La buena gente

Por Eduardo Ingaramo

La buena gente

La buena gente, ante conflictos, casi siempre nos volcamos por el más débil; aunque la discriminación de minorías, las patotas y el bullying, contradicen esa afirmación. Hasta la invasión rusa a Ucrania, Rusia era un polo de poder –que incluye siempre algunos excesos- que se observaba como el más débil de los tres polos existentes y sus acciones, aún las criticables, eran poco significativas comparadas con las invasiones de EEUU y la OTAN a los Balcanes, Libia, Siria, Irak, etc. que provocaron enormes migraciones de población civil. Pero sus acciones recientes cambiaron esa percepción.

Un ingreso a las repúblicas separatistas de Donetsk y Luhansk, de mayoría rusa, a quienes había reconocido como independientes, era descontada hasta por la población del resto de Ucrania, pero una invasión total y masiva superó las expectativas y la tolerancia de buena parte del mundo –no existen aún sanciones a Rusia en el Lejano Oriente, África y América Latina-, aun de aquellos que no adheríamos al expansionismo de EEUU y la OTAN que amenazaba a Rusia.

Así planteada la situación, florecen las lecturas e iniciativas anti rusas, y unas pocas anti Putin. Mientras que en ambos bandos prosperan las decisiones que limitan la libertad de prensa, prohibiendo o invisibilizando la difusión de medios de prensa (RT y Sputnik en Europa y otros tantos desde Moscú).

En Rusia, no parece tan claro que toda la población acompañe la invasión masiva a Ucrania, y mucho menos el aislamiento y la crisis económica que sobrevenga, por lo que no es descabellado pensar en problemas internos para Putin, salvo que la alianza económica y financiera con China disminuya el impacto a través de sus compras de gas y el sistema de pagos chino (CIPS), que podría integrarse al SPFS ruso, que reemplazan al sistema Swift occidental cerrado a bancos rusos.

Así, Europa se abroquela asumiendo importantes consecuencias en territorio propio, mientras EEUU lucrará con la venta de armas y gas, sin aportar esfuerzo propio ni soldados, tal como hizo en los inicios de las dos guerras mundiales y que le permitiera apropiarse del sistema financiero internacional.

La OTAN (de quien Macron dijo que “tiene muerte cerebral”) se fortalece, aunque está por ver si logra reconstruirse más allá de Rusia y Putin. Es que cabe preguntarse si podrá arrastrar a los países del G7 hacia sus pretensiones de convertirse en una alianza conducida por EEUU, impulsando sus propias excursiones agresivas con China, o su presencia en América Latina o África, donde antagoniza con ella en búsqueda de hegemonía económica y geopolítica.

Con su casi monopolio de medios de prensa occidentales que desde hace años vienen invisibilizando problemas propios, como los bombardeos ucranianos a las repúblicas separatistas en violación de los Acuerdos de Minsk, que Francia y Alemania habían auspiciado, junto a Rusia, para solucionar el problema que dio origen al actual conflicto, impulsando el expansionismo de la OTAN, las amenazas y sanciones a Rusia, la proscripción de sus vacunas, etc.

Es en ese campo, el de la guerra cognitiva definida por la OTAN, donde Rusia comenzó a perder esta guerra. La misma que nos repite diariamente que China es parte de un “eje del mal” (como definiera hace dos décadas George W. Bush previo a invadir a Irak con justificaciones –la disposición de “armas de destrucción masiva”- que se comprobaron que eran mentiras, solo destinadas a apropiarse de su petróleo y derrumbar el acuerdo “Petróleo por alimentos” de la UE e Irak).

Así, la guerra cognitiva no sólo determina “lo que pensamos”, sino cómo pensamos, abusando de nuestra natural disposición a creer lo que dicen los medios, o pensar en términos de competencia y bienestar (entendido como capacidad de consumo), lo cual es una primera muestra de su eficacia, a pesar de que el sobreconsumo produce guerras, problemas ambientales y grietas entre ricos y pobres.

Es allí donde la “buena gente” tenemos problemas para no ser manipulados con una “verdad”, “las palabras prohibidas” y “lo que es una locura” que, al decir de Michel Foucault, determinan el Contrato Social.

Desde la periferia, y en especial desde América Latina, donde muy probablemente se desarrolle el próximo conflicto impulsado por EEUU, la OTAN y Europa, se desarrolla la guerra cognitiva contra China, que, con su Ruta y Franja de la Seda, ofrece infraestructura, en una estrategia no muy distinta a la del Reino Unido en el siglo XIX, con sus mismas ventajas y desventajas.

Por lo que habrá que tener cuidado con ambos bandos y lograr una definición del Contrato Social propio, algo en los que el gobierno de Alberto Fernández y del Frente de Todos no parecen muy eficaces, habida cuenta de la concentración de medios controlados por el poder financiero. Y por sus propios errores comunicacionales.

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