nos muestran aquello en lo que tendemos a creer, sin crítica alguna.
Ocultando las causas objetivas y sistémicas de la pobreza y mostrando continuamente “casos de éxito” individual desde los más grandes a los más bizarros como pequeños emprendimientos de venta de empanadas, panchos, etc., que se convierten en casos admirados que “rompieron” la pobreza.
De esa forma el tradicional racismo dejó de ser explícito reemplazándolo por la palabra “cultura” en donde los discriminados –negros, marrones, mestizos, pobres, villeros, etc.- son los mismos que entonces, culpándolos a ellos mismos y las políticas “progres” de su condición. Liberándolos moralmente para odiar a los más débiles por su “cultura” en donde se discrimina entre lo propio y lo extraño, en forma absolutista.
Esto se reproduce a escala geopolítica entre el norte desarrollado “democrático” y el sur global corrupto, personalista, etc., por lo que es necesaria una supremacía y dominación de aquel sobre los países pobres y “culturalmente” inferiores a los que algunos se someten a la “inversión externa” sin pedir nada a cambio y sin promover el ahorro, la inversión y el desarrollo nacional.
Pero ese sometimiento no parece ser suficiente para sostener esa supremacía ante las guerras implícitas económicas y tecnológicas o explicitas, su decrecimiento demográfico, las consecuencias del cambio climático y el surgimiento de nuevos polos que cuestionan el predominio occidental vigente en los últimos siglos como los BRICS que ya superan ampliamente la potencia del G7 en su demografía, tamaño económico y crecimiento.
Pero esos serán temas para tratarlos en próximas notas.