Antes y, sobre todo, después de que la Federación Rusa invadiera Ucrania en febrero de 2022, los países occidentales proporcionaron ayuda militar a las Fuerzas Armadas ucranianas para contener la ofensiva. A ellas se debe principalmente el fracaso de la ofensiva, aunque la asistencia militar occidental contribuyó decisivamente a denegar la superioridad aérea a Rusia.
Posteriormente, los sistemas de defensa antiaérea y las piezas de artillería occidentales contribuyeron a estabilizar el frente y los mandos ucranianos comenzaron a solicitar sistemas de mayor alcance y precisión para atacar concentraciones de fuerza, objetivos logísticos y de mando y control en la retaguardia rusa.
El estancamiento del frente multiplicó los intercambios de artillería y los ucranianos solicitaron entonces mayor cantidad de municiones para contener las ofensivas rusas y, progresivamente, medios para la contienda como tanques y aviones. La llegada de medios acorazados, de artillería y misiles de gran alcance, junto con la debilidad de las defensas rusas sobre las nuevas fronteras, favoreció el éxito de las ofensivas ucranianas sobre Járkov y Jersón en otoño de 2022. Estos éxitos alimentaron la postura ucraniana y la demanda de medios para desarrollar una contraofensiva en 2023. Ésta se retrasó y sus resultados no fueron los previstos.
El desfase negativo entre lo pretendido y lo conseguido hizo que las autoridades ucranianas trataran de atribuir su fracaso al retraso y limitación de la ayuda militar recibida de sus aliados. Esta queja es comprensible, pero tiene poco fundamento como explicación causal, porque los escasos resultados obedecen a aciertos en la capacidad defensiva rusa y a desaciertos en el planeamiento político y militar de Ucrania. La situación se ha decantado en favor de las acciones defensivas y en contra de las ofensivas de ambos bandos: se han acabado las expectativas de victorias rápidas y decisivas.
El desgaste prima sobre la maniobra, ya que las reservas rusas de hombres y equipos pueden sostener una guerra larga. A lo largo de estos dos años, los aliados han modulado las demandas ucranianas en función de sus criterios sobre la escalada y sus visiones sobre el final de la guerra. El escenario final varía, en función de los países, en un amplio abanico que va desde la derrota de Rusia y su expulsión del territorio ucraniano, en un extremo, hasta acabar la guerra cuanto antes en el otro, pasando por varias modalidades de acuerdos de alto el fuego. Factores como la situación militar, la fatiga de combate que soportan los combatientes en el frente y las poblaciones en la retaguardia y el coste económico que supone esta guerra afectan a la forma en que cada parte desea que acabe.
La frustración por el fracaso de la contraofensiva ha sembrado demasiadas dudas sobre el curso de la guerra. Dos años después, y dada la situación de estancamiento, la ayuda occidental debería ser realista y destinarse a consolidar la capacidad defensiva de los ucranianos. Ucrania no puede permitirse una ruptura de sus líneas del frente porque podría derrumbarse su voluntad de resistencia, que es lo que busca la estrategia rusa. Tampoco pueden desarrollar una “defensa activa”, porque carecen de los medios. El balance militar aconseja reforzar la capacidad militar ucraniana para resistir en profundidad y a largo plazo en lugar de empeñarse en acciones ofensivas de corto alcance.
Las Fuerzas Armadas ucranianas necesitan adaptar su postura militar, su estructura, estrategia y adiestramiento, a las lecciones aprendidas en estos años. La eficacia de la ayuda militar externa no consiste en importar equipos y doctrinas de éxito, sino en adaptarlas a las condiciones del combate en curso. Una postura defensiva facilitaría esa adaptación y reduciría la fatiga de combate de las unidades de vanguardia. Los aviones F-16 que se esperan no alterarán el equilibrio militar, salvo que se les dote de misiles de largo alcance, ya que las defensas antiaéreas rusas no permiten su empleo en misiones tácticas de apoyo directo a las tropas. Tampoco los misiles de largo alcance tierra-tierra han proporcionado ventaja ofensiva significativa a las fuerzas ucranianas; lo que necesitan son piezas de artillería y municiones, porque su racionamiento de los últimos meses facilita a la artillería rusa concentrarse sin riesgo de ser atacada.
Las Fuerzas Armadas ucranianas precisan entre 75.000 y 90.000 disparos de artillería al mes para sostener sus posiciones defensivas y más del triple para pasar a las ofensivas; sin embargo, Ucrania sólo dispone de unos 60.000 proyectiles mensuales para su defensa, que se agotan mientras no llegan las municiones comprometidas. También precisan reforzar su menguante defensa antiaérea para evitar que la atrición sobre infraestructuras, viviendas y vidas civiles siga creciendo, tal y como ha reconocido el último Consejo OTAN-Ucrania. La llegada de artillería y municiones, unida a una postura defensiva, permitiría a los ucranianos estabilizar el frente, descansar a sus veteranos y dar tiempo a que aumente la capacidad de producción de las industrias occidentales y de la que se está instalando en Ucrania para facilitar el sostenimiento de la línea del frente. Si se proporciona la ayuda militar adecuada, la guerra se podrá ganar en Ucrania algún día, pero si no se continúa con la ayuda militar o ésta no sirve para sostener el equilibrio actual, la guerra puede perderse.